«Yo no quería hacer nada pero tuve un orgasmo, ¿quiere decir que inconscientemente sí quería?».
A finales de los años 90, en un juicio sobre abusos sexuales en Reino Unido, solicitaron a Roy Levin, científico biomédico, que acudiera a testificar como experto en fisiología sexual. Debía aportar su opinión en el caso de un joven de 15 años que, durante un episodio en el que sufrió abusos sexuales, tuvo una erección y eyaculó. El abogado de la defensa argumentaba que esto era señal de que había habido consentimiento. El chico lo negaba y decía que su cuerpo no estaba bajo su control.
Esta situación está recogida en el libro S=EX2 de Pere Estupinyà (editorial Debate, 2013) y es un ejemplo perfecto del tema que nos ocupa: la diferencia entre la reacción fisiológica y emocional en el sexo. ¿Van unidas? ¿Pueden ir por libre? ¿Qué testificó Levin en el caso anterior?
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En una relación consensuada que se desarrolla con fluidez, estado mental y estado físico van en consonancia, con lo que la excitación sexual y la consecución del orgasmo son respuestas más que bienvenidas. De hecho, es muy probable que el estado mental ayude a la excitación física. Pero sabemos que, en algunos momentos, puede haber deseo y que el cuerpo no acompañe del todo. Véanse, por ejemplo, los «gatillazos» de los hombres o, en las mujeres, la falta de lubricación o vasocongestión en la zona genital, incluso cuando se desea fervientemente tener relaciones sexuales.
Estos últimos ejemplos muestran que deseo y excitación son procesos diferentes. El primero es el interés por el sexo y el segundo, la respuesta física ante la actividad sexual. De la misma manera que puede haber deseo sin que aparezca excitación, también puede pasar a la inversa: que haya excitación sin que se sienta deseo.
Y esto es lo que le pudo pasar al chico del caso que mencionábamos; que su cuerpo reaccionase ante la estimulación física sin que él realmente quisiera. Y esto también es lo que les ocurre a algunas mujeres durante un episodio de abusos: pueden lubricar e, incluso, llegar a tener un orgasmo.
En el artículo Sexual arousal and orgasm in subjects who experience forced or non-consensual sexual stimulation – a review, Roy Levin, junto con Willy van Berlo, repasan los casos documentados en que se había producido esa situación y aportan varios datos. Para empezar, indican que es más habitual en mujeres que en hombres. En ellas, el cuerpo reacciona ante situaciones de abuso como mecanismo de autoprotección. Es decir, una vagina lubricada sufrirá menos daños ante una penetración forzada.
Levy y van Berlo señalan también que «la incidencia del orgasmo por excitación sexual no consentida es aproximadamente del 5% de los casos». Aunque añaden que esta cifra puede ser inferior a la real debido a los sentimientos de vergüenza y culpa sufridos por las víctimas.
Pero además, estos no son los únicos casos en que se produce una desconexión entre el deseo y la excitación. Hay condiciones médicas que son ejemplo de ello, como el priapismo, que es tener una erección involuntaria que se puede prolongar durante horas, y el síndrome de excitación genital persistente, que consiste en una excitación genital (hormigueo, sensación pulsátil y palpitante) producida de forma espontánea, intrusiva y no deseada sin que haya interés sexual ni deseo.
Sin irnos a otros problemas, entre la comunidad asexual también se ve esta independencia. Hay personas asexuales que no sienten atracción o deseo pero sí pueden masturbarse o tener relaciones como respuesta física. El cuerpo funciona.
¿Es placentero un orgasmo cuando no hay deseo?
Dicho de otra manera, ¿se puede experimentar placer solo como respuesta física? Desde un punto de vista fisiológico, el orgasmo es un reflejo, es decir, al estimular puntos específicos, se consigue una reacción determinada. Básicamente, se desencadenan una serie de hormonas con la excitación y producen sensación de bienestar.
Pero el placer no es solo una respuesta física, sino una sensación que se ve afectada por su parte subjetiva. Una misma práctica puede resultarte muy agradable un día y otro, menos. Imagínate un cunnilingus una noche en casa, en un ambiente relajado y sin prisas. Visualiza esa misma situación en un coche, con el freno de mano que se te clava en el muslo y preocupada porque pueda acercarse alguien. O eres muy buena desconectando y centrándote en el aquí y ahora o ese sexo oral no resultará tan grato, a pesar de que sea realizado con la misma habilidad. También hay otra posibilidad, que te pongan las situaciones de riesgo y, entonces, el disfrute será mayor. En definitiva, el contexto y el componente erótico que tenga para ti son siempre fundamentales en la sensación (subjetiva) del placer.
Subamos un escalón más en el ejemplo. En el artículo Excitación sexual permanente y síndrome doloroso pelviano por lesión del nervio pudendo poshisterectomía se relata el caso de una mujer que necesitaba provocarse el orgasmo para aliviar la sensación de excitación genital. Se masturbaba más de lo que quería y lo hacía a escondidas por vergüenza. ¿Suena eso placentero? Las personas que sufren este síndrome (y lo mismo pasa con el priapismo) relatan la sensación como desagradable, dolorosa e incómoda.
Y vayamos al caso más extremo: orgasmos en situaciones de abuso. Puede sentirse placer físico, pero al haber una situación, ya no solo que no acompaña, sino que contrarresta fuertemente, esas sensaciones físicas se verán empañadas hasta el punto de vivirse como traumáticas. Los sentimientos de culpa y vergüenza irán en aumento. «Yo no quería pero tuve una erección, ¿quiere decir que inconscientemente sí quería?». O «Al lubricar, le pude dar la impresión de que sí quería». Una situación terrible que se ve agravada por una reacción física involuntaria y por el desconocimiento de la respuesta sexual del cuerpo. Es importante tener muy presente el adjetivo involuntario. Es clave para afrontar mentalmente la situación.
Si recordáis el juicio del principio del artículo, el abogado de la defensa argumentaba que la erección y la eyaculación eran señal de consentimiento. En casos de violación a mujeres, se examinan las lesiones en el área genital de las víctimas. Estas lesiones, lógicamente, disminuyen si ha habido lubricación y algunos letrados pueden usar eso como prueba de que la relación era aceptada. ¿Qué declaró Roy Levin? En el libro S=Ex2 se explica que el experto desconoce cómo finalizó el caso del chico, pero que él fue contundente en su testimonio: «sí es posible experimentar excitación física y orgasmo como acto reflejo sin que eso implique voluntad o placer».
Con todo, esto no debería quedar ninguna duda al respecto. Un orgasmo no es señal de consentimiento. La humedad vaginal no indica ni placer ni voluntad. Ni tan siquiera una erección es señal de aceptación. La única respuesta válida para saber si todas las partes quieren es un sí.