Hay muchas formas de perder un amor. Puedes perder a alguien en un sentido metafórico, cuando se aleja de tu lado en un nivel emocional, aunque le tengas cerca en el sentido estricto de la palabra. Puedes perder a una persona tras romper una relación o incluso porque tenga que marcharse lejos por algún motivo. Pero, en todos esos casos, siempre queda un resquicio de esperanza sobre la posibilidad de volver a amarse o, al menos, de volver a ver a esa persona y comprobar que es feliz, aunque no sea a nuestro lado.
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Amor triste
La peor forma de perder un amor es aquella en la que sabes que nunca más va a volver. Y eso es lo que le pasó al actor Liam Neeson en 2009 cuando perdió a su mujer, la también actriz Natasha Richardson, tras un accidente de esquí en Canadá. La caída le provocó daños cerebrales irreversibles con tan solo 45 años.
Amor triste y la pérdida como sentimiento universal
La primera vez que perdí a la persona amada, por alguna razón, soñaba que había fallecido. Supongo que mi inconsciente asociaba la idea de la pérdida con la muerte. Al fin y al cabo, es un dolor similar en su inicio. Visitar lugares por los que ya no pasaréis juntos, recoger sus cosas de la casa, oler aquello que se dejó y que poco a poco va perdiendo su aroma, para no volver nunca más.
Revisas fotografías y se te hace un nudo el estómago recopilando recuerdos, piensas en todo aquello que habrías querido expresar o decirle y, sobre todo, se te humedecen los ojos cada vez que ocurre algo curioso durante el día que te gustaría contarle, y te das cuenta de que ya no puedes hacerlo.
La diferencia es que, en un arrebato, puedes probar a hacer esa llamada. Pero cuando la persona que estaba a tu lado fallece, la desolación va mucho más allá.
Pese a ello, por alguna razón, la esperanza nunca se pierde. Como declaraba Liam Neeson cinco años después de la muerte de su esposa, aún entonces seguía esperando que ella apareciese por la puerta.
Amor triste y los acontecimientos inesperados
La muerte puede llegar de dos maneras. Puede ser tras una larga enfermedad que te haga perder a esa persona poco a poco y que, si bien deja tiempo para hacerse a la idea, supone una agonía tanto para la persona que se va como para la que se queda, con los recuerdos de la enfermedad. Pero también puede ser una muerte trágica que llega sin avisar.
El segundo caso fue el de Liam Neeson. En ese momento, el actor se encontraba rodando la película Chloe cuando se enteró del accidente de esquí y abandonó rápidamente el set de Toronto para llegar hasta el hospital de Montreal.
Por entonces llevaban casados quince años, desde que rodaron juntos la película Nell, y tenían dos hijos de 13 y 12 años.
De hecho, Richardson estaba esquiando con ellos, sus dos hijos, y su instructor cuando sufrió la caída, que inicialmente no pareció grave, hasta que comenzó a sentirse mal una hora después. Finalmente, la actriz entró en estado de muerte cerebral y la familia tuvo que desconectarla. Todo Hollywood quedó impactada con la noticia. Y Neeson se escudó entonces en su trabajo.
Amor triste y la eterna silla vacía
Se dice que el tiempo todo lo cura, hasta una pérdida como esa. Pero curar no significa olvidar. «El duelo es todavía un tema doloroso. Por supuesto sigue ahí. Y uno lo lleva lo mejor que puede», confesaba el actor ya en 2016, pese a haber iniciado incluso otras relaciones sentimentales.
Fechas concretas como un aniversario, el Día de la Madre o la Navidad vuelven a señalar esa silla que se ha quedado vacía. Y es que aunque el amor puede volver a llegar (Liam Neeson confesó tener un amor secreto con una actriz muy famosa y reconocida de la que no ha querido desvelar el nombre), nada ni nadie reemplazará a la persona que se fue.
Porque el amor se acaba cuando se desgasta y no cuando te lo arrancan de raíz. Entonces queda un tipo de herida de las que se curan, pero que dejan una visible cicatriz. Una de esas que duele cuando hace mal tiempo o que vuelve a tomar forma cuando la creíamos olvidada.
Tendemos a pensar que las personas siempre van a estar a nuestro lado como si la rutina fuera el curso natural de la vida. Por eso la pérdida resulta tan desconcertante; un mal sueño del que algún día quisiéramos a despertar. Y por eso aquella tristeza, aunque vuelvan las ganas de vivir, nos acompañará ya para siempre, como sus recuerdos.