Ahora, en Afganistán, las mujeres tienen prohibida su escolarización a partir de los doce años. Las niñas no tienen acceso al nivel educativo antes incluso de su primera menstruación. No por costumbre, sino por ley. En Somalia, según datos de las Naciones Unidas, solo acceden a una educación primaria un 2’7% (de cada cien niñas no llegan a tres las que pueden escolarizarse), y en Sudan del Sur, República Centroafricana, y Chad, las cifras más optimistas no alcanzan el 20%.
Las niñas son un bien patrimonial que debe saber exclusivamente realizar tareas domésticas: sumar, leer un libro o conocer algo de geografía es un impedimento para esto que pone en juego la validez y la reputación de la familia que entrega a la niña, y la consideración que sobre ella misma pueda tener la propia niña.
Y hay otro factor que puede impedir por ley que una mujer acceda a estudios universitarios: que se las considere a todas (no a esta mujer o a aquella, sino al genérico «mujer») como retrasaditas incapaces de acceder al conocimiento y que, además, si se les dejara acceder, solo iban a distraer al personal capaz de aprender algo (los hombres).
María Elena Maseras
En la primera mitad del siglo XIX (el tiempo en el que vivieron nuestras bisabuelas), en España, estaba prohibido, por ley, el acceso de las mujeres a las universidades. España, como gran parte de Europa, se enfrenta a dos corrientes difícilmente reconciliables: las ansias de igualdad entre todos los seres humanos, independientemente de su sexo, procedente de las ideas ilustradas y la división del trabajo que genera la primera revolución industrial; y la segunda corriente, que desplaza a la mujer de las tareas productivas del tipo que sean para centrarlas exclusivamente en labores domésticas.
En esa época se dan, por tanto, el origen del primer feminismo reivindicativo y, por otro, un férreo impedimento legal y moral para que las jóvenes accedan a los canales de educación académicos. El paradigma naturalista (con Darwin entre muchos otros), según el cual la mujer es un elemento sentimental y frágil no dotado para la intelectualidad y el trabajo (una especie de estado intermedio entre el animal y el hombre), se refuerza y sitúa socialmente a la mujer al servicio del hogar y del varón que trae el sustento a casa. En estas condiciones, cualquier forma de escolarización de las mujeres es solo una forma de ir contra natura, un estorbo y un desajuste.
Aun así, las niñas podían escolarizarse, segregadas y muchas veces con contenidos específicos, en las etapas iniciales de su existencia, pero de ningún modo podían acceder a estudios universitarios. Estaba prohibido por ley pues eso era poco menos que una depravación del sistema, una especie de equiparación errónea y perversa que acabaría desarticulando el orden social.
Las primeras mujeres en pisar una universidad en España
En 1842, año convulso en España con sucesos como el bombardeo de Barcelona por el general Espartero, una mujer, Concepción Arenal, consigue plaza de oyente en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid. Solo podrá escuchar, no obtendrá ningún título, mérito o acreditación que le permita ejercer como abogada. Ese es el acuerdo con el que llega con el rector después de que, disfrazada de hombre y con el pelo rapado, ha pasado unos meses infiltrada. Acuerdo que consigue evitando la inevitable expulsión fulminante, tras ser sometida a una prueba especial de aptitudes y tras aceptar estar segregada en clase y siempre bajo la vigilancia de un bedel para que no confraternice ni interrumpa a sus masculinos compañeros.
Treinta años más tarde, en 1872, iniciado el Sexenio Revolucionario bajo el reinado de Amadeo I de Saboya, una mujer solicita ingresar como alumna de pleno derecho en la Universidad de Barcelona. Se trata de María Elena Maseras Ribera. Para ello tuvo que obtener nada menos que un permiso especial del propio monarca y, aún así, las condiciones en las que recibió la formación universitaria no fueron equiparables a las de sus compañeros masculinos.
De momento, no podía asistir con el resto del alumnado y debía recibir las clases de manera particular, luego es aceptada presencialmente en las aulas y, cuando finaliza y aprueba su licenciatura, trabas burocráticas consecuentes a los recelos que despierta una situación que nunca se había dado con anterioridad, retrasa su título en Medicina cuatro años más sin que conste que se le autorizase a doctorarse y poder ejercer la profesión.
En ese tiempo de espera, aprovecha para licenciarse en Magisterio. Pero algo se había avanzado: María Elena pudo acudir como mujer, sin estar disfrazada como hombre. Elena deviene la primera mujer en España en cursar una carrera universitaria.
¿Quién era María Elena Maseras?
María Elena Maseras nació en 1853 en la localidad de Vilaseca (Tarragona) dentro de una familia en la que los hombres habían cursado estudios médicos. Su encono y su firmeza en no ser discriminada en el ámbito académico por ser mujer le permitieron acabar los estudios de bachillerato, hecho este que, por ser extraordinario, fue la primera mujer de su época en conseguirlo, se reseñó por la prensa.
María Elena nunca ejerció de médica y sus labores profesionales se centraron, no sin dificultades, en el magisterio como profesora de educación básica, así como en la escritura de artículos para algunos periódicos locales. El 4 de diciembre de 1905 fallece por una insuficiencia cardiaca. Cinco años después, en 1910 y sin que ella llegara a verlo, a las mujeres se les permitió oficialmente en España acceder en igualdad de condiciones (teóricas) a estudios universitarios. Hay unos jardines, en el centro de Barcelona, en la calle Rosellón, al que ciento once años después se le puso su nombre. Allá se mantiene erguida una hermosa palmera.
Conclusión
María Elena Maseras no estuvo, en su infinita soledad, tan sola en esta gesta de la libertad. Apenas dos años después, y sin que todavía estuviera permitido legalmente, se doctoró la primera mujer en Medicina, Dolores Aleu Riera y solo tres días después la segunda, Martina Castells Ballespí. El siglo XIX también nos aportó una nueva semántica anglosajona a un término de origen francés: «pionero». El que descubre primero nuevas tierras, el soldado de infantería que llega en primer lugar a un lugar remoto. Ese fue el verdadero oficio de María Elena Maseras: el de abrirnos paso, machete en mano y voluntad en la empuñadura, a todas las que vendrán después. Conseguir hacer que este mismo hecho de educarse en igualdad de condiciones que un hombre se perciba como algo cotidiano, indiscutible, irrevocable (al menos, mientras talibanes, Trump o Dios Padre no lo impidan).
Recibe más artículos como este en tu email (es GRATIS)