«La religión es una parte del sexo de la mujer».
Hermanos Goncourt
11 de abril de 1857. Uno de los dos hermanos Goncourt hace una anotación en su diario: La religion est une partie du sexe de la femme («La religión es una parte del sexo de la mujer»). La idea se anota, casi con seguridad por parte de Jules y la realiza tras otras dos anotaciones: primero, que no le comunicará su cumpleaños a Marie para que esta no tenga que hacerle un regalo y, segundo, el relato de una bizarra discusión literaria a la que han asistido ese mismo día entre Flaubert y el padre de Feydeau. Ninguna de esas dos anotaciones guarda relación alguna con la cita en cuestión.
Los hermanos Goncourt
Los hermanos Goncourt son una institución en Francia. El premio literario, instituido por Edmond Goncourt en su testamento en 1896, que todavía lleva su nombre, es uno de los más prestigiosos que se pueden otorgar en el país vecino.
Ambos hermanos eran escritores y solían firmar sus obras literarias de forma conjunta hasta la muerte de Jules. Con una prosa de estilo naturalista y temáticas propias decimonónicas, su obra literaria ha sido hoy bastante olvidada, pero no así sus diarios publicados en dos tomos que son un testimonio inigualable de lo que fue el ambiente literario francés en el periodo que abarcó sus vidas.
Gracias a ese diario en el que anotaron meticulosamente todas las actividades de su riquísima vida social y cultural desde 1851, conocemos lo que se pensaba, lo que se escribía y la ideología hegemónica en ese riquísimo periodo de la cultura europea.
Análisis de la cita
La cita que nos ocupa ha sido ampliamente difundida porque, bajo su apariencia simple, esconde una reflexión que todavía no ha sido claramente descifrada. ¿Qué querían decir con ella?
A ojos de nuestros días (mala costumbre esa de verlo todo exclusivamente con las lentes del presente), decir que «La religión es una parte del sexo de la mujer» parece referirse a algo bastante evidente: la religión católica ha condicionado, coaccionado, cercenado y anulado la sexualidad femenina. Algo por otra parte evidente, quizá demasiado evidente como para ser anotado en un diario.
Si nos sumergimos mínimamente en las posiciones ideológicas de los hermanos, encontramos algunas pistas más: eran anticlericales, con matices, no es que fueran unos «comecuras», pero no sentían afinidad alguna por las creencias religiosas ni por los efectos que la religión había generado en la forma de concebir la existencia. También estaban muy al corriente de los planteamientos y métodos de los «alienistas» franceses (la incipiente psiquiatría de la época) por lo que conocían los efectos devastadores que la histeria estaba provocando en la población femenina de su tiempo.
El también conocido como «trastorno conversivo» provocaba en las mujeres, por la férrea moral imperante de origen católica, represiva hasta la extenuación, y que asociaba cualquier manifestación libidinal a una tara moral o psíquica, una serie de síntomas físicos y psíquicos espectaculares, variopintos y aparentemente inexplicables que tenían su fundamento en la completa anulación de su sexualidad.
Estos dos datos de las inquietudes de los hermanos Goncourt parecen confirmar la tesis de que se refieren con la cita a que la moral cristiana ha condicionado (destrozado) el sexo en las mujeres. Pero hay otro aspecto que no podemos olvidar. A los ojos de hoy, la misoginia de ambos escritores sería evidente. La mujer era, para ellos, pero también para el común de los mortales de su época, un ser inferior, casquivano, caprichoso, incapaz de contener sus instintos más bajos. Nos equivocaríamos si quisiéramos entender a los Goncourt como unos pioneros en detectar las causas que llevaron a la anulación del deseo femenino y su despliegue sexualizado y, por tanto, a intentar corregir esa injusta y atroz causa. Desde este prisma, la cita adquiere otro sentido. «La religión (en cuanto sistema de creencias) es (en el sentido que procede, que parte) del sexo femenino».
No sería así que la religión condiciona o restringe la sexualidad femenina como que la religión emana, es propia, se constituye, a partir de una forma de entender la sexualidad puramente femenina. Dicho de otro modo: si no existieran mujeres (sexuadas) no existiría religión. Solo desde una forma de entrega al otro absoluta, irracional en cuanto a que prima la propia entrega sobre cualquier interés racional instrumental, solo desde un gozo (el orgasmo) heterotópico, complejo y trascendente (emparentado al éxtasis místico) como el femenino se puede concebir algo así como el pensamiento religioso. La lacra de la religión es una lacra (más) femenina. La mujer padece los efectos de lo que ella misma «inventó». En el pecado va la penitencia.
Conclusión
Posiblemente a esto se referían los Goncourt cuando inscribieron esa escueta nota en su diario de ese 11 de abril de 1857. La seguridad no la tenemos. Lo único que tenemos, las mujeres, es la seguridad de que dejar de entendernos como las culpables de todo nos está costando sangre, sudor y lágrimas.
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