Los cuarenta tardíos, o los cincuenta recién estrenados, a la mayoría de nosotras nos pilla con padres entre mayores y muy mayores y criando a nuestra prole: este cóctel molotov puede darse con la temible adolescencia, también denominada tontolescencia, o, si eres de las que ha sido madre más tardía, bien pasados los 40, con la más tierna infancia. Y puede ser, muy fácilmente, que esta década te pille combinando los pañales de los hijos con los de los padres, cada uno en su talla. Alguien tenía que habernos dicho que esto no iba a ser divertido: entre tus cambios hormonales (hola, menopausia), los padres que se caen y los hijos que empiezan a volar solos, esto es una fiesta.
Todo esto me resumía en una única frase Rosana, quien me contaba a deshora que andaba agotada porque ese día, tras trabajar y ocuparse de la peque, le había tocado llevar a su madre a la consulta del neurólogo. «Oye, y estoy llegando ahora a casa, muerta, pero al menos he sacado algo bueno», me dijo. Yo pensé que a lo mejor me iba a decir que el deterioro cognitivo de su madre no era tanto como pensaban. Pero no, de repente soltó: «El neurólogo, ¡¡¡cómo estaba el neurólogo!!!». Y pongo muchas exclamaciones porque, por el tono de voz de mi amiga, el neurólogo debía estar rebueno y ella venía muy contenta.
La felicidad a estas edades se basa en las cosas simples: un buen polvo está bien, pero como cada vez gastamos menos de esto, ya con solo ver un tío bueno, nos vamos henchidas de gozo a casa. «Él ahí hablando de mi madre tal y cual y yo venga a mirarle de arriba a abajo, el neurólogo tenía un polvo. Qué digo un polvo, dos polvos. Por lo menos, me ha alegrado la vista, creo que me han bajado hasta las dioptrías», continuaba ella.
Cómo tiene que estar de bueno un tío para que te bajen las dioptrías. A mí, desde luego, no me ha pasado nunca, que soy un topo. Animé a Rosana a escribirle un mail al neurólogo (como mujeres avezadas que somos rápidamente encontramos su dirección de correo electrónico), diciéndole, por ejemplo, que si podía ir a verle porque tenía un callo. «Tía, que es neurólogo», me recordó Rosana. Da igual, le comenté, él lo entenderá. En menos que cantó un gallo también encontramos sus redes sociales y nos deleitamos con sus diferentes fotos. Espero y confío en que Rosana le haya escrito: con los años se pierde la tersura de la piel, pero también la vergüenza.
La anécdota de Rosana me recordó a cuando fui a hacerme mi primera colonoscopia. Una colonoscopia, la primera, al menos, es un suceso que siempre llevarás en la memoria, como tu primer beso o la primera vez que follaste, sobre todo porque nunca olvidarás la mierda de líquidos que tienes que tomarte antes del trance. Que el trance es lo de menos, lo peor son los líquidos que tienes que tragarte los días previos. Iba por los pasillos del hospital dirigiéndome a la consulta donde tenían que hacérmela cuando de repente me crucé con un médico (que yo pensé que era tal por el contexto y porque llevaba bata blanca, pero podía haber sido un pescadero perfectamente) que estaba muy bueno. Nos sonreímos.
El caso es que cuando llegué a la consulta de marras y me pidieron que me desvistiese, me pusiera la bata de la vergüenza (esa que deja el culo al aire) y me tumbase… ¿quién vino a atenderme? El buenorro que había visto unos minutos antes (que para mi suerte, en esa situación, era médico y no pescadero). «Vaya, qué mierda, tenía que ser él», pensé yo con mi culo al aire pensando en que semejante pibón me iba a ver la hemorroide en esa posición y con esa bata tan poco digna. No me dio para pensar nada más: cuando desperté, creo que solo habían pasado 20 minutos, ya había sucedido todo. Se acercó el mozo para decirme que todo estaba bien y que no habían encontrado nada. Entonces yo, curiosa por naturaleza, le pregunté que qué droga me habían enchufado porque me sentía muy descansada. «La que mató a Michael Jackson», me respondió, «en efecto relaja mucho», añadió. A lo que yo respondí: «Si no te importa, ¿me puedes poner algo más? Es que tengo un bebé de meses y hace semanas que no había descansado tan bien». Lo que os decía, con los años una se vuelve práctica y casi prefiere dormir que follar.