Hay momentos en la vida en los que todo parece oscuro. En los que nuestra mente, que siempre había sido positiva y alegre, parece volverse triste y pesimista. No vemos la luz al final del túnel, los problemas se acumulan, las tensiones aumentan y nuestra mente comienza a jugar en nuestra contra, susurrándonos al oído todo lo malo que podría pasar, todo lo malo que podemos usar para juzgarnos a nosotros mismos.
No es necesario llegar a atravesar una depresión, todos hemos podido sentir en alguna ocasión cómo nuestras buenas emociones caen como un castillo de naipes para regocijarnos, aunque sea durante unas horas, en nuestra propia podredumbre. O como se dice comúnmente, rebozarnos en nuestra propia mierda. Ese lugar que podría ser incómodo, pero que al menos es conocido, y en el que de una forma extraña nos sentimos a gusto, tanto que a veces nos cuesta salir del mismo.
Porque el problema no es caer a nuestros bajos fondos de vez en cuando, el problema es no saber cómo levantarse y salir de nuevo a la luz del día. El problema es que, si estamos mucho tiempo a oscuras, acabamos por sentir que la luz nos molesta.
Por eso, en tiempos complejos, hay que recordar que el amor puede ser esa llama a la que acercarnos cuando empecemos a sentir el frío. Que el amor, en sus muchas formas, siempre puede servirnos como una mano amiga para evitar el precipicio. Y es que como decía Mahatma Gandhi: «Donde hay amor, hay vida».
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El amor es vida
Tendemos a pensar en el amor como algo grandilocuente. Como esa emoción que todo lo arrasa y todo lo puede. Una meta a la que llegar, un objetivo que alcanzar. Quizá el amor sea todo eso, pero también es algo mucho más pequeño.
El amor son esos pequeños gestos que pueden salvarnos de nuestros demonios. Es un abrazo en silencio cuando más lo necesitas. Es una mirada cómplice y un apretón de manos (o el saludo que lo que lo sustituya). Es un «todo irá bien» en un susurro. Es un comernos a besos, aunque sean besos castos. Es una simple caricia en la espalda.
Sin embargo, en los tiempos de las prisas, de lo inmediato, de vivir insatisfechos todo el rato, seguimos buscando un «algo más» pasando por alto todo lo que ya tenemos. Nos obsesionamos echando en cara carencias y faltas, olvidando los gestos por los que muy pocas veces damos las gracias.
Seguimos buscando el sentido de la vida en lugares lejanos y dejamos en casa el amor que de verdad da sentido a la existencia.
Un apoyo incondicional
Ahora que todos paramos, que el tiempo parece ir más despacio y que la lejanía nos parece ir más allá del super de la esquina, es importante recordar que el amor estos días es la luz con la que seguir iluminando nuestras rutinas.
Que cuando notemos que todo nos pesa, un pequeño gesto nos puede hacer sentir la carga más ligera. Que cuando brotan porque sí las lágrimas, todavía es posible contagiarnos de una sonrisa. Que el amor no es solo el de la pareja, que a lo mejor ahora no está cerca, sino el de todas las personas que mandan un mensaje de cariño o una broma de la que poder reírnos. De un vecino que pone música para alimentar el alma, de una mascota que se acurruca en nuestras piernas, de un tendero que te ayuda, de una amiga, que aunque esté lejos, te consuela.
Cuando parece que nos faltan motivos para sentirnos bien, olvidémonos un rato del mundo que hay fuera y recordemos todo lo que podemos disfrutar de lo que hay dentro. Provenga ese amor de quien provenga. Porque donde hay amor hay vida y donde hay vida, siempre hay esperanza.