Intentamos proteger a las personas que queremos de las cosas malas de esta vida. Y entre ellas, solemos intentar protegerlas para que no les rompan el corazón. Lo hacemos porque sabemos que esa experiencia supone un intenso dolor, sin tener en cuenta que el dolor no es algo totalmente malo. También es aprendizaje.
Sigue leyendo…
Vivimos en el nuevo autoritarismo de la felicidad y el positivismo, también en las relaciones sentimentales. Pero el amor no siempre va a tener un final feliz, y aprender eso es parte de madurar, de conocerse a uno mismo. De aprender a soltar, pero también de aprender que de todo lo malo se sale, y que siempre es posible volver a empezar.
Así, olvidamos que un corazón roto es una de esas experiencias vitales que hay que pasar al menos una vez en la vida. Porque, al igual que disfrutas más de la vida porque sabes que no es eterna, aprendes a valorar más el amor cuando sabes lo que ocurre si se pierde a la persona amada.
Cicatrices de sabiduría
La buena noticia es que la primera vez que te rompen el corazón es la que más duele. Porque es la primera vez que te has entregado sin miedo, sin frenos. El resto, nos pilla más prevenidos.
Escribía Carlos Ruiz Zafón en su libro El juego del Ángel: «¿Sabe lo mejor de los corazones rotos? Que solo pueden romperse de verdad una vez. Lo demás son rasguños». Y creo que tenía razón.
Pese a que parezca algo por lo que todo el mundo ha pasado, es cierto que hay personas a las que nunca les han roto realmente el corazón. Sí, han pasado por alguna ruptura sentimental, pero no ha sido realmente una de esas en las que sintieron literalmente un dolor en el pecho, como si algo se resquebrajase realmente.
Incluso las hay que han dejado de querer y se despiden sin dramas o esos pocos que hicieron de su primer amor, un amor para toda la vida.
Podrían parecer, no obstante, personas más afortunadas. Aunque hay quien puede ver más hermosas las cicatrices porque son señal de experiencia y la experiencia de sabiduría. Una vez que aprendemos cómo se produce la herida, solemos intentar que no sea tan profunda en la siguiente caída.
El primer orgasmo
Otro falso mito es que el primer amor será también el primer corazón roto. Pero esto no tiene por qué ser así. El primer amor puede acabarse cuando crecemos y cambiamos, cuando nos desilusionamos. Puede simplemente pasar de ser un recuerdo perfecto y lejano, a ser una bonita amistad.
El primer amor que realmente resulta devastador es el que lleva añadidos más ingredientes que la más pura ingenuidad. De hecho, me atrevería a decir que la pérdida amorosa resulta mucho más intensa, cuando la ruptura también es sexual.
Porque un amor platónico puede ser una imagen inerte que siempre nos acompañe. Pero un amor sexual es un recuerdo cálido que siempre nos invade.
No obstante, más allá de mitos románticos, es durante el sexo y, en concreto, durante el orgasmo, cuando nuestro cuerpo segrega oxitocina, la hormona del amor, que genera un vínculo emocional con esa persona. Un vínculo que aumenta cada vez que nos vamos juntos a la cama.
Tiene sentido pensar entonces que es el primer orgasmo, y no el primer amor, el que realmente tendrá el poder de romper nuestro corazón
El dolor como aprendizaje emocional
Es cierto que, a la larga, la experiencia de un corazón roto pueda parecer positiva, pero en el corto plazo es sin duda devastadora. Supone un antes y un después. Una sensación que nunca olvidas.
Aunque no olvidar quizás sea la parte más importante. Porque aprendes de aquello que hiciste mal. De las señales que debieron advertirte de la otra persona. De que el problema quizá fueron tus altas expectativas. Tus falsas esperanzas. O incluso que estabas tan enamorada del amor, que no te paraste a amar realmente a esa persona.
Algo que desde luego no verás mientras la herida siga abierta, pero que entenderás cuando cicatrice. Porque el tiempo nos da perspectiva. Nos enseña que hay amores que no están para quedarse, sino para moldearnos y llegar a ser mejores versiones de nosotros mismos.
Porque la primera vez que nos rompen el corazón, se abren dos caminos. Uno, el que nos anima a realizar esa evolución, a asumir que el dolor es parte de la vida, y que la posibilidad de la pérdida nos anima a valorar más lo que tenemos. El otro es quedarse solo en esa ruptura, en el dolor sin condiciones, en el victimismo, en la reiterada y obsesiva misma toma de decisiones. En no dejar que nadie más nos parta el corazón, pero tampoco que realmente nos los cuide. Una actitud, esta última, que enmarca al individuo en un conformismo social, en el quedará como sujeto a sus propios miedos. Y es que el dolor es parte de la vida. Aceptar que el amor puede quebrarse y doler es la antítesis al conformismo, probablemente, una sana valentía.
Al final, el amor que vivamos desde entonces, siempre dependerá del amor que nos tengamos a nosotros mismos.