Curiosidades

Sangre, sudor y semen o el valor de los gladiadores

He de reconocer que en un inicio iba a dejar este artículo para cuando llegasen los anuncios navideños de perfumes (hecho que, hasta no hace mucho, era en diciembre y no, como quien dice, en agosto…), pero con el verano a la vuelta de la esquina, y con él sus calores, en realidad, el ahora es la coyuntura idónea.

Con los mentados calores arriban los sudores y de esos vamos a hablar. De acuerdo, siendo clara y concisa, lo haremos del de los gladiadores de la Antigua Roma. Eso sí, partiendo de la base de que la imagen popular de estos, en especial la emitida por el cine y la televisión (véase «Gladiator», de Ridley Scott, o la serie «Spartacus: Sangre y arena», de Steven S. DeKnight), presentándolos casi como si fueran campeones de halterofilia, dista lo suyo de lo que semejaba que era.

Músculos arriba o abajo, el atractivo residía en la ferocidad, la fuerza bruta y ese baile con la muerte (cabe recalcar que ahí también impera el mito, ya que la mayoría de los gladiadores o gladiadoras no eran esclavos, condenados a jugarse la vida en la arena, bien por haber cometido cualquier suerte de crímenes o por ser prisioneros de guerra, sino que escogían ese camino, vinculándolo contractualmente con un lanista. Por ende, y grosso modo, los combates no terminaban con el deceso de ninguno de los contendientes). Eran, por tanto, lo que hoy equivaldría a estrellas del mundo del deporte, rodeados de un halo de erotismo tan poderoso, tan magnético que abrió un amplio, variopinto y, sobre todo, muy rentable mercado de suvenires que iban desde la sangre, pasando por el semen y el principal protagonista de este escrito: el sudor. Y sin querer ser escatológica (miento, por supuesto), antes de incidir en lo más salífero, permitidme desarrollar el asunto un poco más.

Sangre: Era demandada por multitud de hipotéticas propiedades mágicas, curativas y hasta afrodisíacas. Por ejemplo, se rumorea que en la noche de bodas las jóvenes patricias podían cortarse el pelo con la espada teñida de sangre de un gladiador con tal de asegurarse una vida matrimonial larga y fértil; asimismo se mojaban las horquillas o joyas en aquel líquido vital. La sangre se añadía a cosméticos que prometían ensalzar la belleza, detener el envejecimiento y hasta suprimir determinas dolencias como el acné.

Semen: Considerables sumas de dinero se desembolsaron en cuanto a abonar los honorarios solicitados a la hora de mantener relaciones sexuales con gladiadores; algunos investigadores sugieren que el comercio de semen habría sido factible, e incluso se afirmaba que personalidades de la época eran hijos engendrados por estos. Sin ir más lejos, y cogiendo el asunto con pinzas, se dijo que Cómodo, hijo del emperador Marco Aurelio, no era suyo, sino de una de estas superestrellas con las que Faustina la Menor había retozado de lo lindo; de ahí la pasión del vástago por la gladiatura, a diferencia de Marco Aurelio, que la aborrecía.

Sudor: El más preciado de los fluidos era recolectado con ayuda de una herramienta llamada strigil (con toda seguridad también empleada con la sangre) y se introducía a continuación en viales que se comercializaban como recuerdos tras los juegos o en puestos callejeros. A la par, se recomendaba aplicárselo sobre la piel para aprovechar sus propiedades afrodisiacas, que valían tanto para paliar la disfunción eréctil (vamos, una viagra de uso tópico) como para enardecer de pasión al compañero/a sexual. En el caso de ungüentos o cremas, se cuenta que con el sudor se mezclaba aceite de oliva y tierra, y a posteriori se elaboraban mascarillas.

La fama de los gladiadores se gestó sobre todo entre las clases bajas y, en los momentos de esplendor, fueron criticados por numerosas personalidades de la época tachándolos de brutos, incivilizados y tildados hasta de ser inferiores a las «bestias», pero, grafitis como los hallados en Pompeya, que rezan «atrapa a las chicas por la noche en su red» o «la delicia de todas las chicas», demuestran su importancia social y, por consiguiente, sexual.

Los hombres los vitoreaban, apostaban a su favor o en su contra, los niños se divertían con muñecos de trapo o arcilla que los representaban y las mujeres, en especial, eran quienes luchaban a su vez por adquirir alguno de aquellos suvenires, y quizás, de podérselo costear, por concertar una cita en la que satisfacer sus deseos o, desdichadas, se conformaban con estar lo suficientemente cerca como para olerlos y captar el aroma almizcleño de la piel que se concentraba picante en las axilas, pues según el estudio Sex and smell, de Ingelore Ebberfeld, el olor de estas se encuentra entre los que más excitan a las personas y, a pesar del irrefrenable correr del tiempo, ciertas cosas no han cambiado ni un ápice.