Hay ciertas cuestiones que marcan la existencia del ser humano, y lo hacen porque no están arraigadas a una sola cultura, sociedad o época, sino por el hecho de que aparecen en todas las civilizaciones, a través de los siglos. Una de esas cuestiones, sin duda, es la creencia en el destino.
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La frase (sobre el destino) de Los puentes de Madison
Incluso en los tiempos en los que más dueños de nuestra vida y de nuestras decisiones nos creemos, aún nos gusta creer que hay ciertas situaciones que no pasan por simple casualidad, sino que, de alguna forma, estaban escritas. Sobre todo en lo que al amor se refiere.
¿Por qué cogí aquel tren? ¿Por qué decidí ir a esa fiesta aquella noche si, en realidad, planeaba quedarme en casa? ¿Por qué justo apareciste en ese preciso momento de mi vida, cuando lo acababa de dejar con mi ex y no unos meses antes? Esas preguntas, si bien puede que ya no se recojan en largas cartas de amor, sí que han rondado, al menos alguna vez, en los rincones de nuestra mente.
Y es que, aunque ya sepamos que no somos medias naranjas, sino naranjas enteras, nos sigue gustando la idea de que la persona que elegimos para pasar nuestra vida no es solo una cuestión de azar, sino que realmente es algo con un mayor significado, con un verdadero motivo. Una de esas ideas románticas que nos cuesta abandonar, pese a que nos guste creer en la racionalidad.
La fuerza del destino o de la atracción
La fuerza del destino, además de una canción de Mecano, es incluso una forma de justificar nuestros actos. Lo hicimos porque estábamos destinados a hacerlo, como si otra persona, ente o fuerza ancestral tuviera la culpa de lo que nosotros no hemos sabido evitar.
Este es, de hecho, un argumento muy común a la hora de exculparnos cuando cedemos a un deseo prohibido, y llamamos destino a lo que otros considerarían la fuerza de la atracción. Siempre es preferible pensar que hicimos lo que hicimos porque estaba destinado a ser así, a asumir que fue de esa forma, porque nosotros lo quisimos. Porque incluso esa atracción tenía un motivo.
Y es que no todos los amores son historias que contar a nuestros nietos. Algunas son precisamente esas anécdotas que nos llevaremos a la tumba o que contaremos a un exclusivo confidente, pero que durante años habrán provocado una secreta sonrisa de pura satisfacción.
El destino nos llevó a conocer a esa persona, quizá no en el momento más adecuado de nuestras vidas, pero fuimos nosotros quienes cedimos al deseo de vivir esa aventura, como si fuera el hecho más destacado de la trayectoria de nuestras vidas. De hecho ceder al deseo es más sencillo o, cuanto menos, más común que contrariarlo con la voluntad.
Y no por ello es menos romántico. Decidir que queríamos arriesgarnos y vivir intensamente, aunque quizás no fuera lo más adecuado, también es un mérito que en ocasiones no nos reconocemos.
Amores destinados (a no ser)
La idea de que el destino hace a veces de las suyas para unir nuestros caminos es también un argumento habitual de las grandes historias de amor del cine y de la literatura. Lo que para nosotros en la vida son casualidades o serendipias, en el mundo de la ficción, gracias a la mano del guionista o de la escritora, suelen ser pequeñas migas de pan que conducen a los protagonistas a través de las historias de amor de sus vidas.
Así, todos hemos soñado alguna vez con que un forastero aparezca por casualidad en nuestra puerta, pidiéndonos ayuda, y cuya irrupción sea un antes y un después en nuestra tediosa rutina. Ese encuentro no podría ser solo cosa del azar, sino que debería ser un amor de esos que debíamos vivir una vez en la vida porque, en algún lugar, así estaba escrito.
«Creo que los lugares en que he estado y las fotos que he hecho durante mi vida me han estado conduciendo hacia ti», le decía Clint Eastwood a Meryl Streep en Los Puentes de Madison, y los espectadores creímos fervientemente que no todo pasa porque sí, sino que existe un motivo para que dos personas se encuentren en un lugar y en un momento concreto.
Sin embargo, esta misma película tenía un segundo mensaje. Y es que el amor no solo depende de que el destino nos una, sino que somos nosotros y nuestras decisiones los que realmente sentenciamos los amores a ser o no ser. Sí, esa es la cuestión.