«Una orgía real nunca excita tanto como un libro pornográfico».
Aldous Huxley
El británico, aunque emigrante en EE.UU., Aldous Huxley (1894-1963), siempre permanecerá ligado al que popularmente se conoce como su mayor legado: su novela distópica de 1932 que anticipó siniestramente esquemas de nuestro tiempo, Un mundo feliz. Tan fina fue su predicción en las líneas culturales, en los mecanismos de poder que hoy nos sustentan (y nos esclavizan), que leer su novela es casi una obligación para cualquiera que quiera realizar un riguroso análisis cultural o social de nuestro mundo. «¡Yo escribí una distopía, no un manual de instrucciones, cabrones!», ponía en su boca un agudo twittero. Y es que de verdad parece que estamos siguiendo a rajatabla lo que Huxley supo ver, lo que supo encuadrar como significativo de lo que estaba por venir. Y no fue casualidad lo agudo, acertado e inquietante de su planteamiento, pues Huxley, y esto quizá no lo sepa hoy todo el mundo, fue, además de escritor, un brillante filósofo que devino con toda justicia por su narrativa y sus ensayos, uno de los pensadores más influyentes y respetados del siglo XX. Él fue quien abrió, por ejemplo, la mirada hacia lo que él mismo popularizó bajo el nombre de «filosofía perenne»; las metafísicas, la mística y la pregunta por el Ser, especialmente orientales en su caso, que se suelen encuadrar en la Teología pero que subyace a todos los pensamientos de carácter religioso. La percepción, la conciencia y lo sagrado fueron temas subsecuentes de su curiosidad y que marcaron su interés intelectual posibilitando que el mundo ampliara su mirada y que lo convirtiera en un referente. En 1928, unos años antes de Un mundo feliz, publicó la obra literaria que para muchos sería su propuesta más lograda, la más particular, la más extraña pero, a la vez, más clara sobre lo que somos Contrapunto. Es en esa obra en la que aparece la cita que hoy vamos a abordar.
Análisis de la cita: realidad versus fantasía
En mi ensayo Antimanual de sexo, (Ed. Temas de Hoy, Grupo Planeta, 2008), y sin tomar la cita de Huxley de referencia, escribí una frase que se ha popularizado bastante por las redes: «Las orgías son demasiado solidarias. Buscan más el placer del colectivo que el de las individualidades que lo componen y eso les resta eficacia. Son más interesantes de contar que de vivir». Con ello, se comprenderá que estoy completamente de acuerdo con lo que Huxley anunció ochenta años antes que yo. En la cita de Huxley se contraponen dos planos que son de capital importancia para entendernos, para entender nuestra condición sexuada y lo que hacemos con ella; la realidad y la fantasía. La realidad, con sus rozamientos, decepciones, imprevistos, coerciones y condicionantes frente a la fantasía, aquello que Montaigne llamaba la arrière boutique (la rebotica), donde todo se ordena sin las restricciones (físicas, cognitivas, morales…) de la realidad, donde, como decía Peter Pan, para volar solo hace falta pensar en volar, donde todo sucede de acuerdo a nuestra preferencia y nada se sale de guion, nada interrumpe el plan, nada entorpece nuestro deseo. En general, cualquier interacción sexual, pero específicamente algo tan «espectacular» como una orgía, siempre topa con ese muro infranqueable de la realidad… salvo cuando la imaginamos, cuando fantaseamos con ella, cuando una lectura nos induce a relatárnosla. No doy una exclusiva si digo que, a lo largo de mi trayectoria personal, he participado, realmente, en unas cuantas orgías. La sensación general es la que expongo en mi frase; las orgías exigen demasiado esfuerzo de coordinación como para que la entrega, la concentración y el dejarse llevar que exige el placer puedan actuar sin inhibiciones. Tienes que atender, como un batería, un director de orquesta o un malabarista chino que hace rodar los platos, demasiados frentes y de muy diversa índole; desde algo tan mundano y funcional como que se estén empleando condones y que estos no se utilicen sin renovarse ni tener en cuenta dónde y en quien entran, a la coreografía que exige tocar y dejarse tocar por varios cuerpos o, incluso, a las propias preferencias que nos marca el deseo; aún en orgías en las que no sabes nada de los compañeros de esfuerzo y ni tan siquiera de sus físicos (porque, por ejemplo, los rostros están ocultos detrás de máscaras), siempre hay preferencias y animadversiones. «Quiero que me coma el coño aquel o aquella, pero ese o esa no quiero ni que se acerque», con lo que los sentidos suelen estar demasiado en alerta, demasiado ocupados, como para que la completa entrega pueda darse. Luego, eso sí, cuando las relatas en un texto (en el relato, como en el recuerdo, por fundamento en la realidad que esté siempre interviene la fantasía), suelen ser muy agradecidas de contar, suelen captar mucho la atención y, sobre todo, como apuntaba Huxley, suelen resultar enormemente excitantes. A poco que el narrador orgiástico tenga algo de talento y no caiga en las torpezas habituales de los y las escritores/escritoras eróticos/as torpes que te llenan el relato de pirotecnia, onomatopeyas ridículas y metáforas más vistas que el TBO, contar una orgía es relatar una sinfonía, no un solo de flauta, y si ya es endemoniadamente difícil relatar las sensaciones vinculadas al sexo, lo de la orgía requiere un oficio, una experiencia (literaria y vital) al alcance de unos pocos. El personaje que hace esa afirmación en la novela de Huxley lo sabe, por eso su referencia, el escritor que le incita a la reflexión, no es nada más y nada menos que Pierre Louÿs.
Empezar a desear es empezar a generar un relato
La excitación, como momento de nuestra respuesta sexual que da continuidad al deseo, siempre es un relato, siempre, tanto si se produce en la realidad como en la fantasía. Está ya dominada por el deseo que se encuentra poseído, arrebatado a su vez, por el imaginario erótico de cada uno. Empezar a desear es empezar a escribir algo que metamorfosea la realidad, que la «cristaliza», que nos lleva por misteriosas correspondencias simbólicas a ver lo que queremos ver y no lo que vemos. Por eso un ginecólogo, por ejemplo, no suele desear ni se excita con la vagina de una paciente; él ve un órgano, no un coño. La excitación, y en eso Huxley lo afina, se fundamenta en lo que la fantasía convierte lo fantaseado en lo inmejorablemente sugerente, y qué duda hay que se incrementa cuando eres tú misma quien la despliega a partir de un medio tan abierto, tan poco condicionante, como la buena literatura erótica (la literatura, por cierto, siempre es erótica; siempre te abre al otro). Solo un apunte más para concluir; no debemos pasar por alto que Huxley habla de un libro «pornográfico» y no de un libro «erótico». ¿Es un asunto lexicográfico sin importancia? Si les parece y no lo han hecho ya, lean Contrapunto y luego hablamos…