«Sexo: lo que sucede en diez minutos es algo que excede a todo el vocabulario de Shakespeare».
Robert Louis Stevenson
Empecemos por una breve historia de la sentencia y de la exactitud de su autoría. La duda que siempre sobrevuela la información que facilita Internet, especialmente cuando de citas sin referenciar se trata, es la propia de un procedimiento de uso cruelmente extendido y que viene a llamarse el método del «corta y pega».
Alguien, sin señalar de dónde ha extraído la información original, la vuelca en internet y, a partir de ahí, un ingente número de personas la recoge, la coloca en su propia web y, al poco, puede darse que ya le han atribuido a Picasso el cuadro de La rendición de Breda. Así que, investigué un poco… Miento. Investigué mucho.
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En español, esta frase atribuida a Robert Louis Stevenson, se encuentra referida hasta la saciedad, pero pronto me empiezan a asaltar las dudas cuando, en su lengua original (el inglés), no aparece. Misterio.
Robert Louis Stevenson (1850-1894) fue un escritor, ensayista, poeta, literato de, pese a padecer problemas de salud durante toda su corta vida, una producción vastísima, al que yo no le conocía una especial inclinación por reflexionar sobre temas sexuales. Autor de obras legendarias de aventuras como La isla del tesoro (1883), históricas (La flecha negra, 1888), de libros de viajes (falleció en Samoa de un derrame cerebral y en su vida no paró mucho tiempo quieto desde que partió de su Escocia natal) o de terror psicológico, como la fascinante El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1886), los que lo estudiamos en su momento y hemos vuelto ocasionalmente a él sabemos una cosa: en lo aparentemente más simple que relata siempre hay algo de una complejidad asombrosa, de una inteligencia aguda y bien encaminada, lo que hizo de él no un mero narrador «entretenido», sino una influencia capital en muchos y dispares autores del siglo XX. Con estas aptitudes, no sería de extrañar que sobre nuestra condición sexuada se hubiera pronunciado con propiedad. Así que, seguí investigando.
Uno de los autores que más lo admiró fue Jorge Luís Borges (que, además de ser quien era, fue posiblemente el mayor erudito en literatura inglesa que ha existido). Y eso nos va a llevar a la pista definitiva sobre la autoría de la sentencia. Stevenson nunca dijo «Sexo: lo que sucede en diez minutos es algo que excede a todo el vocabulario de Shakespeare», o aún mejor, sí lo dijo, pero lo dijo en boca de Borges.
En una entrevista publicada póstumamente en 2014 en la revista The New York Review y realizada por Osvaldo Ferrari, ambos hablan sobre la pobreza del lenguaje en el sentido, explica el inacabable Borges, de que no está a la altura de la complejidad de las cosas. Menciona la paradoja de Whitehead de que las palabras de un diccionario nunca podrán abarcar toda la realidad; menciona a Chesterton y su idea de que todos los infinitos matices de la conciencia humana no pueden quedar reflejados en lo mecánico de las palabras; y finaliza su respuesta así: «Creo que en alguna parte Stevenson dice que lo que pasa en diez minutos supera todo el vocabulario de Shakespeare (risas)». Como se ve, es un «creo» de Borges (que vale mucho más que cualquier «creo» que el resto de los mortales podamos pronunciar) referido a Stevenson y, en ningún momento, se menciona la palabra «sexo».
Análisis de la cita
Bien, eso es lo que sucede y ese es el fundamento de la cita. Pero también sabemos, y a buen seguro lo sabían Borges y Stevenson, que lo que pasa en diez minutos mirando atontado un culebrón en la tele no tiene la misma intensidad que lo que pasa en diez minutos de una interacción sexual. El tiempo cronológico puede ser el mismo (diez minutos), pero la «duración», entendida a la manera de Bergson como el tiempo que es la resultante de la experiencia vivida y que no se puede medir con un reloj, no tiene nada que ver en ambos casos.
En diez minutos de una experiencia sexual pasan infinitamente más cosas por la conciencia de uno que cuando está medio adormilado frente al televisor. Quiero decir con esto que, siguiendo el argumento de Borges, que ilustra con Stevenson, las palabras son mucho más pobres para intentar explicar la realidad en una circunstancia que en la otra. Eso hace que añadir (por parte de a quien se le ocurriera) la palabra «sexo» a la presunta observación de Stevenson no sea ninguna tontería pues enfatiza la incapacidad del lenguaje para explicar una experiencia. Esa sería la primera conclusión sobre la cita.
La segunda tiene que ver con lo inefable del sexo. «Inefable» significa que algo no puede ser dicho, explicado o descrito con palabras. La etimología, según los que saben de esto, del término latino ineffabilis es relativamente comprensible: in- como prefijo de negación y -effabilis (de ex- que se transforma en ef- y fari [decir] y bilis [que implica acción de capacidad]), que significaría «capacidad de decir». Al venir precedida por in-, sería, entonces, la «incapacidad de decir».
Tomemos, por ejemplo, y a lo largo de una interacción sexual ese momento de la respuesta sexual humana que llamamos «orgasmo». Lo ingente que se experimenta, su «duración», la infinidad de matices que nuestra conciencia genera hacen que cuando el orgasmo nos acomete, nuestro lenguaje resulte inservible, inútil como una cucharilla de café para construir el Canal de Panamá.
El orgasmo es, como las experiencias místicas, inefable. Podemos hablar mucho y con propiedad sobre lo que caracteriza el orgasmo, pero nada podemos decir cuando experimentamos su acontecer.
Y eso nos lleva a una tercera y última conclusión siguiendo la sentencia de partida: pretender narrar con palabras una interacción sexual o, en su caso, un orgasmo es imposible por más metáforas, elipsis, sinécdoques o recursos lingüísticos y tropos que quieras manejar. Dicho de otra manera: ser una escritora o un escritor de literatura erótica es de las cosas más endiabladamente complejas en el campo literario. Hacer sentir al lector lo que los protagonistas experimentan en ese tiempo de interacción sexual y hacerlo de manera convincente es un verdadero prodigio de maestría literaria. Justo lo contrario que el común de los mortales, con o sin pretensiones de literato, cree que es escribir literatura erótica de calidad: algo simplón en lo que basta con poner de vez en cuando dos o tres onomatopeyas (Ohhhh y Mmmmm, por ejemplo) y un par de metáforas manidas («cuando me penetró, pude ver el cielo») para salir airoso. Cada vez que un perro viejo (o perra vieja, servidora) en estas lides se encuentra con un barbilampiño y su cubito, dispuesto a vaciar el océano, la mezcla entre compasión e indignación le forma un nudo en la garganta. Del mismo modo que suele pasar cada vez que una encuentra alguno de los extraordinarios relatos eróticos como los que ofrece este blog.
Una cita magistral
Así que, sea la sentencia de Stevenson, sea de Borges en la memoria de Stevenson o sea de algún anónimo al que se le ocurrió añadir la palabra «sexo», lo cierto es que la frase «Sexo: lo que sucede en diez minutos es algo que excede a todo el vocabulario de Shakespeare» es de una veracidad y de una finura magistrales. Y si no, que se lo pregunten a Shakespeare.