Novela erótica

La escultora y la modelo – Extracto de Lo que descubrí de ti

Deléitate con este increíble relato de la novela Lo que descubrí de ti de Sibila Freijo, en el que un huracán de pasión arrasa orgásmicamente a dos amigas.

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Nota sobre derechos de autor y publicación: este extracto ha sido escogido y autorizado en exclusiva para su publicación online por la autora y su editorial (Ediciones B) para Volonté, el blog de LELO.

Novelas eróticas

La escultora y la modelo

Durante los días siguientes apenas me separo del matrimonio, sobre todo de Greta. Los tres nos llevamos muy bien y me gusta estar con ellos. Luis está casi todo el día a su aire haciendo acuarelas por ahí y solo aparece de vez en cuando. Deben de tener dinero de familia porque no ponen mucho interés en encontrar ningún tipo de trabajo, pese a lo que dicen. Más bien creo que son gente de pasta jugando a ser bohemios una temporada. Lo puedo ver por cómo se comportan, la ropa que llevan, en su actitud de niños bien, despreocupados y con estilo…

Cada día comienzo dando larguísimos paseos por la playa y desayunando con mucha calma. Después paso la mayor parte del tiempo con Greta. Vamos al taller de teñido de telas, a su cabaña a ver las esculturas que hace, a merodear por el pueblo y mirar los puestos de quincalla… también nos hemos apuntado a una especie de curso de cocina hindú que dan unas mujeres de las afueras del pueblo a unas cuantas turistas. Allí aprendemos a usar las especias en la comida y a diferenciar lo «no spicy» de lo «very spicy»: Garam masala, cúrcuma, cardamomo, jengibre, chile… todo un subidón para el olfato que permanece en nuestra nariz y nuestra piel mucho después de salir de la clase. A mediodía picoteamos cualquier cosa. Nos hemos hecho adictas a los momos, las samosas y los papadam que comemos todo el tiempo… luego nos tumbamos en la playa a pasar la tarde relajadamente mientras bebemos una Kingfisher tras otra y tenemos largas conversaciones sobre todo y nada. Así hasta que se nos hace de noche.

Greta y yo intimamos tanto en unos pocos días que podríamos ser la mejor amiga una de la otra, perfectamente, y yo también podría quedarme haciendo esta vida para siempre. Hay personas que no tocan, que mantienen las distancias y les cuesta establecer relación física con los demás. Greta es todo lo contrario. Me toca, me abraza, me da besos, me hace carantoñas. Imagino que será así con todo el mundo. Noto una vibración especial entre las dos, como si estuviéramos permanentemente en la misma onda. Además de las muchas cosas que han resultado que tenemos en común, me gusta de una manera que no sé explicar muy bien. Si no me aterrorizara la idea, me apetecería besarla y tocarla, incluso acostarme con ella; no solo porque es guapa, sino porque me encanta como es. En vez de desear ser como ella o envidiarla, esta vez la deseo a ella. Descubro que me encanta compartir el cigarillo o la cerveza con ella y chupar donde ella lo ha hecho antes, me veo de repente con la mirada fija en sus tetas, y cuando estamos las dos tumbadas tomando el sol tengo ganas de meterle la mano dentro de la braga del biquini. No entiendo nada de nada. Lo que me faltaba ahora es darme cuenta de que soy lesbiana. Pero qué va, a mí me gustan los tíos, y mucho. Creo que, por la forma en la que me mira, ella también siente algo por mí. Lo mismo soy bisexual como ella y no me he enterado. O quizá solo me gusta ella, prefiero pensar eso… no quiero rayarme. De vez en cuando me conecto a WhatsApp para hablar con los niños, pero no demasiado. Creo que mis hijos también se olvidan un poco de mí cuando no estoy con ellos. Solo me recuerdan cuando me ven y, mientras tanto, están genial con Andrés. Estoy empezando a pensar que si me quedase aquí nadie me echaría demasiado de menos. Me imagino diciéndole a la familia: «Me quedo en la India y, por cierto, creo que soy lesbiana.»

Uno de los días después del taller de teñido de telas comemos en la casita de Greta. Es una vivienda de pueblo que han alquilado para todo el mes, apenas con una minicocina con una pequeña mesa, una cama, un armario y algunas estanterías para colocar la ropa. El baño es una especie de cobertizo que está a techo descubierto, como casi todos en la zona. Lo mejor es que en la entrada tiene un cercado con un pequeño jardín y un árbol que da buena sombra.

Preparamos el curry de pollo que nos han enseñado en nuestro curso y nos sale bastante bien. Nos bebemos entre las dos una botella de vino. Greta y Luis se han traído un cargamento de Rioja desde España porque el vino en la India es malo y muy caro.

Estamos las dos bastante borrachas pero alegres y dicharacheras, no paramos de reír. Luis ha ido a Palolem, la playa siguiente a Agonda, a hablar con algunos hoteles de allí por lo de las clases de arte para los hijos de los turistas. Hace mucho calor y después de comer estamos amodorradas. Lo que más nos apetece es dormir la siesta.

—No durmamos, tía, si no nos quedaremos apalancadas toda la tarde. ¿Quieres que te haga una escultura, una de las pequeñas como estas? —pregunta Greta señalándome unas figuras de barro que tiene colocadas en una de las estanterías.

—Vale —digo yo— si quieres…

—Primero tengo que hacer un boceto a lápiz para luego modelar en barro. Yo trabajo así. Necesito que te desnudes y poses para mí una media hora. Ese tiempo será suficiente para tomar un apunte, ¿podrás hacerlo? No te puedes mover mucho; eso es lo más difícil.

—¿Y en qué postura? —pregunto—. ¿Cómo me tengo que poner?

—Podemos hacerlo como quieras, sentada, tumbada… de pie será más incómodo para ti —responde.

—Prefiero tumbada, que así no me canso —le digo.

—Vale, quedará chula si te tumbas de lado por ejemplo y te sujetas la cabeza con uno de los brazos… Greta se pone a trajinar entre sus cosas, a buscar el bloc de dibujo, sus lápices, la goma… Mientras tanto yo me voy quitando la ropa. Como estoy algo borracha no me da ninguna vergüenza. Al fin y al cabo es natural estar desnuda delante de otra mujer, lo hago todo el rato en yoga, en el gimnasio…

—Tienes un cuerpo muy bonito, muy armónico y bien proporcionado —me dice Greta estudiándome con bastante curiosidad—, y me encanta lo morena que te pones. Ojalá yo cogiera ese color.

—Creo que me faltan tetas —le respondo—, me gustaría tenerlas más grandes, como tú.

—Yo, en cambio, me veo muy «tetona» —dice tocándoselas—, a veces me entra complejo de vaca lechera. Me das envidia tan planita. Creo que la ropa os queda mejor a las mujeres planas. Sois como más finas.

—Pues a mí no me importaría nada ser ordinaria si tuviera un «canalillo» como el de Sofía Loren. Igual me decido a operarme cuando vuelva a Madrid y me pongo dos buenas tetas con el dinero de la indemnización. Así me lo gasto en viajes y en tetas, no en el Mercadona. Por lo menos, que mi despido esté bien aprovechado.

Greta se acerca a la cama y me coloca para poderme dibujar. Me dobla una pierna, cambia el ángulo de mi cabeza sobre el brazo, me aparta el pelo hacia a un lado. Cuando lo hace no puedo evitar sentir un hormigueo en la tripa y notar cierta expectación. Hay momentos que ya antes de que empiecen quieres que duren mucho tiempo, momentos en los que te relames pensando en lo que va a pasar, en lo que podría pasar… este es uno de esos momentos.

—Estás muy guapa —me dice sonriendo—. Ya verás qué bien va a quedar. Después te regalaré el boceto y la escultura.

Greta empieza a trabajar. Me encanta verla concentrada en la hoja, en el lápiz y en mí… es una sensación muy agradable y diría que turbadora. La veo más guapa y atractiva que nunca, con el tirante del vestido resbalando descuidadamente de su hombro, absorta en su dibujo, con su melena negra recogida de cualquier forma en un moño, fumando un cigarrillo… me recuerda algo a María Elena, la protagonista de Vicky Cristina Barcelona, esa peli de Woody Allen.

Cuando me observa para hacer el dibujo, sé que no me mira a mí. Soy líneas y curvas, algo así como un plato de uvas… una forma. De vez en cuando se queda absorta en mi cara y nuestros ojos se encuentran. Entonces aparta la mirada y la vuelve a concentrar en el bloc.

—¿Estás bien?, ¿muy incómoda? —pregunta.

—Sí, tranquila, estoy genial. Tarda lo que quieras que no estoy cansada —le respondo pensando en que podría pasar cualquier cosa si las dos quisiéramos… en que ojalá que eso pasara.

—¿Siempre te quitas todo el pelo de ahí abajo? —me pregunta con curiosidad—. Yo lo llevo distinto.

Me pregunto cómo es «distinto». Solo pensar en ello hace que me excite al momento…

—No, antes iba de cualquier forma, empecé a hacerlo cuando me separé. Una amiga de la agencia me dijo que si no me depilaba entera nadie querría comerme el coño.

—Bah, menuda tontería. Yo te lo comería con pelos y sin pelos —dice despreocupada, sin dejar de dibujar. Después se da cuenta de lo que ha dicho y me mira sonriendo. Yo también a ella.

—¿Te puedo preguntar algo sobre lo que tengo curiosidad?

—Claro.

—¿Cómo haces el sexo oral cuando te acuestas con chicas?, ¿de la misma manera en la que te gusta que te lo hagan a ti?

—No, para nada. Lo hago como supongo que le va a gustar a la chica con la que me acuesto. Nunca igual. Es lo mismo que las mamadas, con cada persona es distinto. ¿O tú las haces todas iguales?

—Yo creo que sí, que las hago bastante iguales —digo intentando poner cara también despreocupada aunque la conversación me está poniendo cada vez más nerviosa…

—Tengo un calor de muerte —me dice Greta—. No te importará que me quite esto, ¿no? Estoy sudando como un pollo y se me pega la ropa al cuerpo con esta humedad.

Se desprende entonces de su vestido exhibiendo su esplendoroso cuerpo, y al hacerlo se le suelta también el moño y la lustrosa melena cae como una cascada sobre sus hombros. No lleva ropa interior. No puedo evitar quedarme embobada mirándola. Me tiene hipnotizada de lo guapa que me parece. Se levanta y viene hacia mí de nuevo moviendo las caderas indolentemente y entonces me fijo en su pubis. Lo lleva depilado y arreglado pero se ha dejado algo de pelo en el centro. También lleva un piercing. Me da un escalofrío en cuanto lo veo… Cuando se acerca, su sexo me queda justamente a la altura de la vista y siento el impulso de hundir mi lengua ahí dentro. Ya ni siquiera me pregunto si es normal o no, si seré lesbiana… Ya si eso lo pensaré mañana. Me coloca de nuevo como ella quiere y, al hacerlo, pasa su mano un momento por la curva de mis caderas, como retirándome una mota de polvo, es solo un instante, suficiente para que las dos nos miremos de una forma que ya no deja lugar a dudas. Ella, que sabe que soy inexperta, me lo pone fácil dando el primer paso.

Se tumba de lado frente a mí y me empieza a acariciar la cara, el pelo… después me besa. No puedo evitar un ligero temblor. Como cuando lo hice por primera vez con Elsa en París, noto su pequeña y húmeda lengua dentro de mi boca y el tacto suavísimo de sus labios en los míos, su aliento perfumado, que huele ligeramente a vino y a tabaco… Se pega a mi cuerpo y noto sus tetas contra las mías, nuestras piernas y manos se entrelazan al mismo tiempo. Me lanzo a morder su cuello abandonando mi timidez y no puedo evitar que mis manos se dirijan a sus preciosas tetas. Después, mi lengua explora sus areolas, grandes y oscuras como galletas María, y sus pezones que ya están como piedras. Noto su respiración agitada, su boca entreabierta. Me parece que ella también está muy caliente. El calor abrasador de la habitación, lejos de separar nuestros cuerpos, los une todavía más y hace que estén resbaladizos del sudor. Greta también lleva su boca a mis tetas, me las espachurra, mordisqueando despacio mis pezones. La habitación se va llenando poco a poco de gemidos y murmullos. De repente todo cobra otro ritmo y se vuelve más salvaje, más apasionado. Ella me tumba súbitamente de espaldas y se deja caer sobre mí mientras me muerde la nuca y apenas puedo moverme bajo el peso de su cuerpo. Siento su melena en mi espalda… me hace cosquillas.

—¿No notas la humedad de mi coño encima de ti? —pregunta—. ¿Has visto lo cachonda que me estás poniendo? Deseo esto desde la primera vez que te vi, incluso sin saber aún que eras española. Te había fichado de antes, ¿sabes? El día que nos conocimos te vi paseando por la playa al atardecer y pensé que eras un bombón.

—Yo también he querido que pasase esto desde la primera vez que te vi, pero no quería admitirlo —le digo—. Miraba la braga de tu biquini y soñaba con hundir mis dedos ahí dentro…

—Yo sí que quiero hacer eso… y ahora mismo —dice mientras, aún encima de mí, su mano busca hueco hasta poder tocar mi coño por delante. Arqueo entonces mis caderas y subo ligeramente el culo para facilitarle la tarea al tiempo que me muevo arriba y abajo. Su mano se mueve ágil entre mis piernas y hace que me muera de placer, por lo que me está haciendo y por lo que me pone la situación. Nunca pensé que me excitaría tanto con una mujer…

—Me encanta tu coño… qué suave es y qué mojada estás —me dice al oído—. Me gustaría hacer que te corrieras muchas veces… córrete ahora, venga, vamos, hazlo para mí. —Y, mientras no para de susurrarme, su mano se mueve más y más rápido con el ritmo perfecto y la presión justa sobre mi clítoris. Mis gemidos, cada vez más intensos, indican que mi orgasmo ya es inminente. Cuando se da cuenta, se aparta, me da la vuelta y empieza a frotarse encima de mí, su clítoris rozando el mío; el placer se incrementa aún más con el roce de su piercing… Después me sigue masturbando como antes, metiéndome a la vez dos o tres dedos, no lo sé… y me folla con ellos muy deprisa. Todo es frenético. Me corro intensamente levantando algo el tronco para verla hacer todo eso. Durante mi orgasmo, las dos nos miramos. Yo gimo y ella también lo hace, como acompañándome en el placer.

—Yo también quiero que me hagas correr —dice sentándose en el borde de la cama, abriendo sus piernas para mí y guiando mi cabeza—. Cómeme el coño, por favor. Haz que me muera de placer. Empiezo a hacerlo con timidez, con delicadeza, recorriendo su sexo con mi lengua hasta llegar a su clítoris, que noto ya hinchado. Está muy excitada y no para de hablar.

—Cómemelo, devórame entera —va repitiendo entre jadeos. Entonces empiezo a hacer movimientos con la cabeza que la hacen estremecerse aún más. Separo sus labios con cuidado y muevo mi cabeza a un lado y a otro realizando una secuencia muy rápida. Cuando veo por sus gemidos y el movimiento de sus caderas que se va a correr, paso la lengua en círculos alrededor de su clítoris. Ella me hunde la cabeza fuerte entre sus piernas y noto la descarga eléctrica de su orgasmo al tiempo que todos sus líquidos llenan mi boca.

—Ahora vamos a hacer un sesenta y nueve —dice de nuevo a la carga una vez que ha vuelto a su ser después del orgasmo.

—No me gusta mucho el sesenta y nueve —respondo—, me distrae hacerlo mientras me lo hacen a mí.

—Ahora sí te va a gustar, descuida —dice sin hacerme el más mínimo caso y coloca de nuevo su coño en mi cara ya del revés mientras su boca baja hacia el mío… Su lengua juguetea explorando mi sexo y mi placer es tan grande que apenas puedo concentrarme en lo que yo le estoy haciendo a ella, pero lo intento hasta que finalmente nos corremos las dos casi a la vez. Yo antes que ella. Cuando nos besamos, los sabores de nuestros sexos se intercambian y se convierten en uno solo. Después nos quedamos dormidas, desnudas y abrazadas encima de la cama revuelta.

Nos despertamos de golpe con el ruido de la puerta. Es Luis, que vuelve con su caja de acuarelas y sus cuadernos bajo el brazo…

—Buenas tardes, perezosas. ¿Qué, durmiendo la siesta? No se os puede dejar solas por lo que veo…

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