Novelas eróticas

Placer y dolor (2): El bálsamo del Tigre Rojo – Extracto de «Latidos de lujuria»

Descubre cómo el bálsamo del Tigre Rojo hace desequilibrar la balanza hacia el disfrute más sublime. También puedes acompañar la lectura con el clip musical que hemos insertado a petición de la autora (River, de Bishop Briggs)

Sinopsis del extracto anterior: Erik, El Vikingo, tiene a Inés, India, en la cruz y su escena BDSM, bajo la atenta mirada de sus guías, Titania y Oberón, se desarrolla con un plumero luego de haber atrapado uno de los pezones de Inés con una pinza.

Nota sobre derechos de autor y publicación: el extracto de esta novela erótica ha sido escogido y autorizado en exclusiva para su publicación online por la autora para Volonté, el blog de LELO.

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Placer y dolor (2): El bálsamo del Tigre Rojo

—Hace cosquillas —murmuró Inés, con la voz grave y ronca.

Erik sonreía, atento a sus reacciones, mientras deslizaba las plumas por el interior de sus brazos y muslos, abdomen y encima de su monte de Venus. Cuando rozó sus pezones, aún oprimidos por las pinzas, Inés emitió un gemido ahogado.

—Erik, por favor.

—Amo. Soy tu Amo hoy. Voy a darte la vuelta, liten jente. Así podré azotarte ese culo maravilloso que tienes.

Inés no respondió. En cuanto sus piernas se vieron libres, frotó los muslos entre sí, buscando algún alivio para su desesperación. Estaba tan excitada que le dolía todo el cuerpo, tenía todos los músculos en tensión, pero no era capaz de desprenderse de cierto sentimiento de temor.

—Para empezar, Oberón me ha aconsejado esto —susurró. En su mano sostenía una palmeta de cuero, semirrígida, y de unos quince centímetros de ancho—. Y voy a emplear un pequeño truco también de su sugerencia.

Liberó sus pezones de las pinzas e Inés reprimió un quejido al notar de nuevo aquel relámpago de dolor. Erik los lamió, muy despacio y el latigazo de placer fue tan brutal, que su sexo se contrajo, hambriento, y desapareció cualquier vestigio de molestia. Su clítoris palpitó con vida propia. Inés jadeó.

—Amo. Por favor. ¡Fóllame, por favor! —rogó.

Las cadenas que sujetaban sus muñecas chasquearon con un sonido metálico al querer acercarse a él, pero estaba bien sujeta. Un olor mentolado la distrajo de la lujuria y consiguió recuperar un poco el control.

—¿Qué es? —preguntó, intentando enfocar de nuevo su atención.

—Solo otra manera de intensificar las sensaciones —dijo Erik, y le mostró un diminuto botecito rojo, lleno de un bálsamo casi transparente que desprendía un intenso aroma a menta y alcanfor—. Pondré muy, muy poca cantidad, pero dime si es demasiado para retirarlo. Recuerda, la palabra de seguridad es «Glaciar» —Y deslizó un dedo, impregnado del bálsamo, entre los labios de su sexo y sobre el clítoris. Después lo hizo por sus pezones, que reactivaron la corriente de placer y dolor.

—Está frío —dijo Inés, extrañada. Erik le desató las muñecas y le dio la vuelta, mientras ella se concentraba en el cosquilleo de su sexo, que comenzaba a revestirse de una creciente sensación de calor.

—Uhm. Ahora siento calor —gimió. El calor era cada vez más intenso—. Oh, joder. ¡JODER! —exclamó.

Recibió el primer azote en el trasero y viajó replicando el impacto en su sexo y sus pechos en esa corriente deliciosa, que multiplicó en su cuerpo el placer y el calor.

La música cambió, con River de Bishop Briggs, y  Erik adoptó un ritmo rápido con pequeños azotes que la hicieron estremecer e intentar juntar los muslos con desesperación. Entonces descargó uno fuerte y seco.

—¡Mierda! —gritó Inés, esta vez de dolor. Pero antes de volver a tomar aire, la corriente ya había mutado en placer y su sexo se contrajo rítmicamente en un preorgasmo. Si le tocaba los pezones, se iba a correr. Si le tocaba el coño, se iba a correr. Intentó apoyarse en la cruz en busca de contacto, algo en lo que sostener su cuerpo, con lo que frotarse, pero las aspas estaban bien pensadas y no consiguió la fricción.

—Amo, por favor…fóllame. ¡Fóllame! —gritó, sin importarle que Titania y Oberón estuvieran allí.

—¿Quieres que me detenga? Ya sabes lo que tienes que decir.

—¡No! —sollozó—. Fóllame. Por favor. Por favor. ¡Por favor! —repetía con cada azote recibido en las nalgas.

Erik dejó la palmeta encima de la mesa  y llevó las manos a la bragueta, más que dispuesto a darle lo que pedía, pero Oberón lo detuvo.

—No. No cedas ahora. Sé que parece irresistible, pero debes acabar lo que empezaste —Erik lo miró como si estuviera loco. Las palabras de Inés resonaban justo en su polla—. Ponle la mordaza y continúa azotándola.

Inés soltó un grito desgarrador de pura frustración.

—Cabrón. ¡Cabrón! —No sabía cuál de los dos se merecía más el insulto. Se retorció contra las abrazaderas que la sujetaban a la cruz y Erik se volvió hacia Oberón, preocupado.

—Tengo miedo de no saber cuándo parar.

—Lo sabrás. Hazlo —dijo el Dominante.

Erik se estrechó contra la espalda de Inés y el contacto con su cuerpo, aunque estuviera vestido, fue brutal. Se arqueó  de puntillas y frotó su trasero contra el bulto de su erección. Cerró los ojos, intoxicada con su aroma y abrió la boca cuando él se lo ordenó, dejándose poner la mordaza en un trance. El morder con fuerza la bola de silicona le permitió aliviar un poco la tensión. Él le rodeó el mentón con la mano y alzó su rostro. Inés reunió en su mirada el odio, la lujuria y la más absoluta desesperación.

—Queda poco, liten jente.

Emitió un gemido, amortiguado por la mordaza y asintió.

Erik no la dejó descansar. Reanudó los azotes hasta dejarla de nuevo al borde del orgasmo. Notaba la lubricación empapar el interior de sus muslos y su sexo y su ano se abrían y cerraban en contracciones rítmicas fuera de su control. En un momento, las rodillas le fallaron y quedó colgando de las muñecas. Erik la desató de la cruz y se aferró a él con avidez.

—¿Quieres parar? —dijo, desatándole la mordaza.

Inés alzó el mentón, retadora.

—No. Fóllame, Amo. Por favor —susurró, en un hilo de voz.

Erik asintió. El cuerpo de Inés estaba perlado en sudor, el aroma dulzón de su sexo superaba el de la menta, percibía en la manera que se abrazaba a él que estaba muy cerca del límite. Volvió a amarrarla a la cruz de frente e Inés gimió. Sabía exactamente lo que tenía que hacer.

Sostuvo la palmeta un segundo, calculando la intensidad del impacto, y azotó con fuerza el sexo de Inés.

—¡ERIK! —sollozó, encogiéndose por el poder arrollador del orgasmo que la golpeó.

Su cuerpo se deshizo en un mar de fuego y las lágrimas anegaron su rostro con la intensidad del placer que la inundó. Por un momento, fue tan sublime que se desconectó de la realidad. Comprendió lo que era una pequeña muerte y flotó en un ambiente ingrávido de endorfinas y libertad, en el que se mezclaba el aroma de Erik y una sensación de pertenencia que jamás había experimentado.

Con un sentimiento inefable, cerró los ojos y se dejó caer.

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