Estás a punto de adentrarte en uno de esos relatos eróticos que te sumergen en excitantes situaciones, con una palpitante descripción de las imborrables sensaciones que generan las primeras experiencias sensuales. Nuestra pluma invitada se llama Thais Duthie, es escritora y colaboradora en la web de referencia para mujeres LGTB Hay una lesbiana en mi sopa, y nos ha regalado este brillante relato lésbico con el que te vas a deleitar.
El color de la pasión
Cuando siento tu mirada descansando en mis labios por enésima vez me digo que a lo mejor sí que se nota que soy lesbiana. O eso o tu gaydar es infalible. Lo cierto es que es la primera vez que salgo a un bar de ambiente y me siento demasiado fuera de lugar en este sitio. Yo creía que iba a ser un lugar exclusivamente para mujeres lesbianas y me ha sorprendido encontrar parejas heterosexuales, mujeres con muy poca pinta de lesbianas y gays bailando en la pista. Por eso, al principio creí que iba a camuflarme. Pero no ha sido así.
Estás a unos dos metros de mí, también sentada en un taburete de la barra. La camarera que hace los cócteles no deja de quitarte el ojo de encima, pero tú pareces no darte cuenta. Me sorprende que una chica como tú, la chica más sexy del local, se haya interesado por mí, una lesbiana primeriza sin experiencia demostrable.
Me sonríes y siento cómo el rubor tiñe mis mejillas. Deseo con todas mis fuerzas que no te des cuenta de la vergüenza que estoy sintiendo, pero hay un halógeno justo encima de mí. Sueltas una risita que me hace sentir vértigo y entonces haces lo que me atemoriza y al mismo tiempo lo que llevaba varios minutos deseando que hicieras. Te pones en pie y te acercas a mí sosteniendo mi mirada, como si estuviéramos jugando a quién aguanta más mirando a los ojos de la otra.
He perdido.
Cuando estás a una distancia que hace que mi corazón lata más deprisa te sonrío por primera vez. Abres la boca, imagino que para presentarte o preguntarme si es la primera vez que vengo a este sitio, pero antes de decir nada te inclinas sobre mí, me atraes a tu cuerpo por la cintura y me besas.
Es un beso tierno y suave pero a la vez lleno de pasión y de promesas que quieren cumplirse esta noche. Mi mente se queda en blanco. Me limito a degustar la sensación de tus manos ascendiendo poco a poco por mi cuerpo y tus labios llenando los míos de una energía que no conocía.
Definitivamente soy lesbiana.
Te separas unos segundos después y me miras a los ojos. Son de un color que no podría definir, entre marrón y verde. Tu mirada es intensa y brilla bajo los focos del local. Me sonríes una vez más. Te juro que como vuelvas a hacerlo me tendrás en tus manos. Me dices que te llamas Carol y que en casa tienes un vino estupendo para despedir la noche. «La última copa», me suplicas.
Y sonríes de nuevo.
Ya lo había dicho.
Asiento un par de veces, incrédula, pero con la confianza suficiente como para tomar tu mano y dejar que me guíes hacia la salida de ese bar que intuyo que va a convertirse en uno de los mejores recuerdos de mi vida. Andamos en silencio un par de calles hasta que llegamos a un portal pequeño con una puerta roja.
Rojo, el color de la pasión.
No necesitas soltar mi mano para coger las llaves con la otra y abrir la puerta como ya has hecho cientos de veces. Acaba de cerrarse y ya estás empujando mi cuerpo contra la pared mientras te sumerges en mi cuello, mi punto más débil. No me preguntas si me gusta, pero tampoco hace falta, estoy convencida de que notas mi respiración entrecortada.
Durante los próximos minutos tan solo puedo dejarme llevar permitiendo que seas tú la que se deshace de mi ropa y también de la tuya. Pierdo la noción del tiempo con cada una de tus caricias, con cada uno de tus besos, con cada roce de tu lengua paseando por mi piel recién descubierta.
Tan pronto como recupero mi parte racional abro los ojos y te miro. Tu cuerpo bronceado está pegado al mío, moviéndose despacio. Solo cuando tu mano se desliza entre mis piernas y acaricia mi intimidad me doy cuenta de hasta qué punto ha llegado mi excitación. Sonríes porque te encanta saber que tú has provocado eso en mí y comienzas una serie de movimientos circulares que me hacen enloquecer.
Vamos al sofá andando con torpeza, deseando tardar lo menos posible para poder estar juntas otra vez. Te tumbas sobre mí y noto tu larga melena haciéndome cosquillas en mi busto desnudo. Un suspiro placentero escapa de mis labios.
Noto dos dedos introduciéndose con lentitud en mi interior y, seguidamente, un movimiento ondulatorio que me hace arquear la espalda de puro placer. Tus labios ahora están besando mis pechos, dedicándoles a ambos la atención que se merecen sin escatimar recursos para hacerme enloquecer.
Siento falsas alarmas de clímax y muevo las caderas para sentir tu roce de forma mucho más profunda. Suelto un gemido intencionado, intentando decirte lo mucho que me gusta lo que me haces y lo poco que me falta para alcanzar el orgasmo. Entiendes el mensaje y te esmeras, moviendo los dedos más rápido, introduciéndolos más hondo, pellizcando mis pezones más fuerte.
Y, finalmente, siento una oleada de placer recorriendo mi cuerpo por completo. Te cojo del pelo tirando de él y jadeo.
Mientras mi corazón pasa de latir veloz a ir acompasándose, tus caricias también se vuelven más lentas. Te tumbas a mi lado y me regalas esa sonrisa que me ha cautivado desde la primera vez que te he visto. Entonces, te confieso:
─Ha sido mi primera vez.
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