«Puedo quitarle cualquier mujer a cualquier hombre».
Mercedes de Acosta
Los motes, los sobrenombres, los apodos, cumplen la función, normalmente malintencionada, de categorizar al que lo ostenta de manera que, gracias al prejuicio del apodo, uno, al toparse con el del mote, no tenga que perder mucho tiempo en eso farragoso de intentar conocer a alguien. Si un rey es «el hechizado», nos es fácil presuponer que era más bien rarito; si a otro lo llaman «Pepe Botella», ya creemos conocer algunas de sus aficiones; o si se trata de «Juana la loca», es de suponer que algo no rodaba muy redondo por allá en su sesera. Pero el mote, además de una caracterización simplista y normalmente falsa, imprime «fe de bautismo»: es, como los chicles en las suelas de los zapatos, una carta de presentación de la que uno no se va desprender ni aún tirando los zapatos. El Hechizado, El Botella o La Loca lo serán independientemente de lo que demuestren en su trayectoria vital, para toda la vida. A Mercedes de Acosta, en el glamour y el lujo de la «upper class» norteamericana del Hollywood dorado, le confeccionaron un sobrenombre: «la lesbiana furiosa».
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¿Quién era Mercedes?
Hija de un acaudalado cubano de padres asturianos y de una andaluza descendiente de la casa de Alba (Mercedes era una Alba), nació en Nueva York en 1893 y pronto se vio que dos cuestiones principales iban a orientar su existencia. La primera, el ser una «societé», término anglosajón aunque afrancesado en la pronunciación que hace referencia a aquellos pudientes que suelen aparecer en cualquier sarao que se precie y emplean su fama en lo benéfico y en sus aficiones. La segunda, el que su orientación sexual eran exclusivamente las mujeres, pero con un marcado componente mitómano y una eficacia y obcecación en sus carnales propósitos envidiables. Cierto que empleó parte de su tiempo en la escritura: era dramaturga, novelista y poeta de cierto reconocimiento en su momento, pero esas veleidades artísticas de «salonnière» y esa tarjeta de presentación también son frecuentes en los de su posicionada estirpe (sea esto dicho sin ningún afán de menospreciar sus propuestas literarias, que no tengo el gusto de haber leído). El caso es que su biografía erótica fue demasiado poderosa como para que no acabara ensordeciendo cualquier propuesta artística que de ella emanase. Y su «moderno» y reivindicativo posicionamiento en torno a la sexualidad, al lesbianismo y a la mujer como elemento autónomo, era demasiado notable como para no dejar ver otra cosa.
Sus amantes famosas y el «círculo de costura»
Vamos a decirlo sin mucho preámbulo: ¿Han oído Vds. hablar de una tal Greta Garbo, Marlene Dietrich o Isadura Duncan? Pues bien, si algo en común tienen estas señoras es que las tres fueron amantes de Mercedes. Eso no implica que fueran las tres (únicas) amantes de Mercedes, sino que, entre el sinfín de celebridades femeninas que pasaron por sus besos, estas señoras fueron tres de ellas. Vamos, que no dejó estrella sin sorber. Unas de manera más o menos fugaz, pero otras, como en el caso de Garbo y su legendaria frialdad, de forma más o menos estable y sostenida. Y eso que Mercedes tenía un hándicap: ella no se callaba, no ocultaba, no disimulaba su orientación sexual y, si bien a alguna de sus amantes la cosa de la ambigüedad pudiera parecerle una excentricidad chic, salir fotografiada en excesiva cercanía con nuestra protagonista era una declaración que no dejaba lugar a duda. La cosa de la indefinición o de la ambivalencia en materia erótica podía resultar tentadora y hasta rentable en una estrella de la Era dorada de Hollywood (Dietrich o la misma Garbo son un ejemplo de ello), pero no hay que olvidar que entre los mortales que configuraban en ese momento fuera del Olimpo la sociedad, ser considerada lesbiana era poco más o menos caer en el estigma de un pozo del que no había salida. Algo que las intocables del firmamento no podían olvidar del todo pues una puede ser una diosa pero, a veces, las pedradas llegan muy arriba. «El círculo de costura» fue una de esas redes sociales de alto standing donde las mujeres lesbianas y bisexuales de Hollywood, que hasta tenían prohibido por contrato con las productoras cinematográficas el mostrarse como lesbianas o bisexuales, podían establecer acceso franco entre ellas y hasta marcar estrategias de disimulo (como casarse con varones homosexuales para calmar a la plebe, cosa que Mercedes ya había hecho hasta que dijo que lo suyo no era el disimulo). No hay que ser muy sagaz como para deducir que el citado círculo fue un privado coto de caza para nuestra infalible Mercedes y que amplió su lista de jugosos encuentros hasta que el límite (siempre hay un límite por más que el cielo se vea cristalino) vino a depararle un desapacible final. Su honestidad y su valentía fueron los que le hicieron tocar techo. Demasiado arrojada, demasiado entregada, «demasiado» lesbiana como para que sus contactos (Garbo, a la que ella consideró el amor de su vida, incluida) la fueran abandonando. Cuando Mercedes, enferma de un tumor cerebral y sin recursos, publicó en 1960, unos años antes de fallecer, sus memorias, el citado y progresivo abandono se convirtió en el corte de cualquier vínculo con ella.
Una sentencia contundente
«Puedo quitarle cualquier mujer a cualquier hombre», declaró un día. Y esa sería quizá su sentencia de soledad que la acompañaría como un epitafio más allá de su vida. Ella fue sin duda, aunque sin duda fue mucho más que eso, lesbiana y furiosa. Dios la tenga en su gloria.