Es difícil mostrar en una pantalla un concepto tan amplio y diverso como es el amor. Sin embargo, muchas películas se atreven a ello. Generalmente, lo hacen con la forma de un videoclip musical en el que podemos ver imágenes a cámara lenta sobre momentos felices, momentos de risas porque sí, de intimidad en el hogar, de sexo, o más bien, de buen sexo. De buenos momentos, en definitiva. Y quizá esa sea una buena forma de definir un amor que ya está muerto. Del que solo quedan esos pocos recuerdos felices que pueden verse de una forma simple y reducida porque todo lo demás se ha olvidado.
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Un amor vivo es un amor en conflicto
Porque un amor vivo es mucho más que eso. Es un permanente cambio. Son risas, pero a veces también llantos. Son momentos estables y serenos, pero también de conflicto. Porque cuando deja de ser eso y se convierte en algo monótono y sin contratiempos, acaba por perder nuestra atención.
Decía el tan admirado como insultado, Paulo Coelho: «El amor sólo descansa cuando muere. Un amor vivo es un amor en conflicto». Y puede que tuviera razón.
La parte humana
Tendemos a pensar en el conflicto como algo negativo. Huimos de todo lo que suponga una confrontación, un debate o un esfuerzo por nuestra parte, sin darnos cuenta de que las personas no pueden evitar ser un conflicto en sí mismas. No hay nadie que se mantenga estable y sereno siempre, de por vida, por mucho que nos los muestren así los anuncios de la tele. La vida nos lleva a afrontar, con o sin remedio, situaciones de todo tipo, que suponen conflictos laborales, sociales, familiares y también de pareja. Es inevitable. Porque si nosotros podemos entrar en conflicto con nuestras propias ideas o emociones, cuando pasa algo que cambia nuestra perspectiva, es imposible que, en una relación de dos, ambos permanezcan impasibles, como en una foto enmarcada.
En un momento dado, una pareja cambiará, crecerá, evolucionará… Y en esos cambios tendrán que perderse y volver a reencontrarse. Tendrán que volver a aprender cómo es esa persona porque nunca será siempre la misma. Ese aprendizaje se hace desde el conflicto, no como algo destructivo, sino regenerador.
De la misma forma, la pareja en sí misma puede considerarse como otro ente con vida propia. Está el tú, está el yo y también está el nosotros. Otra entidad que ha de adaptarse a los diferentes momentos de la vida, y que necesitará del conflicto para ello. De no ser así, en realidad, la relación no solo no perduraría, sino que moriría sin remedio.
Hasta que la muerte nos separe
Precisamente, otro de los tópicos de las películas a la hora de hablar del amor es visualizarlo a través de una boda. Es decir, una pareja que vive cierto conflicto, pero en la que al final el amor triunfa, consiguen casarse y son felices para siempre. Como si el matrimonio fuera precisamente el fin todo conflicto y no el inicio del mismo. Pero no se trata de pensar que el matrimonio es el fin del amor, sino el principio.
Solemos confundir el concepto de enamoramiento con el de amor, cuando nunca han sido sinónimos. Una cuestión son esos primeros meses, esos que corresponden al videoclip romántico, en el que nuestro cerebro está influenciado por ciertas sustancias químicas y vivimos en un estado casi de enajenación, que debe ser temporal por pura supervivencia. Y otro, lo que llega después. Porque el amor real es precisamente ese que nunca sale en las películas.
Algo vivo, cambiante, con subidas, bajadas, momentos de estabilidad, momentos de dudas, momentos de euforia, momentos de pérdida y momentos de reencuentro. Y es así, hasta que la muerte llega, no necesariamente de uno de los miembros de la pareja, pero sí del sentimiento en sí mismo, que es lo que realmente separa a esos amantes.
Porque los sentimientos no dejan de ser algo que nos remueven y, cuando dejan de hacerlo y llega la indiferencia, significa que ya no hay amor alguno que pueda salvarse.
La calma
De hecho, hay quien confunde el amor con la estabilidad. La llegada de la pareja «estable» como esa persona que nos otorga una cierta paz mental, serenidad y calma, que hasta ese momento no habíamos encontrado. Como si todo eso dependiera de una persona externa y no de nosotros mismos. Como si nuestro bienestar dependiera siempre de los demás. Quizá ese es el verdadero conflicto.
Es obvio que contar con personas que nos sumen y no supongan un motivo más de ansiedad constante será positivo para nuestro crecimiento personal. Es obvio que el conflicto es necesario para evolucionar, pero que vivir en una crisis constante no deja margen a construir nada. Y que las personas tóxicas no nos dejan tiempo para construirnos a nosotros mismos.
Pero con esos conceptos claros, pensar que el amor será ese oasis de calma en el que por fin descansar, es la mayor de las ilusiones. El amor será fuerza, será apoyo, será hogar, será refugio, pero también será a veces lugar para la batalla o el motivo por el que merezca la pena batallar.
Por eso, pensar que cuando llegue el amor, todo fluirá siempre por sí solo, sin conflicto y sin necesidad de esfuerzo, nos puede llevar a grandes decepciones. El amor será, al final, un reflejo de las personas que lo miman y lo conforman. La calma y la estabilidad no radican en sí de un sentimiento tan universal, sino de una decisión que debe ser personal.
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