Relatos eróticos

MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (V) – Novela erótica de Karen Moan

Todos los idiomas tienen, al menos, una expresión parecida a «ponerse en la piel de otra persona» o alguna forma de animar a ponernos en el lugar, condiciones o circunstancias de nuestra alteridad, del otro, de quienes nos rodean, a quienes amamos o, simplemente, intentamos comprender. ¿Sabrán entenderse en profundidad Mario y Andrea?

Sinopsis del capítulo anterior: tras el encuentro en el Atelier, Mario se presenta sin avisar en casa de Andrea dispuesto a romper todas las reglas. Ella se muestra firme y él se retira, como si la batalla hubiese terminado.

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Novelas eróticas

MIND FUCK: la historia de sexo de Andrea (V)

Hace una semana que Mario estuvo en casa. Han sido días tranquilos, sumergida  en mis rutinas, correr por el Retiro, organizar la fiesta con Karen, las cervecitas con mis amores… El recuerdo de su frustración aparece intermitente entre medias, pero lo aparto firme en mi convicción: él conocía las reglas.

Me estiro, estoy cansada de estar sentada, aunque aún tengo para rato. Reviso nuestra peculiar base de datos, busco nombres que me llamen la atención para el taller de mañana jueves, sobre roles de género. Mmmm, la poetisa. Tan pequeña, aparentemente frágil y con esa mirada dulce que exhalaba inocencia hasta que empezó, de manera improvisada, a recitar. El erotismo de sus versos  excitó, casi seguro, a las personas que había en el Atelier, quienes enmudecieron, pasando a ser su voz, inmensa.

—¿Te gusta El verso es sexo como título? —le pregunté al terminar.

Sus enormes ojos se agrandaron un poco más.

—¿Título?

—Para las sesiones de poesía erótica que nos encantaría organizar contigo —Su sonrisa selló el trato.

Anoté su nombre en la lista…

Me encanta este taller, Rutinas desde el otro lado, resulta impactante en su sencillez. Cuando te colocas en la piel y las sensaciones del género opuesto, salen cosas sorprendentes. Lanzaba la misma pregunta inicial, para comprobar que la respuesta era también idéntica, en la mayoría de los casos.

—¿Juegas a apuntar al centro del váter?

—Desde niño —se descojonaba mi interlocutor, aún en shock ante el inicio de la conversación.

Novela erótica—¿Qué más haces en el baño por la mañana? —Otra de mis favoritas, sin entrar en detalles escatológicos, me interesaba el tiempo que dedicaban en su aseo personal, verse bien para salir a la batalla diaria, los potingues que utilizaban. Me sentía muy voyeur entrando en su rutina mañanera. Y ellos sorprendidos de que mis tiempos fueran inferiores a los suyos.

Luego en la calle, la vida se percibía tan distinta… Sin miradas o piropos no solicitados, sin preguntarse si el roce en el metro ha sido intencionado, o si es seguro aparcar en esa zona aislada por si vuelves al coche de noche… misma jungla, diferentes animales.

Termino de enviar las invitaciones, por fin muevo el culo. Mañana más.

Cuando veo a Mario entrar estoy sorprendentemente calmada. No sé cómo se ha enterado. ¿Por Karen? Su mensaje de «Dos más para el taller» a las tantas de la mañana lo explica. Me alegro de verle, no me había gustado despedirme de esa manera, y creo que ha llegado en el momento perfecto. Me acerco y le presento a algunas personas, estoy tentada de juntarle con la poetisa, pero un repentino deseo por saber qué hace en su baño por las mañanas me obliga a intentar ser su compañera. Así que me coloco a su lado cuando Karen explica la dinámica. Creo que está nervioso porque se mueve más de lo habitual. Acerco mi mano a su brazo y recorro las plumas de su tatuaje con los dedos. Le susurro: ¿puedo ser tu compañera?. Asiente, y siento algo parecido a cosquillas en el estómago.

—Sí, claro que apunto al centro del váter, ¿y tú has hecho pis alguna vez de pie imitándonos?

—Sí —confieso descojonada, nunca me lo habían preguntado—, y también pruebo mi puntería sin éxito.

Novela eróticaAdemás de este secreto hasta ahora inconfeso, utilizamos la misma crema hidratante, no nos gusta hablar con nadie hasta después del café, y solo descuadramos en el gusto de la mermelada. Empiezo a bajar defensas a un ritmo acelerado. Y él parece más vulnerable que nunca, más incluso que cuando azoté su mano con la fusta…

—¿Cómo te sientes cuando vas en un vagón de metro lleno de gente?

—No me gusta, procuro evitarlos.

—Ya, pero si vas en uno y notas un cuerpo desconocido apretado contra ti…

—No suele importarme.

—¿Y si hay una mano estratégica en tu culo?

—Entiendo por dónde vas. Creo que me haría gracia, no me ha ocurrido nunca.

—A mí sí, y me da asco. Y ganas de estrujar sus testículos.

—¿Son siempre hombres?

—Sí. Una vez lo hice. Le agarré tan fuerte que creí que se ahogaba. Al bajarme en la estación me siguió a traspiés y me denunció a los de seguridad. Casi termino detenida.

—Joder, ¿en serio?

—Eran dos hombres, me examinaron, y mis pintas provocativas, potentes, justificaron su roce en mi culo e injustificaron mi intento de dejarle casi impotente.

Seguimos así un buen rato, hasta que Karen avisa que estamos a punto de terminar… me niego a aceptarlo.

—Me encantaría seguir, ¿te puedo invitar a un tequila en casa?

—Claro —responde con tranquilidad.

No parece él, la tensión se ha difuminado. Yo tampoco quiero más guerras. Parece que hemos acordado una necesaria tregua. De camino compartimos la música de mis auriculares.

Nos miramos, sonreímos, sin hablar apenas.

Al llegar a casa le pido que se acomode y voy a mi habitación. Cuando empiezo a buscar qué ponerme siento un golpe en el estómago, y la calma desaparece. Me decido por un mono negro de vinilo que también tiene cremalleras, una central que lo recorre entero desde el cuello hasta el culo. Botines de tacón de aguja, me gusta estar a su altura.

—¿Puedo atarte?

Asiente, saco cuerdas. Le coloco cerca de una pared para apoyarle cuando termine. Me recreo en su cuerpo, normal, no demasiado musculoso ni flaco. Huele muy bien, a menta. Le acaricio con las manos y con las cuerdas y empiezo las ataduras. Me agacho para empezar por las piernas, al pasar la fibra por su cuerpo soy consciente de que yo aún no he estado así de cerca.

Me encanta atar, y él parece disfrutarlo, de vez en cuando cierra los ojos entrando en sí mismo y en la sensación. Al rato me coloco frente a él. He anudado sus piernas y brazos por separado, estos últimos en su espalda, me gusta tener pleno acceso a su pecho. Espero a que se acostumbre a la sensación, respira con tranquilidad y me mira, expectante. Bajo despacio la cremallera, muy, muy despacio, hasta el estómago. Libero mis pechos y los acaricio, mis pezones se endurecen, me acerco y me subo a una banqueta para acercárselos. Cuando su lengua los roza me deshago, mi coño se humedece y palpita como si hubiera sido ignorado durante lustros. Joder, ¡qué gusto! Suspiro, o gimo, y le ofrezco otro pezón, y vuelvo a sentir cómo mi sexo le reclama. Dios, o he esperado demasiado o él me gusta demasiado. Me retiro e intento concentrarme. Quiero darle placer, quiero que el tiempo de espera merezca la pena, pero estoy aún convencida de que no va a ser a su manera y no sé cómo hacerlo para que fluya conmigo.

Novela eróticaSu mirada se endurece ante mi retirada. Vuelvo a poner distancia, y bajo el resto de la cremallera hasta quitarme el mono entero, dejo solo los zapatos. Le permito que me vea por unos instantes y cubro sus ojos con una venda. Gruñe, suena como un rugido ronco, de un animal que aguarda paciente pero a punto de saltar a por su presa. Quiero serlo, que me coma. Le agarro la cabeza y hundo mi lengua en él. Le beso como nunca antes, me como sus labios, dejo resbalar saliva por toda su boca y barbilla, me pierdo, se pierde, no hay manecillas en los relojes, no hay relojes. Abro su pantalón y siento su erección, le acaricio y empiezo a masturbarle. La primera vez que tocas a alguien es un misterio, tienes que estar muy atenta a las señales, ritmo, intensidad, fuerza o suavidad. A Mario parece gustarle despacio y con fuerza en la base. Utilizo mi propia saliva para empaparle y sé que se va a correr cuando paro. Esta vez, su rugido me asusta.

—Espera, tranquilo —digo, inútil.

En ese momento parece ser consciente de su vulnerabilidad, está a mi merced, empieza a pelearse contra las cuerdas, también es inútil. Lo único que va a conseguir es hacerse daño.

—Mario, relájate.

Trato de tocarle de nuevo, pero se retuerce.

—Quítame esto, ¡desátame ahora mismo!

Intenta zafarse también de la venda que cubre sus ojos. Se la quito, me pongo a su altura y le miro.

—No voy a hacerlo hasta que no dejes de moverte. Para, joder, puedes hacerte daño. Para —Me asusto cuando soy consciente de que le estoy gritando.

Se queda quieto, pero vuelvo a ver esta mirada oscura que conozco de antes. Empiezo a quitar las cuerdas lo más rápido posible. Mierda, íbamos muy bien. Libero sus piernas, y cuando siente un brazo libre pone su mano en mi espalda y me aprieta contra él. Me quedo quieta, y de nuevo me besa, no puedo resistirme a su boca, es perfecta, es una de estas bocas que parecen conocer tu forma de besar desde que empezaste a hacerlo, o más bien, desde que supiste cómo. Sus labios recorren mi cara dejando un reguero de saliva que huele a él. Aún sigue con el otro brazo atado, es dominante y sumiso, soy dominante y sumisa. Tardo en recuperar la concentración, cuando recuerdo qué iba a hacer cuando provoqué su enfado. Lo intento una vez más.

—Quiero utilizar una cosa, si me lo permites…

Novela eróticaCojo un consolador anal, lo lubrico y vuelvo a su lado. Se lo enseño.

—No lo había probado antes con un vibrador… con los dedos sí.

—Pararé si no te gusta, pero déjame intentarlo por favor —le pido melosa, mientras retomo la lección aprendida hace unos minutos con su sexo.

Mario resopla, cierra los ojos, cede. Recupero el ritmo, cuando empieza a gemir, con mi mano libre, humedezco la entrada de su ano.

—¡Joder! —grita, pero no siento tensión en los músculos. Aún así pruebo despacio.

Introduzco la primera parte, a la vez que su miembro en mi boca. Se entrega a ambos. Avanzo un poco más, mientras continúo masturbándole y lamiéndole. En cuclillas frente él, es increíble sentir sus palpitaciones y su disposición. Sigo, meto el consolador hasta el final y vuelve a maldecir. Su polla, inmensa entre mis manos y mis labios, está a punto de estallar. Siento mucho, mucho calor en mi sexo, pero esto es para él. Mario empieza a decir palabras inconexas y explota, grita, creo que me insulta, no lo tengo claro, estoy flipada con su miembro y su cuerpo aun convulso. Saco el consolador, ya ha cumplido su misión, cojo una toalla, nos limpio. Me incorporo y le abrazo hasta que ambos parecemos relajados. Entonces me separo y voy a coger algo de ropa pensando en pedirle que se quede a dormir, cuando suelta unas palabras que me suenan frías.

—Me ha gustado mucho, Andrea. Gracias.

No leo su tono, no sé si es sarcástico o real. Estoy paralizada frente a él, mientras veo como se deshace de la última cuerda, y se viste. Se acerca a mí y me da un rápido beso en los labios.

—Hasta pronto.

No me da tiempo a reaccionar. Esto se está convirtiendo en un patrón que esta noche, precisamente, no me hace ni puta gracia.
Me meto en la ducha y paso un buen rato bajo el agua caliente. En la cama, juego con mi cuerpo que está alucinado por el extraño ritmo de los últimos días. Mi orgasmo nocturno es dulce, plácido, bastante lejos del que pensaba tener. No puedo evitar pensarlo. No, no somos buena idea.

Ya puedes leer el siguiente capítulo de esta novela erótica, aquí: MIND FUCK: la historia de sexo de Andrea (VI)

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