«Lo privado es político».
Anónimo
Los que frecuentan esta sección sabrán ya que la primera (y ardua) tarea que suelo afrontar es la de determinar la autoría real de la frase o sentencia que voy a analizar. En los tiempos del «corta y pega» basta con que alguien atribuya una cita a determinado autor para que el resto repita esa atribución sin constatar la fuente.
En el caso que hoy nos ocupa se produce un fenómeno curioso y muy poco frecuente en nuestros días: nadie quiso nunca atribuirse la valoración propositiva, no aparece el «yo lo dije primero». Nadie ha pretendido privatizar la idea, pues en el momento de hacerlo la cita dejaría de ser un lema de reivindicación colectiva para pasar a ser la proclama de fulanita o menganita. Su autor que, a buen seguro, existió, pues las frases no se engendran por generación espontánea en las higueras, o las autoras que le dieron peso al proclamarla han sacrificado su gloria personal por la gloria de un pensamiento colectivizado. Y eso es hoy en día una proeza de honestidad. Así que, el lema es anónimo o, mejor dicho, es de todos: como él mismo enuncia, el propio lema no es privado o personal sino político.
Esta cita se enmarca en una posición política concreta: La Segunda Ola del feminismo del siglo pasado
La idea que encierra la cita se enmarca, en los años sesenta del siglo pasado, en una posición política muy concreta: el feminismo. Especialmente en la corriente llamada «Segunda ola» del feminismo, si bien ha sido utilizada por otras líneas de pensamiento feminista y sigue haciéndolo, aunque su sentido es tan amplio como múltiples los usos y posiciones que la han empleado. Parece proclamar lo siguiente: en el ámbito de lo privado, especialmente en la familia, es donde con más fuerza, ahínco y sobre todo impunidad, se manifiesta la opresión femenina derivada de un modelo social de patriarcado que, por darse en ese espacio cerrado, no iluminado y sin posibilidad de intervención política, sostiene y perpetúa el modelo que pretende ponerse en cuestión. Así, lo que pasa de tejas abajo debe, si se quiere que la lucha contra la opresión triunfe, hacerse público, exponerse, mostrarse en lo social, no simplemente como una manifestación privada que se vuelca sin mucho sentido a lo público (como pasa hoy con la vomitera de las sensibilidades, opiniones o antojos privados en las redes sociales que desarticulan lo público), sino como el reconocimiento de que cualquier opresión personal es una opresión común. De ahí, tomar conciencia de que, por ser un asunto que no te afecta a ti sino a todas las mujeres, no debe afrontarse desde las viciadas formas de resolución de conflicto de cualquier núcleo familiar, sino desde la forma en la que lo público afronta sus problemáticas, a saber, la política. Naturalmente, cuando hablamos de lo personal o de lo privado, no estamos hablando mayormente de si alguien se mete los dedos en la nariz en el baño de su casa y si eso debe ser regulado por lo común porque lo afecta. No. Estamos hablando casi exclusivamente de la sexualidad de las personas. De si esta se encuentra sometida, si es autónoma o, lo que es más inquietante, si puede ser de alguna manera autónoma o debe estar siempre tutorizada. No ya por un sátrapa de marido sino por todo un Estado de derecho.
Con la mejor de las intenciones, el lema abre en origen una confrontación entre libertades individuales y obligaciones colectivas, entre lo que puedo hacer en mi casa, con mi cuerpo, con mi imaginario sin que tenga que venir esa libertad individual a ser fiscalizada por lo público. Problematiza dónde está el límite de las obligaciones públicas y mi derecho privado de autonomía. Y el en mi casa hago lo que me da la gana queda seriamente, a partir de entonces, comprometido.
¿Debe estar toda actividad privada reglada hasta en sus más mínimos detalles?
Es evidente que un hecho delictivo siempre lo es, se haga en lo privado o en lo público, pero los matices empiezan inmediatamente a aflorar. Especialmente en nuestros tiempos en los que, parece, toda actividad privada debe estar (en nombre de un presunto bien común) reglada hasta en sus más mínimos detalles. Si mi sexualidad, aún en el caso de que yo sea un cargo con responsabilidades públicas, no coincide con lo moralmente asumido y a mí me va el BDSM, el travestismo, la escatología o la erótica que sea, ¿qué derecho tiene nadie a intentar convencerme, marginarme o coartarme desde lo público a que renuncie a ella? Si soy autónoma en el dominio de mi cuerpo, ¿por qué puedo hoy en día afrontar un aborto pero tengo que ser redimida o cancelada si, por ejemplo, decido dedicarme a vender mis servicios de ama dominante a hombres sumisos o mi arte amatorio?
Un antes y un después…
«Lo privado es político» marcó un antes y un después. Fue un propósito que iluminaba las zonas más oscuras de nuestros ámbitos de existencia y reflejó algo que parece que hemos olvidado ya: nuestra profunda y radical interdependencia. Que lo que yo haga, donde lo haga, repercute y afecta a todos, que lo que a mí me impide un despliegue personal muy posiblemente se lo impide también a los demás. A partir de entonces, muchas cosas han cambiado: desde la disruptiva tecnología de consumo y divulgación de masas que prioriza el individualismo sobre lo común, al puritanismo reinante que, en nombre de esto es lo que es y no puede ser otra cosa, radicaliza cualquier particularidad, anestesia la sensibilidad y victimiza a todo hijo de vecino. De la entronización de las emociones privadas por encima de la razón común o de la razón instrumental sobre la objetiva y, con ello, la idiotez sistémica como garante de «éxito», a que nuestro mundo es algo que, por hacérsenos incomprensible, inhóspito y bárbaro, parecemos volver a mirar a los más reaccionarios posicionamientos de diestra y siniestra.
Ahora, LO PRIVADO DESCUARTIZA Y AHOGA LO PÚBLICO. Todo este barullo hace que hasta una posición como la reflejada en el lema se haya vuelto maniquea, se haya malbaratado y se haya vuelto siniestra de forma que nuestras libertades individuales se coartan en nombre de un ideal moral. O que son apropiadas por posiciones presuntamente «liberales» que consiguen el efecto contrario, al hacer de «lo privado es político» la siniestra conversión a «lo político es privado».