No hay una receta perfecta para encontrar el amor de nuestras vidas. Pensemos en lo que escribiríamos si tuviéramos que describir a nuestra pareja ideal. Como si fuera una lista de deseos… Seguro que muchas personas optarían por decir características físicas, y otras tantas buscarían una colección de aficiones o una conexión más intelectual. Sin duda, muchos tendrían en mente algunas cualidades sexuales y, por desgracia, siempre habrá quien piense en los beneficios que tendría desde el punto de vista material. Sin embargo, una de las pocas cosas en las que coincidiríamos sería la siguiente: que me haga reír.
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«La capacidad de reír juntos es el amor»
Si lo pensamos, tiene todo el sentido. Al fin y al cabo seguimos creyendo que el amor es sinónimo de la felicidad (quizá habría que empezar a cambiar esta palabra por estabilidad) y no hay nada que nos haga más felices que reír, porque sí, a carcajadas.
Pero no, no se trata de enamorarse de un profesional de la risoterapia. Es tan sencillo (o tan difícil) como encontrar alguien que tenga nuestro mismo sentido del humor o que sea capaz de entender el nuestro.
Reír pero juntos
Decía la escritora francesa Françoise Sagan que «La capacidad de reír juntos es el amor». El problema es que no todo el mundo entiende que la clave de esta frase no está solo en reír, sino en hacerlo juntos. Algo que podría traducirse por no solo pasar tiempo juntos, sino además tener la suerte de disfrutarlo.
Ninguna pareja evolucionaría si no lo pasará bien con la compañía del otro, pero cuando la química disminuye y la enajenación mental nos abandona, no todo el mundo es capaz de disfrutar de esas pequeñas cosas que antes nos hacían tanta gracia.
Quizá, apenas nos vemos; con el trabajo, la familia y el tiempo de ocio… Y no me refiero únicamente a solas, sino con otros amigos o en parejas. Y poco a poco dejamos de lado esos ratos de no hacer nada, salvo de hablar de cosas tontas y comportarnos como niños, a solas en nuestro sofá o en nuestra cama. Y sí, me refiero a cuando las risas eran de verdad, y no solo posando para un bumerán en Instagram.
Con el tiempo se pierde la capacidad de pasarlo bien fuera de las sábanas, sin pensar que, precisamente, la complicidad en el día a día es lo que provoca las ganas de enredarnos en ellas.
Las risas… también en la cama
Pese a que, con suerte, el humor puede llegar a formar parte de la vida cotidiana, lo cierto es que aún nos cuesta incorporarlo a lo que pasa dentro de la cama. Nos da miedo reír durante el sexo porque no es la reacción esperada. Como si fuera una falta de respeto o un ataque al protocolo.
Nos tomamos el sexo tan en serio como la vida, y eso es lo que nos impide disfrutarlo. Parece que todo tiene que ser perfecto, como si hubiera alguien evaluando desde fuera y tuviéramos que cumplir con todo el manual, y nos fueran a penalizar si nos da por improvisar.
«Hay que tener varias relaciones coitales por semana, todas ellas con unos tiempos mínimos, con orgasmo y, claro, manteniendo un cuerpo de escándalo». ¿A quién puede hacerle gracia eso? ¿Qué hay de salirse de tono de vez en cuando, soltar una frase que nos provoque carcajadas o hacer el idiota, como método de seducción infalible?
Al orgasmo se puede llegar concentrado unos días, y entre carcajadas otros (sí, es posible correrse en un ataque de risa). Se puede llegar con la confianza plena en la otra persona, sin miedo a exponerse o a equivocarse, y raramente se puede disfrutar cuando pensamos que la otra persona solo está ahí para juzgarnos.
La felicidad obligada
El último mito que podría asociarse a esta frase es que el amor es ser siempre felices juntos. Como si la felicidad pudiera ser un estado continuo en el ser humano. Como si, una vez más, nos obligaran a sentirnos felices todo el rato.
El amor no es un estado de ánimo, ni un regalo, ni una salvación para todos los problemas de nuestra vida. El amor es la construcción de una relación que en la balanza nos aporte más cosas buenas que quebraderos de cabeza (que haberlos los hay siempre), pero que solo se mantiene con trabajo y esfuerzo diario. Y eso significa que la cosa no va a ir de risas y corazones todo el rato.
La creencia en la magia del amor y en ese vídeo a cámara lenta de una pareja sonriendo de la mano es, precisamente, el peor veneno para cualquier relación. Porque nunca es así todo el rato. El amor son risas pero también son lágrimas. Precisamente porque la luz se aprecia aún más, cuando también nos ha tocado vivir algo de sombras.