Gustave Courbet (1819-1877) fue un pintor francés, fundador y máximo representante del realismo. Comprometido activista republicano, cercano al socialismo revolucionario, llegó a ser etiquetado como «revolucionario peligroso». Su desprecio hacia las convenciones artísticas y comerciales y su encendida defensa del socialismo utópico de Saint-Simon le supuso ganarse la fama de arrogante y efectista. Afirmaba que «si dejo de escandalizar, dejo de existir» por lo que sus detractores le acusaron de provocar escándalos solo para entretener a las clases bienpensantes, algo que consiguió, sin duda, con su obra más polémica: L’origine du monde (El origen del mundo).
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En El origen del mundo (nombre que no se le atribuyó hasta comienzos del siglo XX), Gustave Courbet prescinde de cualquier excusa narrativa o iconográfica para recrear el cuerpo femenino en toda su crudeza: un escorzo que muestra parte del tronco de una mujer tumbada: senos, ombligo, muslos y un pubis prominente cubierto de una hermosa mata de vello púbico que apenas esconde la entrada a una vagina que se intuye rosada.
Andanzas de El origen del mundo
En 1866, Khalil-Bey, diplomático egipcio del Imperio Otomano, le encargó a Gustave Courbet pintar esta obra. Aunque Khalil-Bey tenía especial debilidad por las pinturas eróticas y su colección era muy amplia, ocultaba El origen del mundo tras una cortina de terciopelo y solo la mostraba ante sus visitas más destacadas. Sin embargo, apenas pudo disfrutar de ella. Jugador empedernido, Khalil-Bey perdió el lienzo en una partida de cartas y el anticuario Antoine de la Narde lo adquirió en una subasta que se realizó en 1868.
Sus andanzas posteriores son poco claras. Edmond de Goncourt lo vio por primera vez en 1889 en la tienda de un anticuario, oculto tras un panel en el que estaba pintado un castillo en medio de un paisaje nevado; esa pieza era otro cuadro de Courbet, Le château de Blonay. El conjunto reapareció en 1913 en la Galería Bernheim-Jeune de París donde lo adquirió el barón húngaro Ferencz Hatvany junto con otras obras del mismo artista. Ferencz Hatvany lo llevó a Budapest, donde permanecieron hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando el Heer se apoderó de ellos. Posteriormente, el Ejército Rojo acabó recuperándolo y se lo devolvió a su legítimo dueño.
En 1947, este se trasladó a París y en 1955 se lo vendió a Jacques Lacan, que lo llevó a su casa campestre La Prevoté en Guitrancourt, donde lo ocultó bajo una composición realizada ex profeso por André Masson. Tras la muerte de Lacan en 1981, El origen del mundo pasó a ser propiedad del Estado francés en pago de los impuestos sucesorios, que lo mantuvo almacenado hasta que en 1995 decidieron exponerlo en el Musée d’Orsay de París junto con otras obras de Courbet, no sin ciertas cautelas.
Un rostro de mujer
Durante mucho tiempo, la gente se preguntó a qué hermosa mujer correspondería tan hermoso sexo. Todo apuntaba a la irlandesa Joanna Hiffernan, pareja del pintor James Whistler, que posó varias veces para Courbet, de quien fue amante. En 2013, la duda razonable pareció convertirse en certeza.
Todo comenzó en 2010, cuando un aficionado al arte compró a un anticuario de París un pequeño retrato horizontal de la cara de una mujer ladeada hacia atrás, con la boca entreabierta y un gesto lascivo en la mirada. En 2012, el comprador pensó que podía tratarse de la obra de un maestro y cuando sacó la tela del marco, comprobó que la pintura había sido cortada y parecía proceder de una tela más grande. En el reverso aparecía un sello con el nombre de un marchante de colores del siglo XIX y buscó información en Internet. Una noche se topó con una imagen de El origen del mundo y se encendió una pequeña bombilla sobre la cabeza. Tras imprimir la ilustración en tamaño natural y superponerla a su cuadro con un pequeño decalage, las dos piezas parecieron encajar. Cuando meses después, vio el retrato de Joanna Hiffernan La femme au perroquet (Mujer con loro), cualquier pequeña duda se desvaneció.
Animado con el hallazgo, contactó con Jean-Jacques Fernier, del Instituto Gustave-Courbet, que encargó un análisis del cuadro al Centro de Análisis e Investigación en Arte y Arqueología de París, consistente en radiografías, rayos X y espectrometría de infrarrojos. Resultado: los pigmentos, la capa marrón de los contornos, la largura de las pinceladas, todo correspondía punto por punto a El origen del mundo».
El Musée d’Orsay, sin embargo, no estuvo de acuerdo. «El origen del mundo no ha perdido la cabeza. El lienzo de 1866 es una composición terminada y en ningún caso el fragmento de una obra mayor», declararon sus responsables en 2013.
La mujer más deseada
El cuadro no ha perdido su cabeza, pero ¿quién fue su modelo? Según el reputado historiador Claude Schopp, especialista en la vida y obra de Alejandro Dumas y premio Goncourt de biografía, Constance Quéniaux, una bailarina de la Ópera de París, de orígenes humildes, que acabó convirtiéndose en la cortesana de algunos de los hombres más poderosos de Francia, tal y como desarrolla en su ensayo L’origine du monde, vie du modèle.
Claude Schopp llega a esta conclusión sobre la base de dos hallazgos relevantes. El primero, una carta que Alejandro Dumas (hijo), que fue amigo íntimo de Gustave Courbet hasta que se enfadaron por discrepancias políticas, envió a George Sand, en 1871. En ella, Dumas no solo insinúa que Constance Quéniaux era cortesana, sino también que posó para El origen del mundo cuando contaba con 34 años, a petición de Jalil Bey, uno de sus amantes. La frase clave de la misiva que puso a Claude Schopp sobre la pista fue «No pinta (Gustave Courbet) de su pincel el más sonoro y delicado interior de la señorita Queniault de la Ópera para el turco que allí se alojaba de tiempo en tiempo…».
El segundo indicio es el cuadro que Gustave Courbet regaló a Constance Quéniaux, Flores, una simbólica composición con flores de primavera, camelias rojas y blancas (la flor de las cortesanas) y una flor con una corola roja, abierta y profunda, presidiéndolo. Finalmente, Claude Schopp apostilla en su libro que el color del vello púbico de El origen del mundo corresponde con el del pelo de Constance Quéniaux, a diferencia del que presumiblemente ocultaba la pelirroja de tez pálida Joanna Hiffernan.
No solo Claude Schopp considera que Constance Quéniaux fue la modelo del cuadro, también Sylvie Aubenas, directora del departamento de estampas y fotografías de la Biblioteca Nacional de Francia (BNF), donde se encuentra el manuscrito original de la carta enviada por Dumas a Sand.
Sin embargo, otros no son tan entusiastas y critican a Claude Schopp tachando su descubrimiento de mera hipótesis sustentada en conjeturas, debido a la poca información sobre Constance Quéniaux de la que se dispone.
Sea como sea, 150 años después de su creación, El origen del mundo sigue generando fascinación y muchos artistas se atreven a reivindicarlo, como Deborah de Robertis que, en 2014, realizó en el Musée d’Orsay una performance titulada Espejo de origen delante del cuadro de Courbert. Sentada en el suelo, recitaba «Yo soy el origen, yo soy todas las mujeres. No me has visto, quiero que me reconozcas. Virgen como el agua creadora de esperma» mientras abría su vulva con los dedos. O como El origen del mundo, esta antología ilustrada de relatos eróticos en la que participo junto con más de 20 escritores de ambas orillas del Atlántico, editada por Vencejo Ediciones que, sin embargo, tiene como portada El baño de Diana (La Fuente) de Jean-Baptiste-Camille Corot, porque en pleno siglo XXI, el cuadro sigue enfrentándose a la férrea censura en multitud de medios.
Por fortuna, el Musée d’Orsay sigue exhibiendo El origen del mundo como parte de sus exposiciones permanentes por considerarlo una pieza única. Lo es, sin duda, un mundo en sí mismo: su origen.