Mujeres libres

Mujeres libres: Josephine Baker, una mujer de película

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Hay veces, las menos y lo sé por mi condición de terapeuta, que en el intento de comprensión de una persona, una enseguida se percata de que no se trata de una persona, sino de todo un continente. No se trata, por tanto y tan solo, de abordar una biografía y una historia, sino varias. En ocasiones, centenares de biografías y no de intentar comprender un hecho histórico, como podría ser la ascensión de Napoleón hasta devenir emperador de Francia, sino de infinidad de historias que se entrelazan y afectan unas a otras. Cuando una topa con una persona así, la tarea se vuelve titánica. Si además los resultados de la investigación se tienen que volcar en un folio y medio, además de titánica la tarea está condenada a un seguro fracaso. Es por eso que desde el primer día que tuve a bien hacerme cargo de esta sección de «Mujeres libres» en el blog Volonté, un nombre irrumpió en mi cabeza: Josephine Baker. Pero junto a esa posibilidad de decir algo sobre ella emergió otra: ¿Qué demonios voy a decir de una mujer sobre la que solo se podría empezar a captar la amplitud de su existencia si dispusiéramos de la extensión de la Enciclopedia Británica o la del siniestro «El libro de arena» que ingeniara Borges? Así que fui postergando el intentar explicar quién era Josephine Baker, pues se iban intercalando otras mujeres fascinantes y también interminables, una tras otra… Hasta hoy, día en el que el sentido común me dice que mejor decir cuatro cositas y dos pinceladas sobre quién era esta mujer increíble que no decir nada y que alguien pueda quedar sin saber que personas y mujeres así existen.

Josephine Baker

Protagonista de varias «películas de vida»

Si a uno se le dice que una mujer negra nace en San Luis, Misuri, en 1906, hija de una lavandera, con un padre que se larga cuando apenas la conoce y un padrastro que no sabe hacer nada más que beber cerveza y que, con apenas ocho años, ya trabaja de criada en casa de un blanco rico que la trata con el mismo aprecio que al cubo de la basura… Y que con trece y sin apenas escolarización ya está casada, y antes de los 16 ya se ha divorciado no de su marido, sino de su segundo marido y que, además, se gana algunas perras extras deambulando por oscuros locales de jazz y bailando en la calle, podríamos pensar que la «película» es un dramón de primera magnitud y que en ningún caso va a acabar bien.

Si a uno se le dice que una mujer con apenas veinte años es la más famosa estrella del Folies Bergère parisino, pero no solo eso, sino que es la celebridad más fotografiada y famosa de la historia, de manera que hasta una Madonna o una Beyoncé de hoy en día quedarían eclipsadas a su lado, y que por sus servicios prestados en la II Guerra Mundial recibió las más altas condecoraciones que entrega Francia (la Legión de Honor y la Cruz de Guerra)… O que en 1963 fue la única mujer que habló en la Marcha de Washington por los derechos civiles junto a Martin Luther King (y su «I have a dream») y que en su entierro recibió honores de estado, podríamos pensar que la «película» es épica y que, en cualquier caso, no tiene nada que ver con la anterior.

Si a uno le se le dice que una mujer se pasea a mediados de los años treinta por las calles de una gran ciudad con un guepardo hembra, de nombre Chiquita, y sujeta por un collar de diamantes o que tiene un cerdo en casa, Albert, al que perfuma con Je reviens… Que además tiene una boa constrictor, un loro y una cabra, Toutoute, y que es una mujer que fascinó a intelectuales, como Hemingway o Picasso, y que tuvo los centenares de amantes de ambos sexos que le vinieron en gana… Y que, en su madurez, se compró un castillo y adoptó a doce niños, cada uno de una cultura o etnia distinta, para demostrar que no hay diferencias reales entre humanos… O que el atuendo con el que más se la conoce, además de la alta costura, es una faldita de tela con doce plátanos con la que mostraba su pecho al aire («Tengo las tetas de un chaval de diecisiete años», solía decir) o que en la inmensa mayoría de las fotos aparece bizqueando con una mueca de idiota en los labios y un dedo sobre la cabeza a modo de embudo del orate, de forma que uno de los más prestigiosos críticos musicales del momento llegó a decir algo así como que «Es una aportación transatlántica que nos demuestra que lo evidente no es que descendamos del mono, sino lo fácil que es volver a él», a lo que nadie hizo el más puñetero caso a su racista apreciación… Si decimos todo eso de la vida de una mujer, podríamos pensar que la «película» es una comedia frívola y disparatada, de esas que poco tienen que ver con la realidad y que, en ningún caso, tiene que ver con las dos anteriores.

Josephine Baker y Grace Kelly: Una amistad hasta el final

Pues bien, en el juicio final de esas tres películas, nos equivocaríamos, pues por inconcebible que parezca, esas tres «películas» forman parte de la misma persona: la maravillosa Josephine Baker. Una existencia que, como decíamos al principio, no es la vida de una estrella, sino la vida de una galaxia a la que hay que acercarse no como uno se acerca a una persona, sino como lo hace a un colectivo. En cualquier caso, esas tres «películas» (podríamos haber guionizado con ella trescientas películas más) tienen un mismo final que podría arrancar un día allá por inicios de 1950.

Josephine Baker, la más célebre artista que han conocido los tiempos modernos, está iniciando una gira en Nueva York. En ningún sitio de Estados Unidos consigue alojamiento en los lujosos hoteles en que lo intenta pues es negra; se niega a actuar en locales segregados donde los afroamericanos tienen vetada la entrada y rechaza las ofertas multimillonarias que recibe para hacerlo. Sola, después de haber sido aclamada por cien mil personas al recoger el premio a la «Mujer del año», que entrega una asociación por la integración, se dirige a cenar al restaurante más chic de Nueva York. La dejan entrar pero nadie la atiende. Dos horas después, se levanta y se va. Una joven rubia y hermosa que ha presenciado la escena, la coge solidaria del brazo y la acompaña para denunciar junto a ella esa situación. Es una joven actriz que está empezando su carrera y que se llama Grace Kelly. Desde ese momento, Kelly será su valedora, y cuando Josephine Baker pierda su castillo, su patrimonio y no tenga dónde caerse muerta, ella la acogerá en Mónaco, la atenderá, le proporcionará una residencia, le ayudará a volver a arrancar brevemente  su carrera y la enterrará en el cementerio de Mónaco, donde todavía reposan sus restos. Josephine fallecerá con 68 años (un «ratito» para todo ese universo), después de haber sufrido varios infartos y una embolia. Murió en su cama rodeada de todas las maravillosas críticas que había recibido por ese último espectáculo y, como pasa con los lejanos confines del universo que, aún apagados nos siguen enviando su luz, hoy hablamos, como en un suspiro, de ella.

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