Frases de sexo

Citas célebres para entender mejor el sexo: Philip Stanhope

«El placer es momentáneo, la postura ridícula y el gasto deplorable».

Philip Dormer Stanhope de Chesterfield, IV Conde de Chesterfield

Visto así no hay nadie que le pueda reprochar lo más mínimo a su descripción. Es tan cierta que todos sabemos, sin necesidad de conocer el contexto de la sentencia, a qué se refiere. No necesita ni siquiera presentarse como una adivinanza del tipo «Blanco por fuera, amarillo por dentro, la gallina lo pone, con pan se come y a la calle se tiran los cascarones». Al bueno de Philip Dormer Stanhope tampoco le hace falta dar tantas pistas como da la adivinanza del huevo para no solo hacernos ver que habla de una interacción sexual, sino que además hace una indiscutible descripción y un juicio explicativo añadido. Alguien que solo vea en la sentencia el referido juicio de orden moral, podría exclamar indignado: «¡Eso es falso!, una interacción sexual no es eso», pero se equivocará, porque ese hecho sí es eso, porque es verdad que en el follar «El placer es momentáneo, la postura ridícula y el gasto deplorable»… visto así.

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Análisis de la cita

Ese «visto así» con el que iniciamos el texto es capital para entender ciertas cosas del ámbito general y del sexológico, en concreto. Cuando Nietzsche, en sus fragmentos publicados póstumamente, escribe aquello celebérrimo de «[…] no hay hechos, solo interpretaciones» nos está hablando de eso: un hecho, cualquier hecho, como por ejemplo una interacción sexual, existe en cuanto a que es interpretable, en cuanto a que sobre él emitimos una interpretación. Eso no significa en absoluto que los hechos no existan por sí mismos (es absurdo pretender ver en Nietzsche el padre de la postfactualidad y del relativismo), sino que para que se den a nuestra conciencia, para que sean hechos en sí mismos, deben ser interpretados desde nosotros y desde nuestro bagaje ideológico, educativo, cultural y de todo aquello externo a nosotros y coercitivo que nos conforma. Eso no significa tampoco que no exista la «verdad» o que esta sea tan relativa como las opiniones que se pueden remitir sobre ella, sino que la propia verdad es un hecho y que en cuanto tal requiere de la interpretación, de las interpretaciones más capacitadas posibles.

Por lo tanto, pongámonos en situación: nos hallamos inmersos en una interrelación sexual e inevitablemente interpretamos este hecho que se nos da. La mayoría de nosotros, en la mayoría de situaciones, no interpretaremos que poner el culo en pompa, sudar más de lo que se suda con una sesión de spinning y todo para obtener unos miserables ocho segundos de satisfacción, sea algo ni ridículo ni deplorable ni un tiempo perdido, sino que nuestra interpretación será otra, tendrá otra «verdad» el lúbrico hecho.

No interpretaremos el ano del que tenemos enfrente o su vagina o su pene como lo hace un proctólogo, un ginecólogo o un urólogo, sino que lo interpretaremos desde nuestra posición de amantes, que perciben e interpretan esas partes físicas insertadas en un marco de comprensión deseante y afectaciones como correspondencias simbólicas, que nos remiten a un lugar mucho más trascendente y de una satisfacción mucho más permanente.

Nos remite a otra verdad distinta a la del médico que te examina los genitales. El paso de una interpretación a otra es el proceso de excitación que procede del deseo o, si se da a la inversa, es el gatillazo que pone fin al marco de explicación comprensivo que nos permitía interactuar. Este matiz es importante, pues explica muchas veces y posibilita la intervención cuando un paciente acude al sexólogo, sin que medien problemas orgánicos, con un deseo hipoactivo, con una dispareunia, con una disfunción eréctil, con una eyaculación retardada o con cualquier dificultad común que afecte la interpretación erótica de lo que es un encuentro sexual, leído como el encuentro sexual que es.

¿Quién fue, por cierto, Philip Dormer Stanhope de Chesterfield, IV Conde de Chesterfield?

Philip Dormer Stanhope de Chesterfield, IV Conde de Chesterfield, al que desde ahora podríamos llamar El apologeta del gatillazo, fue un estadista inglés del siglo XVIII (aunque nació en 1694) de adinerada ascendencia, refinada educación, agudo intelecto e inclinaciones literarias, si bien fue la política y la corte lo que más ocuparon su tiempo (desde luego mucho más que «perder» un rato encamándose con el personal).

Dado a la retórica y a la oratoria, sus talentos en estas artes en las que destacó con cierto prestigio, parecen que pecaban de pomposidad y exceso de erudición, características estas que no muestra mucho en la cita escogida. No fue un tipo, diríamos, especialmente pacato en sus ideas ni un fanático de la castidad y la contención, si bien su vida no fue en absoluto disoluta.

Tuvo un hijo con una dama francesa estando comprometido más por razones políticas que amorosas con una condesa hija ilegítima del rey Jorge I, al que intentó instruirlo (sin mucho éxito) en las más refinadas artes y habilidades políticas y al que le escribió una serie de cartas que fueron, en cierta medida, su legado literario.

De él se podría decir que nació, creció y murió y no estaríamos tampoco mintiendo en la interpretación de lo que es la «verdad» de Philip Dormer Stanhope de Chesterfield, IV Conde de Chesterfield. Pero a buen seguro es una verdad un poco estúpida que no explica gran cosa sobre la existencia de este ser humano. Y lo mismo sucede con su apreciación: siendo cierta es bastante necia, perezosa y obvia para explicar por sí sola el hecho sexual humano pues omite todo el infinito tránsito que va de la realidad al sentido, del hecho al acontecimiento, de lo dado a lo interpretado a partir de lo dado. Porque pese a ser verdad es un fracaso, un sonoro gatillazo, no tanto del «pajarito» como del intelecto del pajarero.