«El sexo es una obsesión en Estados Unidos; en otras partes del mundo es un hecho».
Marlene Dietrich
No nos extenderemos en decir quién era Marlene Dietrich. No hace falta. Solo destacaremos una cosa de esta promiscua, especuladora y brillante cantante y diva del cine, nacida en 1901, sin cuya presencia no se podría entender la cultura norteamericana en las décadas de los 30, 40 y los 50 del siglo pasado: Marlene era alemana de origen y adoptó la nacionalidad norteamericana en 1939. Quiero con ello recalcar que sabía con profundidad de los dos mundos, el europeo y el estadounidense, posiblemente tanto como sabía de «sexo». La inteligente observación que debería darnos a pensar no está, como suele suceder con estas célebres citas, referenciada en ningún lugar, pero su atribución en inglés es ingente, por lo que asumiremos que Marlene dijo eso y que además lo decía por algo.
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Orígenes y la condición sexuada
Creo que ya he contado alguna vez la historia de Orígenes. Orígenes de Alejandría fue un asceta y teólogo del cristianismo antiguo que vivió entre el siglo II y III de nuestra era. Sus enseñanzas y reflexiones sobre el sujeto que le ocupaba han sido para el cristianismo las más importantes, influyentes y respetadas en sus inicios. Cuenta la tradición, y lo cuenta el historiador cristiano Eusebio de Cesarea que, un día, Orígenes, dado él desde muy joven a alcanzar el martirio (de hecho acabó muriendo como mártir), tras leer el Evangelio de Mateo, y en concreto el pasaje 19:12, quedó tan sacudido e impresionado que decidió emascularse. El pasaje en concreto, y en la traducción de la Biblia que yo tengo, dice lo siguiente:
«Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos…».
Orígenes quiso ser uno de estos últimos. Alguien que se castra a sí mismo para entregar un eunuco a los cielos. En la actualidad, los historiadores discrepan sobre si fue real o no la auto-castración, pero en cualquier caso la tradición cristiana ha ensalzado durante mil años ese gesto.
Y eso, el poner en valor y en ejemplo el hecho, es lo que importa. De Orígenes podríamos, a partir de su acto, decir muchas cosas: que era un tipo entregado, que era un bárbaro, que era de una sabiduría celestial o un simple fanático, pero hay algo en lo que no nos equivocaríamos en su descripción, Orígenes «admiraba» profundamente el sexo.
Miraba hacia él (eso significa «admirar»), lo miraba continuamente, no podía dejar de verlo; era para él una «obsesión». De tal forma estaba pendiente del sexo que, queriendo sortear cualquier atisbo de hecho sexual humano en él al extirparse los genitales, hizo en realidad una enorme demostración de su condición sexuada. La abstinencia y la contención, incluso así a lo bestia, no son una forma de eludir la sexualidad, sino una manifestación más de esta.
Esa admiración, esa obsesión es consustancial no solo a la figura de Orígenes que, sin querer, organizó su doctrina en torno al hecho sexual humano, sino también a todo el cristianismo, de tal forma que se puede entender casi por completo su doctrina con tan solo observar su posición en contra y desde el hecho sexual humano. Obsesivamente.
De hecho, y si evitamos el Cantar de los cantares, se puede decir que el cristianismo, al contrario que todas las demás religiones, no tiene libro alguno que «toque» la sexualidad humana; ninguno salvo los libros de confesiones recogidos por ávidos sacerdotes que redactaban escrupulosamente lo que en materia sexual los pecadores les confesaban para no arder en el infierno.
Análisis de la cita
Europa es una cultura que tiene un doble sustrato. Por un lado, el lógico, combatiente y filosófico que hereda de la antigua Grecia y, por otro, el de las creencias religiosas de origen semítico como es el cristianismo.
Conjugar ambas no nos ha resultado fácil, pero hemos pasado a lo largo de nuestra extensa y enorme historia por procesos (como la Ilustración) que han amortiguado sin hacer desaparecer uno de los polos (el de las creencias semíticas) para poner en valor al otro (el de la racionalización del mundo).
Hemos conseguido, por ejemplo y en general, hacer del nuestra condición sexuada un «hecho». EE.UU., en cambio, tiene socioculturalmente un origen mucho más reciente (siglo XVII) en una de las más radicales variantes del protestantismo: el puritanismo. También, por supuesto, el calvinismo, el metodismo y decenas de variantes más basadas en la religión cristiana protestante, que tienen en común todas ellas la contundente erradicación de los placeres, el «trabajo duro» y la acumulación de capital, como tarea principal del ser humano pues es la manifestación de que uno ha sido elegido por Dios, así como la exclusiva responsabilidad personal sobre lo que a uno le sucede en la vida, sobre sus logros y sus fracasos.
Es muy interesante a este respecto para los lectores más curiosos el acercarse a un célebre estudio sociológico de principios del siglo XX de Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Pues bien, este conglomerado de creencias, en especial y por lo que aquí nos incumbe, aquellas que de tanto detestar manifiestan su admiración por nuestra condición sexuada, es lo que detecta Marlene Dietrich cuando habla de Estados Unidos como de una cultura para la que el sexo es una «obsesión».
Existe la mala costumbre de hablar de los EE.UU. como si de una categorización rocosa, uniforme y siempre idéntica a sí misma (pura) se tratara. Las que hemos pasado temporadas allí sabemos que, nada más alejado de la realidad, EE.UU. está atravesado por la diferencia radical y subsisten, de manera milagrosa, desde las posiciones más progresistas o avanzadas a las más radicalmente puristas y reaccionarias. Desde un Bush (padre o hijo) o un Trump que quieren que la única educación sexual que se imparta a los jóvenes ciudadanos (no a ellos) sea la de la abstinencia total (como pretendía Orígenes), a colectivos de lucha por incrementar los derechos civiles, las libertades sexuales, la igualdad y cualquier causa que pudiera entenderse con ese cada vez más ambiguo término de «progresista».
Lo más cavernícola y lo más avanzado en materia sexual ha provenido, en algún momento, de EE.UU. Y es que la obsesión se muestra tanto en la restricción como en la liberación. En cualquier caso, la acertada impresión general, que puede ser muy matizada, es que EE.UU. es un país puritano hasta el hartazgo y que ese hecho no solo determina a los estadounidenses, sino también a los que nos vemos irradiados en cuanto potencia cultural que es y a la que, en mayor o menor medida, rendimos genuflexión.
Conclusión
Así la apreciación de la frase no solo era en gran medida ajustada y cierta para la Norteamérica de los años cincuenta, sino también para la de nuestros días, en los que, con toda la diversidad que hay entre estados en ese variopinto conglomerado que son los EE.UU., se restringen derechos que creíamos ya consolidados (como el del aborto), en los que se expurgan las bibliotecas públicas para eliminar cualquier vestigio de sexualidad, en los que a las estatuas públicas se las tapa decorosamente para que no inciten al pecado (como hacía el protestantismo británico de la época victoriana), mientras tienen la industria pornográfica más potente del mundo, etc., etc. Todo ello por el fascinante matiz que va de lo que se hace a la obsesión por lo que se hace. El matiz que Marlene supo detectar.