Nunca digas de esa agua no beberé. Porque lo que hoy parece una locura, quizás algún día sea algo así como un dulce delirio. Y es que si el amor hasta ahora se te había antojado como alto estable y tranquilo, puede que un día sea esa montaña rusa de la que tanto has oído hablar.
Nunca sabes cuándo vas a conocer a la persona que haga que todo se tambalee. Que la vida, tal y como siempre la habías planificado, deje de tener sentido y te lleve a hacer todo aquello que considerabas prohibido. Por ejemplo, iniciar una relación, cuando todavía estás en otra.
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Amores prohibidos y turbulentos
Algo así debió de pasar en las vidas de Richard Burton y Elizabeth Taylor. Dos estrellas del cine, guapos, ricos. Y dos personas casadas, cuando se conocieron, que decidieron abandonar todo el uno por el otro. Richard Burton estaba entonces en su primer matrimonio, mientras que Elizabeth Taylor ya iba por el cuarto. Eso sí, el último ya había sido motivo de portadas de las revistas, al contraer nupcias con el que hasta entonces había sido el marido de su mejor amiga, Debbie Reynolds, la madre de Carrie Fisher.
Hay quien dice que, en el rodaje de Cleopatra, tan solo una mirada fue suficiente para hacer saltar las alarmas. Y así, en una de las películas más caras de la historia del cine, empezó la historia de amor del celuloide más marcada por los excesos. Una mezcla explosiva que supieron disimular en sus múltiples actuaciones como pareja protagonista, y que casi imitaron a la perfección en sus papeles de ¿Quién teme a Virginia Woolf?
Amores prohibidos: Romper las normas
Nunca fueron una pareja de medias tintas ni de guardar las apariencias. Les encantaba provocar, tanto como provocarse. Según el libro de memorias ‘El amor y la furia: La verdadera historia de amor de Elisabeth Taylor y Richard Burton’ (Lumen), una noche, Eddie Fisher llamó a su casa en Roma, y fue Burton quien cogió el teléfono. Ante la pregunta del primero de qué hacía éste en su casa, Burton respondió claro y conciso: «¿Tú qué crees? Follarme a tu mujer».
NOTA: El artículo continúa más abajo, pero, si lo deseas, puedes encontrar la cita en la previsualización de la obra mencionada, aquí:
Aun estando ambos casados, se fugaron juntos a Italia. Algo que no fue bien visto no solo por sus parejas del momento, sino incluso por el Vaticano, que montó en cólera ante la relación. Y no solo eso, incluso –dada la nacionalidad británica de ambos– el Congreso de Estados Unidos se planteó vetarles la entrada, como habían vetado a la sueca Ingrid Bergman, tras su aventura adúltera con Roberto Rossellini.
Amores turbulentos: El sexo que lo nubla todo
Está claro que no solo les unió el cine, el alcohol y el disfrute de la exposición pública. La clave de su matrimonio (y de su obsesión) estaba entre las sábanas. Desde el principio, hasta el final.
«Si te excitas jugando al Scrabble, es que es amor», dijo Elizabeth Taylor cuando comenzaron sus primeros escarceos con Burton, el cual, solía decir de ella: «Liz es una actriz brillante, bella hasta extremos que superan los sueños de la pornografía».
Porque digan lo que digan, el sexo suele ser la clave de las relaciones tortuosas y prohibidas.
Casi nadie se vuelve loco por un amor platónico hoy en día, y sin embargo, una sola noche de pasión puede obsesionarnos de por vida. Porque es obvio que una pareja necesita conectar en muchos niveles, pero la forma más directa e intensa de conectar entre dos personas, por pura lógica, es el sexo. Conectar el uno con el uno, para fundirse en uno, es su objetivo al fin y al cabo.
La química a veces une más que la razón. Y esa atracción irrefrenable nos hace tener recuerdos muchos más inolvidables. Motivos de más peso que los puede llegar a manejar el entendimiento.
Porque si algo no nos conviene, el único motivo que nos impide dejarlo es la adicción que nos provoca. Pasa con las drogas, con el sexo, y con algunas personas.
Amores prohibidos y turbulentos: Hasta que la muerte os separe
Hay personas que siguen viviendo juntas a pesar de haber dejado de quererse. Hay otras personas que deciden separarse a pesar de seguir queriéndose.
Tras diez años de un matrimonio lleno de altibajos, la pareja más conocida del Hollywood de la época decidía separarse. Justo entonces, decidieron hacer un intento final y volvieron a casarse, esta vez en la sabana africana, acompañados por las fieras que ya consideraban sus iguales.
Sin embargo, en su caso, la pasión perduró más que la amistad, y tuvieron que poner punto final a su relación, que no a su amor.
Porque una cosa es lo que pone en los papeles, y la vida que se decide llevar, por puro bienestar mental, y otra lo que se siente en la lejanía.
Richard Burton moría joven, a los 58 años. Él, ya casado con otra mujer, no hacía mucho que había declarado sobre su Liz: «En el fondo nunca nos hemos separado, supongo que nunca lo haremos». Y ella declaró que, el día que Burton falleció, aún seguía estando locamente enamorada de él.
De su historia quedan fotos, portadas, libros e incluso un diamante con la historia de sus apellidos. Pero también una moraleja: que a veces el «hasta que la muerte os separe» lo decide el corazón y no los papeles de la propia separación.