El monstruo de la laguna negra (La mujer y el monstruo, en España), de 1954, es un clásico cinematográfico tan icónico en la cultura popular que no es menester haber visto la película como para conocerla. Sin embargo, lo que es más probable que sea ignorado es quién fue la artificie, la creadora del Gill-Man, la dama que dotó de horror y cierto erotismo a esta y a otras criaturas de la oscuridad; Milicent Patrick.
Nuestra protagonista nació en 1915 en El Paso, Texas, como Mildred Elizabeth Fluvia di Rossi, baronesa de Polomara, pero fue cambiando de nombre a lo largo de los años. Su infancia y su adolescencia tampoco fueron una balsa de aceite; de hecho, su vida per se fue un suceso de giros, torbellinos y tornados, los cuales la condujeron a su propio destino como una maga de Oz, hacedora de quimeras…
En su juventud, ingresó en el Instituto de Arte Chouinard y acabó en Walt Disney Studios (1939, en el departamento de pintura y tinta para féminas) y es, pues, una de las pioneras dedicadas a la animación (1940, departamento de Animación y Efectos). Asimismo, podría afirmarse que su monstruo primogénito oficial fue Chernabog, aquel malévolo que pertenecía a la secuencia, Una noche en el Monte Pelado, de Fantasía, la cinta de 1940.
Su trabajo apareció en cuatro secuencias incluyendo a la mentada animación de Chernabog.
Además, formó parte de Dumbo, de 1941. No obstante, la incursión de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y el affaire que tuvo con un compañero fueron los detonantes de su despido.
Tras su partida de la célebre factoría, continuó una relación sentimental con un animador de Disney, Paul Firzpatrick, (hay quienes ratifican que era el mismo). Cuando la esposa de este se enteró y él se opuso a romper el idilio, se suicidó. El romance también provocó la ruptura entre Milicent y su familia. Paul y ella contrajeron nupcias, aunque no celebraron las bodas de oro: se divorciaron. Hubo más amoríos, algunos mucho más amargos y con la Parca de testigo…
Dada su belleza, Milicent fue contratada como modelo publicitaria y actriz de televisión y cine en el dorado Hollywood de finales de los años 40 e inicios de los 50. Mas, avancemos en la crónica y, sobre todo, ahondemos en el periplo de esta por Universal Pictures. Ahí trabajó como actriz figurante en diversas películas, si bien ella y, en particular, sus bocetos llamaron la atención de Bud Westmore, jefe del departamento de maquillaje. De esa guisa, Milicent se convirtió en la primera mujer en el departamento de maquillaje y efectos especiales.
Milicent trajinó en el maquillaje de La isla de los corsarios, en el de Jack Palance en Atila, rey de los hunos, también y a destacar, en el desarrollo del alien en Vinieron del Espacio, en el Mr. Hyde en Abbott y Costello contra el Dr. Jekyll y Mr. Hyde y en otros tantos …
Y ahora que las renegridas aguas de la laguna se agitan truculentas, es el momento idóneo para que emerja el anfibio…
Empero, y aludiendo a la expedición paleontológica del film, excavamos en los albores de la historia hasta hallar al productor William Alland. A este, durante un viaje por el Amazonas, le contaron una leyenda sobre un ser mitad humano y mitad pez (una segunda versión de los hechos relata que el director de fotografía, Gabriel Figueroa, les habló de este cenando en casa de Orson Welles). La fábula entusiasmó de tal manera a Alland que llamó a Bud Westmore y lo conminó a ponerse en marcha en cuanto a concebir al monstruo; había una nueva película en camino. A su vez, Westmore reunió al escultor Christ Mueller, al maestro de la caracterización, Jack Kevan y a Milicent.
No fueron pocos los diseños, presentaciones y más bosquejos hasta que William Alland aprobó lo dibujado por Milicent y, por ende, dio la bienvenida al mundo al Gill-Man, cuyo coste supuso 12 000 dólares de entonces. El monstruo homicida, repleto de escamas y verdoso, destilaba a la par un aura erótica sin parangón.
Se cuchichea que los publicistas de Universal pretendían mandar a Milicent en una gira promocional de la película anunciándola como «La bella que creó a la bestia», pero Bud Westmore, colérico, se negó en redondo. Si cabe, cedió a la gira, la rebautizó como «La Bella que vive con la Bestia» para dejarle muy claro a Milicent que bajo ningún concepto tenía permitido lucir los laureles de la creación de la criatura. Y ella acató la demanda.
Fotografías como las mostradas, cintas de promoción, bocetos y más material audiovisual respaldan el trabajo de Milicent y la fe de los productores en la película y en la presencia y autoría de esta.
Westmore era una figura poderosa y carcomida por los celos, por ello se aseguró de arrebatar a Milicent cualquier reconocimiento en los créditos del film, atribuyéndoselos para sí, y la despidió. Por añadidura, esta supo de su salida de la empresa al regresar de la gira de prensa.
Finalmente, Milicent abandonó la invención de monstruos de manera profesional, prosiguió como actriz, se volvió a casar y falleció en 1998 a los 82 años. Y, quizás, sin ser consciente del germen de la perversa y, al unísono, sensual obra que había legado, inspiró a directores de renombre; véase Steven Spielberg y su Tiburón o qué decir de Guillermo del Toro y La forma del agua…
Dicen que el tiempo lo coloca todo en su lugar, así que Milicent Patrick, La Bella de las Bestias, debe reclamar el suyo, primero por ella, seguido por una cuestión de justicia (poética o no) y, sí, también por todos aquellos que amamos (tememos) a los monstruos.
P.D.: Algunos de los datos pueden variar dependiendo de las fuentes, a causa de la cantidad de información contradictoria y/o difamatoria, máxime de los detractores de Milicent y su trabajo, que alegan que solo fue una pieza más en el engranaje del Gill-Man. El lector debe tener en cuenta el libro The Lady from the Black Lagoon: Hollywood Monsters and the Lost Legacy of Milicent Patrick, de Mallory O’Meara.
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