«Todo en la vida trata de sexo menos el sexo. El sexo es poder».
Oscar Wilde.
Nos situamos en el Reino Unido, en la segunda mitad del siglo XIX. Ahí se encuadra (1854-1900) el tiempo de existencia del carismático personaje que da origen a la cita: Oscar Wilde. De familia de reconocidos intelectuales, con una exquisita y laureada formación académica, de refinados gustos y con una insólita agudeza para retratar la condición humana, este dramaturgo y novelista alcanza altas cotas de celebridad en su tiempo. Esteta de una gran corpulencia y metro noventa y uno de altura, refinado y sofisticado en sus vestimentas, como corresponde a un decimonónico dandy, este irlandés de prolífica escritura que, centrándose básicamente en el teatro se expande a la poesía, al ensayo o la novela, deviene una figura literaria por su estilo implacable, inteligente y exquisito, con una acerada crítica social entre la fantasía y la sátira en obras como El retrato de Dorian Gray, El fantasma de Canterville, La importancia de llamarse Ernesto, El abanico de Lady Windermere o Una mujer sin importancia. Pero también deviene el arquetipo de un escándalo de una sociedad puritana y restrictiva hasta la extenuación cuando, en el mayor esplendor de su carrera, es acusado de «Sodomía y grave indecencia». Casado en aquel momento y padre de dos hijos, la condena de dos años en el penal de Wandsworth Reading por mantener una relación homosexual con Lord Alfred Douglas supone un durísimo acontecimiento vital y literario en su existencia, que le hace abandonar Reino Unido. Tras breves estancias en Italia y Francia, se instala en París con el nombre de Sebastián Melmoth y fallece, posiblemente de meningitis, tras convertirse al catolicismo. Recibe un entierro de sexta clase (el más pobre solo superado por la fosa común) y nueve años más tarde, sus restos son enterrados en el célebre cementerio parisino del Père-Lachaise donde reposa en la actualidad.
Análisis de la cita de Wilde
«Todo en la vida trata de sexo menos el sexo. El sexo es poder» es una célebre afirmación de Wilde que se ha interpretado de mil y una maneras, tal y como corresponde a casi cualquier apreciación inteligente sobre la condición humana. Desde ver en ella un alegato a la situación patriarcal que hace presuntamente del hombre el sujeto que impone el sexo, a entender, en una visión materialista, que solo el poderoso es el sujeto capaz de obtener sexo a voluntad, a mil y una más y siempre en función de a dónde quiera llevarla la ideología del intérprete. Lo primero que salta a la vista es su formulación silogística, que se podría presentar en dos premisas: «Todo es sexo», «El sexo es poder» y una consecuente conclusión implícita que no se muestra: lo que convertiría el silogismo en un entimema o silogismo truncado, «Todo es poder». Visto en esta estructura, el sexo sería una especie de manifestación intermediaria, de símbolo que oculta algo que no es perceptible para el profano, de cómo el poder influye en todos los actos de la vida. Pero a Wilde, contrariamente a muchos de los que interpretan su sentencia, hay que suponerle, además de una agudísima y certera capacidad de observación de la condición humana, que sabe perfectamente lo que significan los dos elementos principales de su valoración: el sexo y el poder.
Los humanos, y ahí empieza mi interpretación, somos interdependientes de condición. Nos «afectamos» unos a otros y esa afectación es lo que nos permite alcanzar nuestra condición de humanidad. Naturalmente, esas afectaciones, que sería el significado radical del término «erotismo», se establecen en unas particulares condiciones de juego: el poder. No sé si Wilde tuvo ocasión de leer a Hegel o a los consecuentes intérpretes de él, pero en su obra de 1807, Fenomenología del espíritu, ya expone claramente, en especial en el pasaje conocido con el siniestro epígrafe del señor y el siervo, como cualquier aproximación al «otro», es una confrontación entre el poder de dos autoconciencias que quieren hacerse hegemónica la una sobre la otra, ser deseada por la otra. Relación y poder son indisociables (como lo son verdad y poder), lo cual no significa en absoluto que todas las relaciones sean, en el sentido que lo entendemos hoy en día, tóxicas «relaciones de poder» en las que es imposible alcanzar el consenso porque siempre están los «relacionados» imponiendo por la fuerza unas condiciones con las que el otro no tiene más remedio que tragar si quiere seguir relacionado. No. El poder se manifiesta en los continuos actos de seducción y en la capacidad (poder) que todos tenemos en hacerlos más o menos efectivos, pero no como en un campo de batalla sino más bien como en una siempre inconclusa partida de ajedrez. Cuando se menciona normalmente el término «poder», la idea que suele aparecernos es la de imposición y, además, la de una imposición de carácter vertical; la ejercida por el poderoso, el monarca absolutista, el tirano violento, pero, en realidad, y eso lo sabemos bien, el poder, que se puede ejercer así, suele operar de otra manera, es algo mucho más sutil, y del que todos formamos parte; todos estamos afectados por una retícula de poder y todos, de una manera u otra lo irradiamos, lo ejercemos. Además, el poder, en una lectura más positiva, no es la coacción, sino la posibilidad, el «poder poder», que nos posibilita la existencia. Así, el poder, que no la imposición, es algo inherente y no necesariamente negativo o positivo, sino condición a nuestras relaciones con los demás, a nuestra capacidad erótica de seducción, a nuestra irrenunciable condición de tener que ver con los demás, desearlos y ser deseados.
¿Y el sexo? Pues ES la culminación y la plasmación más palpable de lo anteriormente dicho. El paradigma y la más amplia posibilidad de manifestación de esa necesidad del encuentro afectivo (del que afecta porque ejerce poder sobre nosotros). Nuestra condición sexuada es la apertura existencial al otro, al poder tratar con él, a poder desarrollarnos y crecer a partir de él. Por eso, el sexo, aunque sea poder, no es un problema, sino un valor; el valor que tenemos todos los humanos de ampliar nuestra propia, subjetiva y biográfica humanidad.
Conclusión
La cita de Wilde no es una condena, sino una constatación, una brillante y efectiva descripción de lo que somos y no podemos dejar de ser: entidades sexuadas que se vinculan con los demás a través de un extraño mecanismo sentimental de poder. «Todo en la vida es sexo», que significa que «estar vivo es abrirse al otro» independientemente de interactuar o no sexualmente con él, «menos el sexo que no es sexo», es decir, que el «sexo» tiene una potencia y una amplitud infinitamente mayor de lo que la gente cree que es el sexo, a saber, la simple y reductiva noción del «follar», porque «el sexo es poder», capacidad de entablar las irrenunciables vinculaciones afectivas con los demás y hacerlo no con la simpleza activadora de una gaviota, sino en el complejo y sofisticado entramado cultural, a veces opresivo pero irrenunciable (a Wilde lo encumbró y también lo hundió) que nos humaniza, en un entramado de poder y posibilidad como el que le permitió a Wilde tener dos hijos con Constance o el poder que mantuvo la relación con Alfred.