Novela erótica

MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (III) – Novela erótica de Karen Moan

La novela erótica de K. Moan continúa aumentando de intensidad, con un espléndido episodio de inmortalizaciones travestis. Una preciosa incursión en las sensaciones de la identificación crossdresser.

Sinopsis del capítulo anterior: Andrea tiene una cita con Mario en el Atelier dónde la tensión sexual estalla en un golpe de fusta. Les interrumpe un cliente que entra en el local, y ella da por concluido el encuentro. Mario se marcha enfadado.

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MIND FUCK: La historia de sexo de Andrea (III)

El Atelier tiene un sótano. Cuando vimos el local, la dueña tardó una infinidad en enseñarlo. Y recordó su existencia casi al despedirnos, cuando preguntamos si había algún espacio para almacenaje. Despistada contestó: «Ah, sí, claro, el sótano».
Karen y yo cruzamos una mirada cómplice al escuchar esa palabra. Sótano. Un lugar subterráneo, oscuro, húmedo, tal y como nosotras, eternas buscadoras de perversiones y sensaciones que nos provoquen ese estado de excitación permanente. La dueña movió una cortina tras la que no se podía adivinar el paso a unas oscuras y estrechas escaleras.

Nos agarramos de la mano para bajar. La mujer descendió rápido dejándonos sin la única luz disponible de su linterna. Nos entró la risa nerviosa y continuamos las dos casi a tientas, hasta que el fondo se iluminó. No habíamos llegado abajo cuando noté el apretón nervioso de la mano de mi amiga. Allí estaba. Un espacio virgen, inmenso, abovedado, con pared de ladrillo visto y suelo de roca. Una fría y prometedora cueva.

Dividido en tres estancias, la primera la ocupan muebles con alma, que encontramos o nos regalaron, y de los que nos inventábamos su procedencia, y el porqué de su abandono…

Había un sillón rosa chicle, con el tapiz raído por los arañazos de los amantes de una prostituta pin-up de lujo, que se había cansado de su infantil aspecto. La larga mesa de madera, que tuvimos que separar y ensamblar de nuevo, era una mesa de operaciones de un psiquiatra especializado en curar la histeria femenina, a base de orgasmos. La pieza más misteriosa era un enorme espejo que encontramos apoyado contra el muro. Era imposible que hubiera cabido por la escalera, así que decidimos que lo colocaron allí a la vez que construían el sótano, porque el arquitecto lo utilizaba para lo mismo que nosotras; duplicar el número de personas que se miraban al follar. La lámpara gótica con los cristales que protegen las bombillas rotas, había servido de frustrado columpio de un salto olímpico… ¡hasta la cama!

Novela eróticaEn la sala de cuidados, como la bautizó Karen, los objetos también tenían procedencias peculiares; desde el cojín de ganchillo amarillento que perteneció a mi abuela, hasta la enorme manta en la que mi amiga solía hacerse un ovillo, mientras escuchaba música que provenía del hotel de su primer viaje poliamoroso con los DJs. Y por último, tras una antigua cortina de sala de cirugía, estaba la habitación más inquietante del sótano. Me encantaba arrastrar despacio la pesada tela para que mis invitados descubrieran un espacio que parecía ocupado solo por un destartalado potro de cuero. Sus ojos no se percatarían de la multitud de argollas en la pared y el techo, hasta que no sintiesen la inmovilización de las cuerdas, momento en que entendían el sentido de ese aparente vacío. Nuestro Atelier capturaba y generaba historias. Hoy, quizás, le tocará vivirlas al amigo de Morna.

Plantado frente a mí, me permite que lo examine como si fuera un sastre que toma medidas. Alto, algunos kilos de más, entradas, perilla y gafas de pasta. Su camiseta de Maybeshewill, ilustrada con una sensual mujer pelirroja, nos pone en automática conexión, como el saludo entre motoristas. Decido que el siguiente tema que suene sea de ellos, así estaremos en armoniosa sintonía.

Él también recorre con la mirada las cremalleras de mi body de látex.

–Me gusta mucho lo que llevas.

Mmm, acabo de usarlo para jugar con Mario, y no me gusta repetir experiencias.

–Gracias, pero voy a cambiarme. Pasa y echa un vistazo tranquilo, no hay nadie más en el Atelier.

Me pongo una camiseta de tirantes ajustada de rejilla, sin nada debajo. Pantalones anchos negros y botas con cordones y tacones de metal. Una gorra de aviador y un collar de cuero con tachuelas completan el atuendo. Al salir, el chico nuevo me mira, parece desilusionado.

–¿Quieres ponerte lo que llevaba puesto? –le pregunto.

–¿Lo dices en serio? –responde asombrado.

–¿Qué número calzas de pie?

–Un 44. No me he vestido nunca como mujer.

–Hoy, sí.

Voy a la sección de zapatería, y cojo unas botas altas con plataforma. Busco un body similar, de látex, también con cremalleras. Escojo la talla más grande, aunque imagino que va a tener serios problemas para ponérselo, incluso con los polvos de talco. Le ofrezco el conjunto. Coge la máscara y la estudia.

–Parece axfisiante –sentencia ante los minúsculos orificios que permiten la respiración.

–Sí, entra poco aire, así que tienes que respirar despacio. Es una manera de autocontrolarte, y quizás de distraerte –añado, casi para mí misma, nunca me lo había planteado antes.

–¿Cómo se pone esto? –pregunta cogiendo el body, que parece minúsculo en sus manos.

–Es muy flexible. Pon polvos de talco en el interior y ve despacio. Ten cuidado en no arañarte con las cremalleras.

–¿Por qué quieres que me vista así? –pregunta de manera automática, como si mis peticiones fueran órdenes. Toca el látex con suavidad, como si fuera a romperse, y como si yo no estuviera ahí.

–Porque quieres hacerlo.

Novela eróticaEn ese momento me mira por primera vez a los ojos. Agarra todo, asiente con la cabeza y se va hacia el probador.

Mientras él se transforma, bajo al sótano y empiezo a prepararlo, enciendo luces, calefacción, música. Saco una botella de tequila y me tomo un chupito que saboreo en la boca unos segundos, quiero borrar el olor del aliento de Mario y calmarme. El ruido de la fusta golpeando su mano resuena en mi cabeza. Oigo un traspiés, un joder y un lento descenso. No tiene mucho sentido acudir en su ayuda en las escaleras, si se resbala la hostia va a ser doble.

Al llegar, me mira, no descifro si avergonzado o impactado, y se observa a sí mismo en el enorme espejo de la pared. Le indico que se siente en el sillón, y yo me siento en el borde de la mesa.

–¿Qué sabes sobre BDSM? –le pregunto directa.

–Me encuentro extraño en esta ropa –Su voz suena distorsionada por la máscara que le cubre la boca.

–¿Extraño bien, o mal?

–Bien. El BDSM me atrae desde hace tiempo. He escuchado experiencias, leído algunos blogs, en ocasiones he azotado, y recibido azotes. Me apetece probar otras cosas, y quiero hacerlo de manera correcta –Su habla es lenta, tiene que respirar cada poco, y las zetas parecen eses.

–¿Te inclinas más por la dominación o la sumisión?

Estoy casi segura de su respuesta, la tengo ante mí.

–Sumisión, quiero doblegarme. El dolor me atrae, lo experimento solo, pero no quiero hacerlo más yo solo. Quiero que me castiguen, que alguien tome control de mi voluntad, y dejarme llevar. No pensar, no decidir, complacer. Querría ser «su siervo».

Al decirlo, se arrodilla ante mí y baja la cabeza. Me quedo en silencio, no lo esperaba. Me pregunto si Morna tendrá algo que ver, si le habrá contado sobre mí. No le conozco apenas, y además aún estoy alterada por la escena anterior con Mario.

–Como te he comentado, no imparto estos talleres. No voy a jugar contigo.

–¿No lo has hecho ya?

Mierda, tiene razón. Le he vestido de látex, cerré el local y lo he sentado en un extraño sótano lleno de promesas. Rebobino la escena: Mario y yo unidos a cada extremo de mi fusta, el cabreo, el dolor y el deseo en las manos, nuestra voluntad a punto de doblegarse, sin saber quién será el primero. Y entonces aparece un extraño al que incorporo al juego incapaz de detener el flujo de mis emociones, le pongo mi ropa e interpreto un rol que no es el mío, ¿me estoy poniendo en la piel de Mario? ¿Este extraño es mi propia representación? Decido averiguarlo.

Novela erótica–Necesito tu palabra de seguridad.

–Jorge –responde sin dudar.

¿Será su nombre? Entiendo que no, yo también utilizo el nombre de alguien cercano como señal para que pare el juego.

–Bien, lo primero, quítate la máscara, necesito ver tus expresiones. No hables, solo escúchame.

Lo mantengo arrodillado, mientras le observo, intento conocerle, o reconocerme. Me levanto y paseo a su alrededor, me concentro en el próximo movimiento, cojo un maletín con distintos utensilios, empiezo a crear en mi mente el guión del juego. Le ofrezco mi mano libre para que se levante, se tambalea pero me sigue. Abro la cortina y entro en la sala de las cuerdas. Me detengo, tiro de su mano para que se aproxime por mi espalda, hasta rozarnos. Siento el latir de su corazón y la fuerte respiración. Tras un par de minutos, me separo y le empujo suave contra la pared, se estremece al contacto de la piedra fría. Su cabeza sigue inclinada, en actitud servil. Cojo unas cintas y cuerdas del maletín. Pongo ambas cintas en las muñecas, él mismo parece un objeto inanimado. Ato las cintas a las argollas de la pared, sus brazos están ahora en cruz. Me acerco hasta que nuestros cuerpos se tocan. Me gusta sentir su amplio pecho sobre mí. Levanto su barbilla, nos miramos unos segundos, sonrío, sonríe. Le cubro los ojos. En ese instante siento un deseo irrefrenable de estar en su lugar.

–Tranquilo, respira, escucha.

Me separo y contemplo mi obra. Es una bonita imagen. La grandeza de su cuerpo, el látex sobre su piel húmeda de sudor , con ese característico olor mezcla de caucho y piel. Sus piernas se mantienen, admiro su destreza con los tacones. Miro su erección, la sentí cuando estaba en mi espalda. Me pregunto si le molestará la cremallera que está colocada en esa abertura. El body no está diseñado para él, separo un poco la tela, se sobresalta. Vuelvo a colocarla con cuidado. Ha aumentado el tamaño. Sonrío.

Cojo el Soneto LVII de William Shakespeare, empiezo a leer:

«Siendo vuestro esclavo, ¿qué puedo hacer sino esperar la hora e instante de vuestro deseo?

No tengo tiempo precioso que emplear, ni deberes que cumplir, hasta que me aviséis.

Ni me atrevo a impacientarme contra la eternidad de las horas, soberano mío, mientras contemplo el reloj aguardándoos; ni pienso en la amargura cruel de la ausencia, cuando habéis dicho adiós una vez a vuestro servidor.

Ni oso interrogar a mis pensamientos celosos dónde podéis hallaros o dónde os llaman vuestros asuntos; sino que, a manera de un triste esclavo, espero y no pienso en nada, a no ser en cómo hacéis felices a aquellos a cuyo lado estáis.

El amor es un loco tan leal, que en cuanto todo hagáis, sea lo que fuere, no halla mal alguno».

Novela eróticaTras la lectura, deposito el libro en el maletín y cojo una pluma de escribir, antigua, un estilizado trozo de madera que termina en un plumín de acero. Aumento el volumen de la música y me acerco de nuevo a él. Abro una a una las cremalleras del body, todas, todas menos la que cubre su erección, ahora menos evidente. Durante un instante recuerdo la cara de Mario cuando liberé mis pechos de unas cremalleras similares, ¿esta misma mañana?

Me concentro en el hombre que me ha prestado su voluntad. Amplío con una mano el hueco que cubre el pecho, y con la pluma escribo: SERÉ. Utilizo una caligrafía alargada, y aprieto al escribir, sé que después se quedará el arañazo, no es un tatuaje pero durante unos días seguirá ahí. En el hueco de las costillas, escribo la palabra TU. Su cuerpo recibe la escritura inmóvil, solo la respiración se detiene cuando poso el acero sobre la piel. Termino añadiendo SIERVO bajo el ombligo. Mientras escribo, mi sexo roza el suyo, siento el movimiento aún bajo la presión del látex.

–Voy a inmortalizar este momento. No te preocupes, al acabar borraré todo.

Otra vez las fronteras del trabajo y el placer se difuminan. No puedo resistirlo, necesito sacar fotos de la escena. Cojo mi cámara y empiezo una improvisada sesión. Inmortalizo la letra algo borrosa por el contacto de la tinta con su propia sudoración, las piernas, estiradas, unidas en la búsqueda de equilibrio que ya empieza a ser precario, las marcas de las tiras de cuero en sus muñecas. Le fotografío en cada ángulo, con el profundo deseo de estar en su mente, saber cómo y porque llegó hoy aquí. En cada foto me acerco a su historia, que ahora ya es mía.

Nunca hay dos iniciaciones iguales, puede haber similitudes, pero el viaje interior de cada uno hacia el BDSM siempre es distinto.

Soy consciente del dolor que debe sentir con esas botas, así que termino la sesión de fotos. Le desato y le acerco, muy despacio, al potro que hay en la sala para que se siente. Respira aliviado. Libero sus ojos, que tardan en acostumbrarse a la escasa luz de la estancia. Está empapado. Le seco la cabeza y el cuello con una toalla, me siento tras él y le abrazo. Siento su cuerpo tembloroso, me aprieto a él hasta que recupera la tranquilidad. Me coloco a su lado y cojo la cámara para enseñarle la sesión.

Observa la foto en la que se leen las tres palabras que escribí en su torso y abdomen. Llora. Me mira sollozando.

–Gracias, muchas gracias.

Novela eróticaLe doy la cámara para que repase las fotos, cojo crema para las cicatrices y la aplico sobre las palabras. No se inmuta. Le libero de las botas, limpio y froto piernas y pies para que recupere la circulación. Cuando se recupera subimos a la tienda, se cambia y aparece ante mí, ahora, incapaz de mirarme a los ojos.

–¿Quieres que borre las fotos?

–No hace falta, nadie me reconocería –responde con un tono casi infantil, como si no quisiera molestar–. ¿Puedo quedarme una? –añade de inmediato.

–Escríbeme tu mail, te la mando.

–¿Puedo volverte a ver? –pregunta tembloroso, mientras apunta su email en un papel.

–Me ha gustado jugar contigo, pero prefiero que sigas tu camino. Haz el curso, prepárate, conócete a ti mismo, explora.

De nuevo, creo ver decepción en su expresión.

–El vínculo es irrompible, y yo siempre estaré por aquí. Pero no puedo acompañarte en el recorrido, ahora no –le aclaro.

Duda antes de despedirse. Cuando cierro la puerta tras él, me derrumbo en el suelo. ¿¡En qué cojones pensaba cuando le invité a quedarse!? Yo no inicio a nadie, no juego con alguien a quién acabo de conocer, no estoy en posición de hacerlo.

Quizás, cuando me di cuenta era demasiado tarde. La cita con Mario, ciertamente, me había alterado, soy consciente de mi descontrol, y me enfado, me cabreo mucho conmigo misma. En esta ocasión no es un juego divertido, ni siquiera me parece un juego ya. Me levanto, cojo el móvil, voy a escribirle un mensaje, pero en vez de eso, borro su número de teléfono. Empiezo a reírme de la gilipollez que acabo de hacer, de las muchas que he hecho desde que le conozco.

Son las 14:30, cierro el Atelier y mando un mensaje a Karen:

«Mañana intensa, ¿comemos?»

«Ven a casa, estoy sola»

Me alegro, no me apetece nada ver a sus compañeros, los DJs. Me quito las botas de tacón y las sustituyo por mis Martens, me pongo una cazadora sobre la camiseta de rejilla. Karen no se extrañará de mi atuendo, cuando estamos en el Atelier jugamos mucho con la ropa. Me encanta este sitio. Es como una burbuja. Salgo de ella. Hace un poco de frío y los pezones se endurecen. Mi excitación vuelve con la misma intensidad que siento desde hace días, independiente de los orgasmos, de las órdenes que le doy a mi cerebro para que me dé un descanso, de la rabia que me da el inexistente autocontrol en el que me hallo sumida. Pongo música alta y repaso uno a uno algunos de mis principios básicos:

No forzarme, ni forzar, dejar que surja.

Buscar el placer y la felicidad en todo lo que hago.

Cuidarme, y cuidar.

Autocontrol, autoconocimiento, autoestima.

Mario y yo no somos una buena idea. Mi mente lo tiene claro, mi cuerpo va a su puta bola.

Ya puedes leer el siguiente capítulo de esta novela erótica, aquí: MIND FUCK: la historia de sexo de Andrea (IV)

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