Curiosidades

Uno puede ser pequeño, pero no por ello no ser matón

El pasado 24 de noviembre cañoneó las salas de cine españolas Napoleón, la nueva película de Ridley Scott, y la susodicha, acumula ya un significativo montón de feroces críticas y detractores en cuanto a la veracidad histórica mostrada. Sin embargo, yo no voy a entrar en ello. De hecho, fuera de la pequeña o gran pantalla, la figura de Bonaparte siempre ha estado rodeada de rumores o hasta ridículas falacias; por ejemplo, dos de sus más reconocidos motes «Pequeño corso» o «Enano corso» chocan con que este no era un tipo bajito para la época, puesto que medía cinco pies, dos pulgadas y cuatro líneas, lo que equivaldría aproximadamente a 1,68 o 1,69 metros, y la media francesa de entonces estaba en el metro sesenta.

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A todo esto, cabe resaltar que numerosos estudiosos alegan que el origen de aquellos apodos eran en realidad tergiversaciones malintencionadas del original sobrenombre de El Pequeño Cabo. Además, y para añadir a la ecuación, véase que el cadáver del Sire fue medido con el pied métrique, mas, cuando los datos llegaron a Gran Bretaña, los ingleses trocaron esas medidas a su propio procedimiento, en el cual un pie contaba menos, y al terminar los cálculos determinaron que el Emperador medía 1,57 metros, pero sea como fuere, lo de la corta estatura ha trascendido en la historia.

Y hablando de tamaño, hagámoslo sobre el supuesto pene del laureado como «Dueño de Europa», además de poseedor de un insaciable apetito sexual. Tras la pérdida de la batalla de Waterloo en el aciago año de 1815 (si en vuestra mente está sonando ABBA, es comprensible), y un tanto después, Napoleón fue desterrado a la isla de Santa Elena, perdida en el Atlántico sur, y en la que, el 5 de mayo de 1821, acabó falleciendo a causa de un cáncer de estómago, aunque hay quienes defienden la teoría del envenenamiento intencionado o fortuito con arsénico.

A posteriori, y a cargo del médico, François Carlo Antommarchi, se le realizó una autopsia en la que se le extirparon una serie de órganos y otros elementos, tales como el corazón (ciertas leyendas dicen que Bonaparte quería que este le fuera enviado a su esposa María Luisa, y eso que, relatan, pereció musitando: «Francia, ejército; líder del ejército, Josefina»), el estómago, pedazos de intestino, cabello, en las memorias del criado Denis, este manifestó que también algunos pedazos de las costillas y el miembro viril.

Según el mito, el pene de Bonaparte medía cuatro centímetros debido a una enfermedad glandular, responsable de limitar el crecimiento normal de sus genitales. Y erecto habría obtenido alrededor de unos seis centímetros y medio aproximadamente. Pues bien, el historiador Tony Perrottet, cuenta en su libro Napoleon’s Privates: 2500 Years of History Unzipped que Antommarchi habría vendido el falo del exemperador al sacerdote Ange Paulo Vignali, quien dio la extremaunción a Bonaparte. Luego, este lo trasladó a Córcega, la tierra natal del Sire. De allí, saltamos al año 1916, cuando Maggs Bros compró el pene y lo guardó hasta que volvió a cambiar de dueño, un coleccionista llamado A.S.W. Rosenbach. En 1927, la célebre verga se expuso en el Museo de Artes Francesas de Nueva York y acudieron a verla cuantiosas personas entre las que destaca  un periodista de la revista Time, que declaró que el aspecto del órgano semejaba «la tira maltratada de un cordón», a lo que otro reportero refrendó que le recordaba a una «anguila encogida».

Superada y con creces la Segunda Guerra Mundial, y en 1977, el pene del corso salió a subasta y fue adquirido por el urólogo y amante de la historia, John Lattimer por la cifra de 3000 dólares (hallaréis algunas fuentes menores que dicen que fueron 4000 dólares). Este lo conservó hasta su óbito en el año 2007, pese a haber rechazado ofertas de más de 80 mil dólares. Ahora, la hija de Lattimer, Evan Lattimer, custodia el presunto pito de Napoleón y no ha dado visos de querer deshacerse de él, al que conserva en los sótanos de la casa familiar en Nueva Jersey.

Réplica del pene de Napoleón

Réplica del pene de Napoleón.

Diversos expertos difieren respecto a la veracidad del falo, sobre todo, basándose en el estado de conservación, no obstante, otros consideran que podría afirmarse si pertenecía a Bonaparte o no llevando a cabo test genéticos con el material que se conserva del que, un día, fue el emperador de los franceses.

A propósito, y para concluir, fuera ese o no el pene de Napoleón Bonaparte, lo que es incuestionable es que uno puede ser pequeño, pero no por ello no ser matón.