A lo largo de la historia algunos se han devanado los sesos para establecer impuestos de lo más variopintos; véase, por ejemplo, el Vectigal urinae (la orina recolectada en las letrinas públicas se empleaba para numerosos procesos, tales como lavar la ropa, como blanqueador, como dentífrico… Vespasiano lo vio como una oportunidad de sacar dinero y así dispuso la nada olorosa tasa) o el Aes Uxorium (que venía a ser un: «si estás soltero, apoquina». Este fue cosa del emperador Augusto con el objetivo de recuperar la «familia tradicional» como la base de una nueva Roma). «No quiero, no quiero, pero échalo en el sombrero»… En el siglo XVIII, en Reino Unido, se decretó el impuesto por sombrero poseído (y no, no por llevarlo; evidentemente, los pudientes contaban con más de estos accesorios que los menos favorecidos) o el delirante impuesto al celibato que estuvo en vigor no hace tanto en Rumanía: Nicolae Ceaușescu y su esposa y mano derecha, Elena, convinieron que una buena medida en favor del aumento de la natalidad era, en primer lugar, prohibir el aborto y, de paso, promulgar un tributo por si las mujeres no concebían en un período determinado. Pero ¿acaso sois capaces de creer en la existencia de un impuesto sobre los pechos y, además, sobre la base de su tamaño?
Sigue leyendo…
Hablemos del más que controvertido Mulakkaram o impuesto de los pechos o impuesto sobre el pecho.
En el siglo XIX, en la India, en concreto en el Reino de Travancore (actual estado de Kerala) se cuenta que se implantó entre las féminas de los Nadars, Ezhava y otras comunidades de castas inferiores, a razón de que «si estas querían cubrirse los senos, debían pagar por ello». Tengamos en cuenta que el cristianismo había ganado simpatizantes y la moral religiosa no casaba con el ir mostrando el pechamen y ya ni mentemos al Raj británico y sus estándares victorianos, aunque también se especula con que esta fuera otra medida más para mantener oprimidas y en un continuo umbral de la pobreza a aquellas gentes.
Contextualicemos: conforme al sistema de castas indio, cuanto más bajo en el escalafón, más restricciones y menos derechos. Dícese en determinadas fuentes que, de acuerdo con la tradición, las mujeres de «bajo nivel» estaban obligadas a mostrar los pechos. La ropa simbolizaba estatus y dignidad, y el tener el tronco superior al descubierto era un signo obvio y categórico. Se enviaban tasadores a los hogares pues, como ya hemos citado más arriba, no todas las domingas valían lo mismo, y se establecía un precio acorde al tamaño de los senos: cuanto más grandes, más que abonar, y ni las adolescentes se libraban. Claro, si de por sí el hecho de ser mujer suponía una carga familiar, al menos, hasta el matrimonio, si para colmo había que cumplir con el impuesto según sus atributos mamarios… Con tal de sumar, por descontado que se decretaron otras tasas y prohibiciones, como las que las vetaban a usar joyas o que ningún varón perteneciente a estas castas luciese bigote.
El tiempo transcurrió y la situación cada vez se volvió más asfixiante: se relataron sucesos de humillación pública de aquellas que, negándose a ir con el pecho al aire, fueron desnudadas por completo para gran escarnio o abusadas por las autoridades; sin embargo, el punto de inflexión lo marcó Nangeli. La mencionada, oriunda de Cherthala, no podía costearse el lujo de pagar el impuesto y, asimismo, le parecía inmoral, así que lo rehusó. El tasador, ni corto ni perezoso, fue en su busca y se presentó en el hogar de esta, la cual, y como forma de firme protesta, lo recibió con los pechos amputados y servidos en una hoja (quizá de palma).
Como cabe esperar, Nangeli murió desangrada y, cuando se procedió a la incineración, su marido, Chirkundan, saltó a la pira funeraria para acabar con su vida. Tras lo acontecido, numerosas mujeres se manifestaron rebelándose en contra del Mulakkaram en lo que se conoció como la revuelta Channars, de 1839 a 1859 (hay investigadores que discrepan de este dato). Si bien, los frutos del sacrificio de Nangeli y del resto de las féminas no fueron inmediatos: años más tarde, y por presiones internas del Gobierno británico y los misioneros cristianos, se concedió que estas se taparan los pechos; no obstante, mantuvieron la prohibición de que vistieran a semejanza de las castas superiores. A Cherthala se la rebautizó como Mulachiparambu, «la tierra de la mujer de los pechos».
El Mulakkaram no se abolió de manera permanente hasta 1924; aunque tanto este como la narración de Nangeli tienen sus firmes detractores: el historiador y autor Manu S. Pillai sostiene que sí hubo impuestos para las mujeres de castas inferiores en los primeros siglos en partes de Kerala, pero NO en cuanto a taparse los senos, ya que incluso las féminas de la realeza no se los cubrían o, en sus propias palabras: «Antes de que los británicos llegasen a la región, cubrirse el torso no era una muestra de modestia o virtud, tanto en el caso de los hombres como en el de ellas». En cambio, lo que llevaban las castas superiores era una hombrera que denotaba su posición elevada.
Pese a que hay quienes se autoproclaman descendientes directos de Nangeli, parece ser que no se conservan evidencias sólidas de que tuviera parientes. Otros sugieren que, de existir esta, en realidad se suicidó o fue asesinada por las autoridades o miembros de una casta superior y otros tantos; que lo referido hasta ahora es un refrito de realidades, imaginario popular y propaganda.
Sea como fuere, la historia/leyenda concreta del macabro acto de protesta contra el Mulakkaram por parte de Nangeli ha inspirado a artistas como Chithrakaran Murali (Murali T) o al director Yogesh Pagare en su corto Breast Tax (2018). Y qué decir de los ríos de tinta que siguen corriendo a expensas, eso sí, de los indudables mares de lágrimas derramados por la opresión ejercida sobre aquellos que todavía hoy en día cargan con el peso de haber nacido «intocables».