Sexo

El látex y la intercalada historia fetichista de D. Luv

El látex (xx), en su versión más cercana a la sexualidad, es un fetichismo cada vez más extendido y entendido. Tras él te escondes, y a la vez te muestras tal y como eres, cada centímetro de ti expuesto. El látex presiona tu piel, la penetra, se hace dueño de su respiración; exteriormente te transformas en un objeto cuyo brillo y textura acciona un resorte en la mente de sus adoradores, no eres tú o lo eres más que nunca.

Tal es su esplendor, que este lujurioso tejido se ha colado en la moda actual, aunque sus verdaderos amantes no trivializan acerca de su significado.

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Los juegos sexuales con látex y la original historia de D. Luv

En España, la Asociación Fosk para la divulgación del látex organiza y acude a eventos en los que el deleite consiste principalmente en la contemplación, el roce, consentido, en un lenguaje, casi mudo. Uno de sus juegos favoritos es bañarse en lubricante. Más brillo, más sensaciones, un contacto casi imposible con tus compañeros de juego. El látex da para mucho.

Parecía una chiquilla, tan delgada y blanca de piel. Yo le habría echado 14 o 15 años, pero no podía ser menor de edad estando en La Barraca. Se llamaba Margarita, y haciendo honor a su nombre pasaba mucho rato toqueteando las flores. Su otra pasión eran los guantes de las enfermeras. Margarita era tan linda que le dejaban hacer, hasta que después de pasar un rato inflando, jugando, haciendo el bobo con ellos, pretendía introducirlos dentro de sus bragas. Ahí se los quitaban y ella hacia pucheros.

Uno de los aspectos que me llamaron la atención según llegué a la Barraca era la habitual soledad de los enfermos. Casi todos vagaban consigo mismos, y sus supuestas desquiciadas mentes.

Me acerqué a ella cuando estaba sentada en el césped.

¿Por qué te gustan tanto los guantes de látex?

Me miró con esos ojazos extraños.

Dentro se está a gusto. Mis manos. Nadie las puede tocar.

No dijo nada más. Esa tarde hablé con Bernardo. Necesito un catsuit. Cogió un papel y lo apuntó sin saber qué era pero decidido a conseguirlo.

El látex se puede utilizar sobre el propio látex. Capa sobre capa, el catsuit pasa a ser tu cuerpo, el cual recubres de más vestimenta de látex, consiguiendo una presión extra. Las máscaras y las prendas hinchables provocan tales deformaciones que generan  emociones encontradas, temor, sorpresa, rechazo, curiosidad, atracción… todo menos indiferencia.

El ritual del látex es largo, incluso pueden pasar semanas en la preparación del mismo. Elegirlo, acudir a un lugar especializado para que tomen tus medidas (el látex, según sus expertos, es tuyo cuando se acopla a tus centímetros, ni uno más ni uno menos), esperar su confección, pruebas en el local…casi como la preparación de una boda, pero contigo misma. El día que decides ponértelo también puede convertirse en una fiesta privada. Colocarlo sobre la cama, contemplarlo, tocarlo, tocarte, lubricante, más lubricante. El tiempo pasa,  y de pronto el espejo te devuelve una imagen que no es la tuya, o lo es más que nunca.

Suspiras, y huele a chocolate.

El catsuit era rojo, resplandecía. Bernardo había hecho un buen trabajo porque era casi de su tamaño y Margarita era muy menuda, así que sabía para quién era cuando se lo pedí. Su capacidad de observación le convertía en buen cómplice, además del disfrute de sus premios. Mucho más tarde, descubrí lo caro que era, seguramente una buena parte de su sueldo se fue ese mes en conseguirlo, pero no dijo nada. También había conseguido un bote de lubricante. Colocamos ambas cosas sobre la cama mientras escuchaba su respiración acelerada. Era nuestro trato, él miraría por la ventanilla de la puerta.

Salí al jardín y me acerqué a Margarita, le dije que tenía unos guantes para ella en mi habitación. Sonrío inocente y me siguió.

Cuando entró y lo vio sobre la cama no hizo nada. Me miró, seguramente preguntándose donde estaban los guantes.

Le cogí la mano y la acerque al traje. Lo miró, y luego a mí.

¿Es tuyo? me preguntó.

No, es para ti.

Se sentó a su lado y lo tocó. Sus ojos se agrandaron, si era posible.

Se acercó a olerlo.

Es dulce.

No dijo nada más.

Se quitó la ropa, su flaco cuerpo sin formas le hacía parecer aún mas niña. Eché un rápido vistazo a la puerta, a Bernardo y a su media sonrisa.

Margarita no era consciente de su presencia ni de la mía. Eran ella y el látex. Sin embargo tres tipos de deseos impregnaban el aire de aquel minúsculo habitáculo.

Desear látex es desear caro. El catsuit, la prenda más común en látex, hecho a medida, parte de unos 400€. En la actualidad hay diseñadores especializados solo en este sensual material, y su  uso se extiende en entornos menos fetichistas.

Sin embargo, entendido como un verdadero fetiche, el látex es la prolongación de un juego que comienza en la mente, se nutre en la expectación, en el ritual de su puesta, en el encuentro de figuras desfiguradas o en pieles inalcanzables es un juego sin fin. Reflejados unos y otros como en aquellos espejos que multiplican la imagen de los antiguos parques de atracciones.

El látex es látex.

Tardó lo que parecieron siglos en enfundarse en el catsuit. No preguntó cómo se hacía, intuyó que el bote que había junto el traje era para su uso. Su carcajada al dejar resbalar el lubricante sobre el látex ya mereció la pena. Acarició, se restregó, se deslizó, se fundió. Cuando cerró la última cremallera me miró. Buscaba mi aprobación, hasta ese momento pensaba que yo era invisible.

Estás muy guapa Margarita.

¿Me tocas? Soy suave y dulce.

Mi mano sobre su precioso cuerpo, enmarcado en esa segunda piel, recorrió todo. Ella producía sonidos similares a un animal pequeño indistinguible. Ni el animal ni la sensación. ¿Placer? ¿Miedo? ¿Dolor?

Al pasar cerca de su sexo, dirigió mi mano al mismo, su calor traspasaba el material. Escuche un resoplido, demasiado cerca.

En esta ocasión, la presencia de Bernardo me incomodaba, no sabía por qué.

Margarita se movió contra mis dedos, primero de manera rítmica; al rato, en una especie de movimiento compulsivo, sus ojos se cerraron, el sonido indistinguible dejó de serlo. Sentí mi propio calor, cómo se deslizaba ese líquido-deseo en mi entrepierna. Ella se abrazó a sí misma cuando sentí como sus piernas aprisionaban mis dedos, deslicé la mano libre por la abertura de mi pantalón del pijama, una única presión hizo que me corriera, creo, antes que ella. Aunque realmente no supe si lo había hecho. De pronto se retiró, me dirigió una sonrisa tímida y me dio la espalda. Se sentó en la cama y se volvió a acariciar, y así, transcurrieron muchos minutos, horas. Nunca supe medir el tiempo en la Barraca.