Mujeres libres

Mujeres libres: El «origen» de Constance Quéniaux

Sucede algo curioso con algunos actores de rodaje. Su imagen y su presencia son anónimas y nunca repararíamos en ellos si nos los cruzáramos por la calle. Sin embargo, basta con que te pregunten la hora para que inmediatamente nos encontremos ante un mundo familiar de referencias: ante Harrison Ford que es a su vez Indiana Jones, ante Mel Gibson que es a su vez Hamlet o ante Brad Pitt y su terrible vivencia en Seven. El anonimato, el hecho de que nunca hayamos visto a quien le da voz y expresión a un actor/personaje de referencia, no impide que ese ser anónimo conforme en cierta medida nuestro universo «familiar» de significaciones. Esos actores de doblaje de los que solo accedemos al parcialismo de su voz nos son familiares no por determinado timbre vocal, sino porque este representa y nos remite a algo mucho mayor, mucho más significativo que esa parte de ellos.

Ocurre lo mismo con Constance Quéniaux. Pasaría desapercibida delante de cualquiera que, al ver su imagen, tan solo pensaría en una señora de bien decimonónica, sin embargo, refleja y manifiesta en casi todos nosotros un antes y un después de un mundo, una nueva forma de concebir el mundo que se nos presenta y nos conforma, en concreto un «origen del mundo».

Tres personajes forman esta crónica: Constance Quéniaux, un historiador francés contemporáneo y un cuadro oculto.

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¿Quién era Constance Quéniaux?

Constance Quéniaux nace, por lo que indica su partida, el 9 de julio de 1832, en la localidad francesa de Saint-Quentin, al norte de Francia, cerca de la frontera belga y bañada por el río Somme.

De su partida de nacimiento se deducen dos cosas más: su padre es desconocido y su madre es analfabeta pues firma dicha partida con una X.

Con apenas quince años, Constance logra acceder como bailarina en el prestigioso cuerpo de ballet de la Ópera de París. Doce años después, en 1859, cuando ya es solista segunda de la compañía, su rodilla se fractura. Constance sobrevive gracias a su actividad paralela que había compaginado con el ballet: ejercer de demi-mondaine. Ser una demi-mondaine, algo frecuente entre las chicas que tenían profesiones vinculadas a las altas esferas del mundo del espectáculo, como la danza, suponía compaginar la prostitución de alto standing con la búsqueda de un acaudalado protector que le garantizara, a cambio de sus favores y cultivada compañía, la estabilidad y el sustento.

Los refinados modales de Constance, sus amatorias habilidades, su particular belleza (especialmente atractivas resultan en su rostro unas pobladas y despeinadas cejas negras que hoy harían furor), así como su adquirida cultura, agudeza y determinación, hacen que no le falten adinerados pretendientes que se debaten para obtener su preciada compañía.

El acaudalado diplomático otomano, de origen turco-egipcio, Jalil Bey o Halil Şerif Pasha, queda prendado de ella. Jugador compulsivo pero con talento (sus continuas apuestas incrementan más su patrimonio) y reconocido erotómano (son incontables las obras eróticas de su propiedad, entre ellas el cuadro El baño turco, de Ingres) encuentra en Constance la persona que sacia ambas inclinaciones: le proporciona fortuna en sus juegos de azar, al verla como una especie de amuleto, y despliega todas sus inclinaciones eróticas con su mera presencia.

El origen del mundo

Un anticuario, de nombre Antoine de la Narde, compra en subasta en 1868 una pequeña pintura de 46×55 cm sin título, de un pintor realista que empezaba a adquirir nombre y controversia, pero que por su explícita, cruda  y problemática temática, nadie parecía dispuesto a gastarse dos duros en ella ni tampoco un ápice de su reputación.

A partir de ahí, el cuadro desaparece durante veinte años. Edmond de Goncourt, escritor que fundaría el prestigioso premio literario francés que lleva su apellido, rebusca en una tienda de anticuarios. Le llama la atención un lienzo sobre tabla de un paisaje nevado que parece ocultar detrás otra pintura. Lo adquiere.

La pintura que está oculta es aquella de la que nadie había vuelto a tener noticia: un primer plano de una vulva poblada de vello oscuro en el vértice de dos piernas entreabiertas, que alarga la composición hasta un descubierto seno derecho del que ha sido remangada una sábana blanca a fin de exponerlo con claridad, pero, especialmente, la acogedora y eminente vulva.

La cara de la mujer queda fuera de encuadre. No se ve, nada se puede saber de ella, es anónima. Goncourt acaba de adquirir el cuadro al que más tarde se conocería como El origen del mundo. De paso, también ha adquirido un paisaje del mismo autor, Gustave Courbet.

Las idas y venidas de El origen del mundo

El encuentro entre el revolucionario y explícito Courbet y el pornógrafo Jalil Bey, la pareja de Constance, es inevitable. Este le compra varias obras y le encarga una con una temática muy concreta: la vulva entreabierta de una mujer. Constance ha dejado atrás sus devaneos, su relación con Jalil Bey se consolida, adquiere merecida fama de mujer implicada en el arte, mecenas de artistas retratada como la mujer de alta posición que es y dedicada con entrega a la filantropía, con especial interés en la fundación de orfanatos para niños huérfanos no reconocidos.

A eso dedica su tiempo, su pasión y su libertad hasta su fallecimiento en 1908. Lega como herencia una casa en París, una villa en Cabourg y un cuadro. Un cuadro de Courbet. Un bodegón de flores titulado explícitamente Flores, en el que abundan las camelias y en cuya centralidad se aprecia una exuberante y sensual flor entreabierta de color rojo.

Tras adquirir Goncourt la mencionada  y escandalosa obra oculta, nadie vuelve a saber de ella durante cincuenta años. En 1918, sin que nadie conozca nada de dónde procede y cómo ha llegado hasta allí, El origen del mundo es expuesto en una pequeña galería de arte de París, Bernheim-Jeune.

El barón húngaro, Ferencz Hatvany, lo adquiere, junto a otras obras de Courbet, y lo traslada a Budapest. Veinte años más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército nazi lo requisa, después es interceptado por el ejército rojo y devuelto a su propietario original, Hatvany, en 1947, que se lo lleva a su residencia de París. Ocho años más tarde, el psicoanalista Jacques Lacan se lo compra, pero lo oculta de la vista de todos volviéndolo a colocar detrás de otro cuadro, esta vez, uno de André Masson, cuñado de su mujer.

El origen del mundo vuelve a sus principios: a ser aquello que para evitar lo «siniestro» que representa debe ser velado, ocultado en su familiaridad. Así pasan 26 años más hasta que, tras la muerte de Lacan, la pintura de Courbet pasa al estado francés como parte del pago del impuesto de sucesiones.

Se exhibe desde 1995 en el Musée D’Orsay.

2018: El «descubrimiento»…

Claude Schopp, un afamado historiador y biógrafo especializado en los Dumas, está revisando la correspondencia entre Alejandro Dumas hijo y George Sand. Estamos en 2018 y Schopp es premio Goncourt (sí, el instaurado por aquel escritor que adquirió en un destartalado anticuario en 1888 El origen del mundo).

Entre las cartas, encuentra una ya publicada que refleja la animadversión que sentía Alejandro Dumas por el anárquico Courbet. En ella, que data de 1871, el primero desprestigia al segundo frente a Sand al acusarle de haber pintado «la entrevista de la señorita Quéniaux de la Ópera». Schopp no entiende la frase. No sabe a qué «entrevista» puede referirse.

Recurre a la Biblioteca Nacional de Francia para acceder no a la transcripción sino al original con la embarullada letra de Dumas. Descubre algo. Dumas no dice «entrevista» (interview, usando en francés el anglicismo que se había supuesto que empleaba Dumas) sino «interior» (intérieur).

Lo que Dumas reprueba de Courbet era que hubiera sido tan obsceno y retorcido como para pintar, por capricho del turco, el «interior» de Constance. Casi por azar, Schopp ha dado con la mujer que sirvió de modelo para una de las obras más rompedoras de la modernidad.

Ni Joanna Hiffernan, la pelirroja amante de Courbet ni Jeanne de Tourbey, una amante ocasional de Jalil Bey, ni una anónima fotografía erótica de la época prestaron su vulva para cambiar el mundo. No, fue presuntamente Constance Quéniaux quien lo hizo.

Conclusión

En realidad, lo que muestra el «interior» de Constance no es su vulva sino el hecho de que se prestara a ello. Su vulva es la metáfora de ella, no su metonimia o su parcialismo. Lo que hay dentro, lo que anuncia el interior de esta mujer, no son unos genitales sino la capacidad de engendrar un nuevo mundo. Un mundo de libertad y descaro, rompedor hasta el escándalo con la cerrazón que lo precede.

Un mundo valeroso que está todavía por cuajar y por abrirse aunque nos creamos que ya es el nuestro. Dos ejemplos de cómo perviven las exigencias de ocultación del Antiguo Régimen pese al trallazo de la obra que posibilitó Constance: la inmensa mayoría de comentaristas e intérpretes  del cuadro de Courbet siguen hablando de «vagina», es decir, siguen sin enterarse de lo que allí se muestra no es una vagina sino una vulva, siguen, seguimos, sin prestar excesiva atención ni conocimiento a lo que nombra la anatomía erótica femenina.

Segundo ejemplo: nuestro editor del blog de LELO no podrá ilustrar este texto con la imagen del cuadro [1]por miedo a que el artículo sea censurado, como cierran páginas personales en redes sociales por tan solo mostrar ese cuadro, como siguen acumulándose protestas frente al Museo D’Orsay por permitirse exhibir una obra que pretendió cambiar las cosas.

A veces, en nuestra soberbia, creemos que lo pretérito es pretérito y, a veces, creemos que lo novedoso es novedoso. La voz de Constance, que nos llega hoy como la de un actor de doblaje: familiar aunque nada sepamos de ella, se encargará siempre de recordarnos lo lejos que estamos de lo que creemos que está ya aquí. A eso nos remite esa vulva impertinente que, en una acto de desparpajo, Constance le mostró a Gustave para que entre ambos dieran con El origen del mundo.

[1] Nota del Editor: Como muy bien dice Valérie, sutilmente alertando sobre el retorno de las costumbres del Antiguo Régimen, no puedo arriesgarme a publicar la imagen en redes como Facebook porque no solo retiran la publicación, sino que también amenazan con cerrar la cuenta. De cualquier modo, se puede ver el cuadro y leer la reseña de Brenda B, Lennox sobre el mismo aquí: El origen del mundo: El cuadro más obsceno de la historia.