Antoine de Saint-Exupéry dijo que «al primer amor se le quiere más, a los otros se les quiere mejor». Yo, si algo he aprendido del amor (y seguro que no es tanto como lo que aún me queda por aprender) es que nunca se puede generalizar.
Pocas verdades universales hay en esta vida, aunque a menudo podamos creer en frases hermosas como esta a pies juntillas, especialmente si nosotros mismos nos sentimos íntimamente identificados con ella. ¿Cuántos intensísimos primeros amores han existido que, no obstante, han tenido un final desastroso por la falta de experiencia de los enamorados? Si tenemos en cuenta que muchos de ellos ocurren en la adolescencia, es comprensible que, por un lado, la historia no acabase como en las películas de Hollywood y que, por otro, los recordemos pasado el tiempo con un aura de nostalgia y cariño.
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El segundo primer amor de Natalia
Hace tiempo, cuando conocí a Natalia, ella llevaba ya más de 5 años con su novio Manuel. Eran una de esas parejas que proyectaban mucha estabilidad, pero muy poca emoción. No había ningún problema aparente en su relación, pero en cualquier caso esta no es la historia de Natalia y Manuel: esta es la historia de cuando Natalia se enamoró por primera vez… de nuevo.
Cuando un amor nuevo se cruza con un amor gastado
Después de un tiempo sin vernos, coincidí con ella en una reunión de amigos y realizamos las típicas preguntas educadas de rigor. «¿Qué tal te va en el trabajo? ¿Y tú familia? ¿Cómo está Manuel?…». Entonces me confesó que ella y Manuel habían roto hacía algo más de un mes. Mi respuesta automática fue decirle cuánto lo sentía, pero enseguida vi que Natalia no consideraba la ruptura como algo negativo. Al contrario: estaba radiante.
Me explicó que aún guardaba mucho cariño a Manuel y que habían podido terminar su relación de manera civilizada. Solo un ápice de culpabilidad se desprendía de su voz, mientras me contaba que había sido ella quien tomó la decisión porque se había vuelto a enamorar.
Intenté hacerle comprender que no la estaba juzgando en absoluto, que no la consideraba culpable de haber desarrollado esos sentimientos y que muchas personas habían pasado por una situación similar al volverse a enamorar.
«Supongo que sí», me contestó, «aunque yo no siento que me haya vuelto a enamorar. Lo que siento es que me acabo de enamorar por primera vez».
Los nervios del primer amor… después de los 30
Natalia y yo nos apartamos un poco del resto del grupo y siguió relatando cómo habían cambiado todos sus esquemas cuando conoció a Helena. No fue un cambio de la noche a la mañana, y romper con su pareja después de tanto tiempo tampoco fue una decisión irreflexiva, sino un paso difícil y muy meditado.
Helena era una chica nueva en la ciudad y, también, en la oficina de Natalia. Mi amiga, que siempre ha sido una persona muy acogedora, enseguida se ofreció a enseñarle algunos buenos restaurantes y bares de la zona.
«¿Sabes cuándo congenias con alguien desde el primer momento y no puedes dejar de mirarle y reírte con él y pensar en lo mucho que te gusta? Pues era exactamente así, pero esta vez fue con una mujer. Y eso me frenó mucho».
Natalia había tenido ya algún affair con otras mujeres, pero nunca se había considerado bisexual. De hecho, al preguntarle, ella me afirmó que seguía sin considerarse bisexual, y yo no soy quien para ponerle a nadie esa etiqueta a la fuerza. Para ella, Helena no era «una mujer», no era alguien que la atrajera por su físico u otras cualidades, era simplemente una persona que le había atravesado el corazón y le había llegado al alma.
Y aunque ya se había enamorado con anterioridad, oír a Natalia hablar de Helena era como presenciar un amor adolescente protagonizado por una treintañera. Los nervios esperando sus whatsapps, la ilusión antes de cada cita (con sus correspondientes mil y un cambios de modelito), la sonrisa velada en la cara cada vez que pronunciaba su nombre…
¿Es posible volver a vivir un primer amor por segunda vez? Natalia me demostró que sí.
También hay momentos difíciles
Pero como los cuentos de hadas no existen, este amor de película también había tenido sus escenas de confusión y miedo. Natalia había tardado meses en atreverse a reconocer ante sí misma esos sentimientos, semanas en dar un paso adelante con Helena y, más aún, en decidir qué hacer con su pareja oficial. Y todavía estaba en proceso de revelar su nueva relación a sus seres queridos. Sentía un gran peso al pensar en los juicios de valor que harían los demás, bien fuera por su infidelidad o por el hecho de que su nueva pareja fuera una mujer.
Aquella noche, en mi conversación con Natalia, recordé la cita con la que he iniciado este texto. Y le pregunté si ella consideraba que eso era cierto.
«No», me respondió sin dudar. «Porque yo a Helena la quiero más y mejor».
Y aunque todavía no he tenido ocasión de ver a la feliz pareja en persona, oír como Natalia usa el pronombre «nosotras» transmite mucha alegría y esperanza. Lo último que supe de ellas es que estaban haciendo planes para irse a vivir juntas.
Si por casualidad alguna persona de las que me lee está pasando por un momento de desamor, espero que Natalia y Helena sirvan de ejemplo de que, a la vuelta de cualquier esquina, puede estar esperándonos de nuevo un primer amor.