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«¿Te pelo la piña?». Yo fui a ligar al Mercadona del barrio

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Mucho se habla en redes de que hay hora para ligar en Mercadona pero ¿qué hay de cierto?

Entro decidida y cojo un carrito. Me dirijo rauda hacia el lineal de fruta porque entre todo lo que he leído en redes sobre la hora de ligar en el Mercadona (de 19 a 20 horas, por si acaso viven en una caja y aún no estaban al tanto de esto), al parecer el señuelo, la señal inequívoca de que estás buscando ligue es poner una piña en tu cesta o carrito de la compra. No aclaran si es piña entera o de la que ya viene pelada (estos textos dan para todo tipo de frases calentorras como «¿Te pelo la piña?» algún día tenemos que hablar de la relación entre la terminología sexual y la gastronómica, que es extensa; si bien, al final del artículo encontrarás unas recetas de lo más… curiosas). Pero bueno, de primeras voy con paso firme y seguro hacia la fruta fresca.

«Mierda», no quedan piñas enteras. Voy al frigorífico a ver si las hay peladas o, incluso, troceadas. Si el tío es listo, me digo, lo entenderá. Nada. Tampoco. El lineal es un erial, se me han adelantado todos los solteros/as, divorciados/as y casados con ganas de airear del barrio. Este es mi sino, amigas, llegar siempre tarde porque no quiero que me entierren. Si no, pediría en el epitafio de mi tumba algo así como «Aquí yace Lucía, siempre llegaba tarde a todo».

No hay piña en el Mercadona y solo son las 19.10 de la tarde de un día laborable de verano. Intento encontrar otra fruta que sea tropical: una pitaya, una guayaba, unas chirimoyas… Por no haber, no hay ni plátano de Canarias, todo el mundo sabe que los mejores plátanos marcharon antes de las 13.00. Puedo elegir entre sandías (y a dónde voy yo con ese pedazo de sandía después si he venido andando y con taconazo) y melones. Venga, pillo un melón de piel de sapo, por aquello de la expresión «vaya par de melones», aunque lo de piel de sapo echa para atrás. Aún si fueran de Cantalupo…

Con el melón bamboleándose en un carro vacío empiezo a pasear por los pasillos: ¿dónde será lo del ligoteo? ¿en el lineal de productos de cosmética? ¿En congelados, por aquello de que cualquier pasillo de congelado te deja frío y necesitas del calor ajeno? ¿Acaso los encuentros tienen lugar donde las carnes, con Manolo el charcutero asistiendo impasible a esos encontronazos hot mientras te pone cuarto y mitad de chóped?

Mientras voy pensando en todo esto me voy cagando en panete por aquello de haber venido maqueada, con vestido estrecho que me aprieta las carnes y sobre todo con tacones, porque me van resbalando las suelas en esos suelos impolutos tan característicos de las grandes superficies… ¿Con qué los limpiarán para que queden así? En mi casa esto no pasa… Ya me he torcido una vez el tobillo en la esquina de los yogures proteicos… Me paro un momento, mi carrito sigue vacío, solo con un triste melón (nótese que me refiero al carrito de la compra como metáfora para hablar de mi corazón y mi vida sexual y amorosa, que están como el lineal de las frutas, un páramo).

Decía, me paro un momento donde el papel higiénico porque se nos ha acabado en casa, las herederas comen mucho y, ya lo decía mi madre que es sabia, «come el mulo, caga el culo». ¿Cojo papel higiénico o no lo cojo? Porque claro, he venido al Mercadona a ligar, no a hacer la compra pero ya que estoy aquí, si necesito papel de WC, pues hombre, es una tontería no aprovechar la oportunidad y llevármelo. Justo cuando voy a coger el paquete de 12 rollos de papel triple capa extra suave (tenemos culos delicados), aparece por el pasillo un maromo trajeado con una cesta. Le miro y miro la cesta: en un rápido análisis veo que lleva unos yogures naturales, un loncheado de jamón ibérico, desodorante, botella de vino tinto y… ¡una piña!

Es la señal, no hay duda. Me pongo nerviosa, me sudan los sobacos y se me cae el paquete de papel higiénico que ya tenía en las manos: el puto paquete rebota varias veces, ¡ni que tuviera vida!, y acaba en mitad del pasillo, casi a los pies de este hombretón. Cuando me acerco para recogerlo, decidida a preguntarle si la piña que lleva es de Costa Rica (todas las piñas que llegan a España son de Costa Rica, esto es un tema de investigación, qué duda cabe porque, ¿acaso no hay piñas en otros países tropicales, ¿eh?) veo aparecer una mujer que viene diciendo «Pablo, ¿quedaba leche en casa?». El guapetón se gira, ignorando mi flexibilidad en la maniobra para recuperar el papel del suelo, y le dice que no, que las niñas la terminaron justo esa mañana.

Lo que os decía, otra vez llego tarde: mujer, niñas y escaso de leche en casa. Meto el papel de culo en el carrito, y empiezo a cansarme de este intento de ligue en el supermercado. Paso por la charcutería, Manolo y yo nos saludamos con un movimiento de cabeza. Voy hacia los platos preparados y pillo una tortilla de patatas con cebolla. Después, en alcoholes, cojo una botella de tinto, otra de blanco y un par de sidras. Pillo también una de vodka, que se me ha acabado. El súper se ha empezado a llenar: familias con niños, algún abuelete, otras despistadas como yo… Nadie lleva piña. Ni de Costa Rica ni de Brasil ni de Murcia.

Cuando llego a la caja me pongo a hacer cola: delante, un mocetón que de espaldas no pinta mal. Hostia tú, lleva piña en el carro. Quizá haya aún esperanza, aunque sea justo en la caja, donde los chicles. Se gira, me sonríe y le faltan dientes, como el de la canción de A un metro y medio de ti de Ladilla Rusa. Tras el impacto por esa sonrisa desdentada y sin haber sonreído de vuelta, solo faltaba, abandono asustada la cola: devuelvo el melón de piel de sapo a su sitio, total a mí no me gusta el melón, y me voy a congelados a por un par de helados. De los que imitan el Kinder Bueno, que son los más dulces y calóricos de todo el Mercadona. A falta de pan, buenas son tortas, que también diría mi madre.

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