«Donde reina el amor, sobran las leyes»
-Platón.
Pablo era un joven atractivo y carismático que siempre tuvo facilidad para relacionarse con el sexo opuesto. Ya cercano a los 40 no había perdido su magnetismo en absoluto, pero desde hacía casi diez años Cristina era la única mujer con la que había tenido relaciones sexuales. Cristina siempre ha sido también una mujer preciosa y con mucho éxito, y me consta que Pablo estaba locamente enamorado de ella. Pero un día, tras hablar en un podcast sobre las relaciones abiertas, Pablo me escribió para contarme que deseaba acostarse con más mujeres…
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El juego de la seducción
Las relaciones humanas son complejas y no se rigen por normas generales que se puedan aplicar a todas las situaciones. No existe una única brújula moral que señale qué es correcto y qué no lo es entre dos personas que se aman. Pero la sociedad, a menudo, nos inculca ciertas directrices sutiles (o no tanto) sobre cómo debería ser una relación romántica. La monogamia es, sin duda, una de las más arraigadas.
«Te juro que no la he dejado de querer», me repetía una y otra vez por teléfono. «Cada vez que la miro pienso en lo afortunado que soy. Pero cuando miro a otras…». Pablo no necesitaba terminar la frase para explicar lo que sentía.
Después de unos años de intenso enamoramiento en los que Cristina protagonizó todas y cada una de las fantasías de su pareja, Pablo empezó a experimentar el gusanillo del flirteo, de lo nuevo. En un largo viaje en tren, coincidió con una simpática periodista con la que estuvo hablando durante horas. Después de un rato de conversación cordial, el tono se volvió más íntimo, más suave, más intencionado. Y a Pablo le encantó esa sensación. ¿A quién no le gusta sentirse deseado?
Ella le dio su número de teléfono y le hizo prometer que la llamaría la próxima vez que pasase por Madrid. Él tiró la tarjeta de la periodista en la primera papelera que encontró, al apearse del tren. No tenía intención de serle infiel a Cristina. La sola idea le creaba ansiedad. Pero le había gustado volver a experimentar el juego de la seducción.
Durante un tiempo, poder tontear brevemente con algunas desconocidas o intercambiar miradas cómplices en bares o en el transporte público había sido suficiente para Pablo. Pero ahora sentía que estaba en el límite de lo que era «legal» en su relación. No se planteaba cruzar la línea, pero cuanto más se acercaba a ese límite, más a menudo necesitaba una dosis de flirteo. Los pensamientos sobre las relaciones con otras mujeres le excitaban y le torturaban a partes iguales.
«No quiero traicionar a Cristina», me aseguró. Y yo no pude hacer otra cosa que preguntarle: «¿Pero alguna vez os habéis sentado a hablar y negociar vuestros compromisos en la relación?».
Una propuesta arriesgada
No son demasiadas las parejas que activamente delimitan qué es para ellos una infidelidad. De alguna manera, parece que cada uno de nosotros estamos convencidos de que nuestra idea sobre lo que son los «cuernos» es universal. Pero, ¿realmente lo es? ¿Es infidelidad solo si hay sexo con la otra persona? ¿O lo es a partir de los besos? Y ligar, ¿está permitido? ¿Y si solo es contacto online sin intención de trasladarlo al mundo real? Son muchos «¿Y si…?» y a muchas personas no les resulta agradable plantear estas cuestiones en pareja porque nos hace enfrentarnos a nuestras inseguridades y también porque este tipo de conversaciones huelen un poco al «tenemos que hablar», como antecedente de la ruptura.
Pablo, sin embargo, estaba convencido de que quería (incluso, que necesitaba) tener esta charla con Cristina. Asumía que, si no lo hacía, tarde o temprano podría cometer un error que acabase con la relación tan bonita que compartían. Le había costado confesarse a sí mismo que deseaba acostarse con otras mujeres, pero una vez que tuvo esta revelación, comprendió que no quería hacerlo a espaldas de su pareja. Es más, si era posible, le apetecía incluirla a ella en esta experiencia.
Pero el miedo a la reacción de Cristina le paralizaba. Le dolía especialmente que ella pudiera creer que ya no la amaba. Sabía que era un movimiento brusco en su relación, que podría hacer que esta se tambalease.
En esta historia, yo participé como mera espectadora. No actué como consejera ni como mediadora. Me limité a observar cómo Pablo ponía sus ideas en orden, resolvía enfrentarse a sus miedos y se arriesgaba a dar un paso que podía cambiar su relación para siempre. Mi única intervención activa fue preguntarle si en ese momento tenían problemas. Algunas personas piensan que abrir una relación puede ser una solución a problemas de pareja causados por la rutina o la costumbre. En contra de esta creencia, yo opino que una relación tiene que ser fuerte y estable para poder soportar los grandes cambios de la vida sin desmoronarse. Y pasar de una relación monógama a una relación más liberal puede ser un cambio demasiado potente para que una relación agrietada sobreviva.
Por fortuna, este no era el caso que nos ocupa y un buen día, en medio de una conversación amena durante la cena, Pablo se armó de valor y planteó la temida cuestión a Cristina.
Nuevos horizontes…
Obviamente yo no estuve presente durante esa conversación, que fue únicamente la primera de muchas, y dudo que siquiera Pablo o Cristina pudieran reproducirla hoy. Poner sobre la mesa la posibilidad de modificar su modelo de relación no tuvo el desenlace trágico que Pablo había imaginado. Los dos son personas racionales, conscientes de que el deseo y el amor no tienen por qué ir siempre de la mano, y aunque no se produjo ningún cambio radical aquella noche, sí se abrió la puerta a debatir y negociar aspectos de su relación, que antes simplemente se habían dado por sentados.
Apenas unos meses después, Pablo me volvió a escribir, esta vez para pedirme recomendaciones sobre locales swinger y algún consejo sobre cómo proceder. La primera noche solo se tomaron unas copas, disfrutando del ambiente y de la emoción de salirse de la rutina. Más adelante, cuando ya no se sentían extraños en las dinámicas de los locales, se atrevieron a dar el paso de tener relaciones en medio de un bonito salón, a la vista de todos los asistentes. Por la manera en la que me lo contaron después, les resultó más excitante de lo que ellos mismos habían supuesto, incluso sin interactuar con otras personas directamente, y esto les animó a dar el paso definitivo de mezclarse con otras personas.
No es algo que hagan todos los fines de semana, pero sí es algo que les gusta hacer cuando tienen la ocasión. Al visitar otras ciudades, Cristina y Pablo aprovechan para conocer nuevos locales y nuevas parejas, y nunca les ha ido mejor a ellos mismos en su relación. Seguramente hayan necesitado gestionar muchos sentimientos e inseguridades por el camino, pero no tengo la menor duda de que les ha merecido la pena.
No existen reglas universales en el amor, cada pareja debería escribir las suyas propias y entender que estas pueden cambiar con el tiempo, si así lo deciden de mutuo acuerdo. Porque como decía Platón, «donde reina el amor, sobran las leyes»… pero nunca sobra la comunicación y la negociación en pareja.