Frases de amor

¿Existe alguna experiencia que supere al amor?

«He experimentado de todo, y puedo asegurar que no hay nada mejor que estar en los brazos de la persona que amas”. John Lennon

Solemos quejarnos de la vida con aquel verso de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero lo cierto es que el presente también ofrece muchas ventajas. No solo vivimos más y mejor que nuestros antepasados, sino que también lo hacemos más intensamente o, al menos, en algunas ocasiones. Sin tomar en cuenta las horas que pasamos pegados a las pantallas, tenemos la oportunidad de viajar en solo unas horas a cualquier parte del mundo. Probar comidas de cualquier región. Conectar con personas a miles de kilómetros…

De hecho, cada vez somos más conscientes de que cuando la vida acaba, lo que se recuerda son las experiencias y no las cosas materiales. Por eso ya no regalamos solo objetos, sino cofres de experiencias, que van desde montarse en globo, hasta probar un coche de carreras. Queremos sentir más la vida, probar todo lo posible, hacer que nuestro paso por este mundo cuente.

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Frases de amor

Sin embargo, paralelamente, estamos infravalorando una de las experiencias más intensas que pueden sentirse y en la que de seguro no nos envidiarían nuestros antepasado: el amor.

Los brazos de la persona amada

Puede parecer ñoño, romántico en el mal sentido o incluso pasado de moda, pero lo cierto es que el amor es una de las sensaciones que todo el mundo debería vivir, al menos, una vez en la vida. No es necesario casarse ni tener un amor tradicional, ni mucho menos heteropatriarcal, pero sí experimentar esa conexión tan única con otra persona.

No lo digo yo. Lo dicen personas que seguramente tuvieron la oportunidad de vivir muchas más experiencias y que sabían expresar mejor la esencia de la vida como, por ejemplo, los artistas. Así, entre las frases más célebres del músico John Lennon está aquella de: “He experimentado de todo y puedo asegurar que no hay nada mejor que estar en los brazos de la persona que amas”.

Buscamos el éxtasis en tirarnos por paracaídas, pero no apreciamos que a veces lo más intenso de la vida puede estar también en lo más sencillo. No nos paramos a apreciar el momento de estar simplemente tumbados en la cama, después de hacer el amor, pudiendo observar el cuerpo de la persona amada, acariciando su piel, dejando que nos penetre su aroma y descansar con el latido de su corazón. Algo que parece banal y que, sin embargo, no deja de ser fugaz y extraordinario.

Por alguna razón, pensamos que la idea de buscar vivencias debe hacerse en solitario.

De lo ególatra a lo solitario

Los psicólogos hablan de un nuevo síndrome que denominan “SIMON” y que se define así por sus lo que significa cada una de sus siglas: Soltero, Inmaduro, Materialista, Obsesionado con el éxito y Narcisista.

Si bien se trata de un perfil más común en los hombres, que huyen del compromiso como de la peste, también se da en mujeres.

Siendo obvio que en la vida hay momentos para todo, y que tener pareja es una decisión personal y nunca debe ser un imperativo social, pasar por este mundo con el convencimiento de que es mejor no enamorarse jamás y dedicarse solo al amor propio, tampoco parece un ideal perfecto.

Así, las personas que entran en este síndrome SIMON son precisamente aquellas que buscan vivir todas las experiencias posibles, sin atarse a nadie ni a nada. Sin entender que el vincularse con otra persona también forma parte de las experiencias de la vida.

No llegar a amar

De hecho, reconozco que, a veces, en esos momentos en los que se para el tiempo y en los que solo existimos mi amante y yo, me pregunto si todo el mundo habrá experimentado algo parecido. Si todas las personas que pasan por este mundo se llevan ese recuerdo de regalo.

Me planteo que casi todo el mundo ha tenido sexo y que muchas personas han tenido pareja. Que muchos se han mirado a los ojos después de hacer el amor o justo antes de hacerlo y habrán sentido un escalofrío. Pero ¿habrán sentido realmente el AMOR, así, en mayúsculas?

No solo el deseo, las ganas y la admiración ciega que se esconde en los suspiros de un enamoramiento. No esos momentos iniciales en los que todo parece perfecto, aunque en realidad nunca lo sea. Me refiero a la sensación de que esa persona es “hogar”. Es EL HOGAR. Es esa llama a la que arrimarse en una noche de invierno. Es un hombro para llorar, un abrazo en el que recolocarse, una mirada en la que ver tu mejor reflejo. Es tu lugar en el mundo.

Me pregunto si quizá seguimos pensando que, aunque sea mejor regalar una experiencia que un objeto, creemos aún que las experiencias tienen que ver con lo material y el dinero. Cuando está claro que en la vida las cosas más importantes nunca tienen que ver con eso.

 

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