Un idiota no es libre, un responsable puede serlo. Libertad y responsabilidad son, en una persona organizada en un mundo organizado, hebras de la misma cuerda.
Sucede en ocasiones que el ejercicio de la libertad (responsable) es un asunto trágico. Trágico en cuanto a que al sujeto se le presentan dos planteamientos perfectamente razonables pero incompatibles entre sí. O hago (apoyo) esto o hago (apoyo) lo otro, no puedo hacer los dos y es desde mi libertad responsable que tengo que hacer eso tan doloroso de elegir. Ese fue el caso de Victoria Kent que se manifestó de manera «espectacular» en el célebre debate parlamentario que tuvo que sostener con Clara Campoamor el 1 de octubre de 1931 en el Congreso de los Diputados sobre el derecho a voto femenino. Un ejemplo magistral de como un político se somete, contra su voluntad, contra su beneficio, a lo que considera un bien mayor. Un ejemplo mayúsculo de lo que debe ser la función de un político que hoy se nos hace, de puro honesto, extraño.
¿Quién era Victoria Kent?
Victoria Kent nació en Málaga el 6 de marzo de 1892 (o quizá de 1891) en el seno de una familia de ideas liberales. Sus ideas feministas se desarrollan pronto en ella. Tras titularse como maestra, se dirige a Madrid y se aloja en la Residencia de Señoritas, un centro de estudios asociado a la Institución Libre de Enseñanza, y que tenía como finalidad primordial preparar a las mujeres para algo que hasta entonces se antojaba bizarro: cursar estudios universitarios.
La directora de esta residencia de estudios era María de Maeztu, que influyó y aposentó las ideas progresistas y feministas de Victoria.
Ingresa en 1920 en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid, y en 1924 se doctora y empieza su ejercicio profesional. Es la primera mujer que abre un bufete de derecho laboral en España. En 1931, se convierte también en la primera mujer en España en asistir a un inculpado, Álvaro de Albornoz (un militar republicano que se había sublevado contra Alfonso XIII en la llamada Sublevación de Jaca) frente a un tribunal militar en un consejo de guerra. Victoria no solo procedió con su defensa, sino que, además, consiguió su absolución. Sus ideas republicanas, libertarias y feministas, su talento y determinación, así como las relaciones de amistad y respeto que establece a partir de este juicio, la llevan a ser candidata a diputada por el Partido Republicano Radical Socialista en las elecciones general del 28 de junio de 1931. Sale elegida, y junto a Clara Campoamor y Margarita Nelken, se convierten en las tres primeras mujeres que alcanzan un acta de diputada. La sesión de Cortes del 1 de octubre inicia los trámites para la aprobación de una nueva Constitución. Entre los múltiples artículos que deben debatirse, uno, el artículo 36 que incluye el sufragio universal, y con él, el voto femenino. Victoria debe enfrentarse a su libertad.
El dilema de Victoria
Las dos tesis principales son conocidas y ambas tienen sentido y se presentan extraordinariamente bien razonadas. Campoamor defiende que, independientemente de lo que suponga, la democracia solo puede darse si votan las mujeres. Victoria medita, sopesa, traga saliva, se enfrenta a un extraordinario dilema, y acaba argumentado que el voto femenino es un voto cautivo: que la mujer de 1931 es un sujeto que no ha podido, por ser completamente dependiente de la visión de un hombre (su padre, su marido, su confesor…), alcanzar la autonomía y la responsabilidad que da el plasmar una elección política. Y que, por tanto, su voto será mayoritariamente conservador, que no reflejará lo que en verdad es su voluntad, sino la de su tutor masculino, y que, por ende, pondrá en peligro la incipiente República y con ella la democracia. El voto femenino debe ser aplazado.
Las últimas palabras de su discurso dicen: «[…] Si las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino. Pero en estas horas, yo me levanto justamente para decir lo contrario y decirlo con toda la valentía de mi espíritu, afrontando el juicio que de mí puedan formar las mujeres que no tengan ese fervor y estos sentimientos republicanos que creo tener. […] Yo no puedo sentarme sin que quede claro mi pensamiento y mi sentimiento y sin salvar absolutamente para lo sucesivo mi conciencia. […]».
Si esa actitud trágica frente a la idea, acertada o errónea, no es un ejercicio de libertad responsable, es que entendemos pocas cosas. La votación es favorable a los postulados del sufragio universal de Clara Campoamor, las tesis de Victoria no se imponen. En las siguientes elecciones de 1933, votando por primera vez las mujeres, ganan las coaliciones de derecha y Victoria no vuelve a salir elegida.
Es en las elecciones del 36, el año de la catástrofe, cuando Victoria Kent obtiene nuevamente su acta de diputada. Apenas ocho meses después, Victoria está luchando en el frente del Guadarrama antes de exiliarse a Francia, de donde debe nuevamente huir, en 1948, tras el régimen de Vichy y una persecución en la que adoptó una identidad falsa. Se traslada a México y de allí a Nueva York, en 1950, donde conoce a la que sería su compañera sentimental hasta su muerte: Louise Crane. Regresó a España, más de cuarenta años después de su exilio, en 1977, pero volvió a Nueva York, donde falleció el 26 de septiembre de 1986.
A lo largo de todos esos años no dejó de alcanzar puestos de notoriedad en su lucha republicana contra el franquismo y a favor del feminismo. No estuvo quieta ni un solo día, no dejó de ser libre ni de ser responsable.
La responsabilidad de saber lo que se quiere
Sabemos que hubiera sido más agradecido abordar en esta sección primero la figura de la luchadora infatigable y rival de ideas, Clara Campoamor. Pero ha habido algo, en estos tiempos dogmáticos en los que solo prima la conveniencia, el aplauso del respetable y el mostrarse como no pecador antes de entender el pecado, que nos ha hecho contar la historia de Victoria: el hecho de que la libertad no es una estrategia para conseguir lo que se quiere, sino la responsabilidad de saber lo que se quiere. Aunque no de «likes».
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