Mujer en la Historia

Betty Boop, la flapper de cine

Una Katastrophé (catástrofe) era en las tragedias griegas un último giro inesperado en el guion, un voltearse (strophé) hacia abajo (kata) que producía una enorme conmoción en el espectador y le inducía a la catarsis, la purificación, a empezar de nuevo liberado de la culpa. Hubo un tiempo en que las catástrofes todavía abrían nuevos horizontes emancipadores de sentido. Tras la desgracia, los seres humanos nos asociábamos en torno a una esperanza, re-girábamos nuestro orden social; parecíamos sacar lecciones de la catástrofe.

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Mujer en la Historia

Betty Boop

Eso sucedió, por ejemplo, tras la Primera Guerra Mundial. Después del horror, la barbarie y el sinsentido (la I G.M. fue, hasta ese momento, la contienda más sangrante y más soberanamente estúpida en su desarrollo), vino un tiempo de catarsis en el que la alegría por vivir, el desenfreno, el ansia por rehacer los propios cimientos y convenciones sociales que nos habían llevado al desastre convergieron en un breve tiempo de  exaltada esperanza en el porvenir.

Fueron los llamados «felices años veinte», «los años locos»; al exceso de un Occidente que volvía a ser insultantemente próspero se unió a una joie de vivre desenfrenada y, lo mismo que se dio rienda suelta a la cocaína, a los suntuosos dispendios o a los gastos inasumibles, también explosionó las convenciones morales que, hasta entonces, regían. Una de ellas fue el sentido que el ser mujer representaba en esos tiempos que se reclamaban modernos.

Es en ese breve momento, durante ese instante, que surgió un modelo de mujer que dinamitaba lo que hasta entonces se había entendido por lo femenino, lo que se esperaba de él, lo que se exigía. Fue el momento de las «flappers», una contracultura femenina revolucionaria que hizo que el mundo, por más que volviera después a sus postulados más reaccionarios, nunca volviera a ser el mismo. Hoy, una propuesta demasiado olvidada sobre la que seguimos manteniendo una deuda.

Una flapper era una mujer liberada (quizá más desatada que liberada) que, tomando como modelo la libertad de acción moral de los hombres, no renunció a una pizca de su femineidad. Una mujer que colgó el corsé en lo alto de un poste (o lo guillotinó), que impuso un peinado a la garçonne (el aclamado «bob» es un corte de pelo surgido en ese momento), que exhibía su escote, acortaba la falda, fumaba, esnifaba y se refugiaba de noche en los locales de jazz, tanto con el ánimo de dejarse poseer por esos ritmos como para poder beberse (la ley seca estaba vigente) hasta el agua de los floreros.

Una mujer también funcional que se incorporaba al mercado de trabajo y vestía cómoda, que andaba rápido por la calle, que conducía coches y motocicletas a las velocidades propias del que no espera un mañana, una mujer que no tenía miedo. Una mujer sexualmente activa que abordaba con frivolidad sus relaciones eróticas. Un tipo de mostrarse mujer que vino para quedarse, por mucho que la quisieran devolver a las cavernas.

Su auge duró poco, como duró poco la euforia del exceso; el Crack del 29, fruto de la burbuja que creó esa década de desenfreno, y la II G.M. se encargarían de restablecer el «orden», de devolver a la mujer, de construir su género como en épocas precedentes.

¿Quién fue Betty Boop?

Betty Boop fue la encarnación en los dibujos animados de esa sorprendente construcción de lo femenino. Su primera aparición tuvo lugar en 1926 (no con la caracterización con la que hoy la conocemos) y su enorme éxito fue inmediato. Cabezona y de cuerpo menudo pero con insinuantes líneas, de pelo corto y rebelde y con grandes aretes en las orejas; vestido ajustado y corto, sus enormes ojos redondos siempre estaban acompañados de una liga que, en ocasiones, se deslizaba hasta su tobillo.

Ella fue el primer dibujo animado que representó a la mujer sexual. Inspirada posiblemente por la cantante Helen Kane o la actriz Clara Bow, no podemos dejar de ver en ella la actitud de una Joséphine Baker pasada por el filtro siempre puritano de la industria de Hollywood. Filtro este que hizo que la propia Betty tuviera que ser durante algunos periodos una ama de casa que dejaba sus ajustadas prendas para alargar el traje hasta las rodillas o por encima de los hombros, perder la liga y actuar (esa fue más una constante en su personalidad) como una chica un poco casquivana que, aunque se enfrentaba a situaciones comprometidas (por ejemplo, a un violador en su cinta Boop-Oop-a-Doop, de 1932), siempre las resolvía con una ingenua candidez y dulzura, al igual que siempre acababa haciendo lo único que de verdad le importaba en la vida: cantar y bailar.

Un rayo en la oscuridad más tenebrosa

No sé cómo hubiera visto una auténtica flapper  a Betty Boop, pero ya sabemos que las representaciones, especialmente las cinematográficas,  siempre tienen algo  del convencional Para todos los públicos y muestran más por lo que ocultan que por lo que enseñan. Quizá la hubieran observado con cierta ternura o quizá ni se hubieran detenido un segundo en su precipitada y libertina existencia para analizarla.

Lo cierto es que el convencionalismo adaptativo que le imprimieron a Betty fue también lo que le permitió sobrevivir cíclicamente hasta nuestros días y nos permitió recordar que parodiaba a un tipo de mujer que surgió como un rayo en la oscuridad más tenebrosa. Que sirvió, para que no olvidemos, en sus valentías y en sus dislates, a las flappers. Y para que recordemos siempre, en estos tiempos nuevamente oscuros, el verso de  Hölderlin: «Allí donde crece el peligro crece también lo que nos salva».