¿Qué hace que una pareja después de haberse atraído sexualmente se distancie o pierda el deseo? Normalmente, culpamos a la rutina, la falta de creatividad erótica o el desinterés. Pero es posible que, aun creyendo en el amor y el sexo, nos hayamos olvidado de cultivar la complicidad en la intimidad. ¿No será que últimamente nos centramos más en lo que se hacemos, que en lo que sentimos o podemos llegar a sentir en un encuentro sexual?
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Tenemos la creencia de que aquellas parejas que se abren a más prácticas sexuales son las que gozan de mayor complicidad, porque para “delinquir” en algunos placeres sexuales se requiere algo más que confianza. Pero ¿hasta qué punto se da en relaciones sexuales abiertas? ¿Puede cultivarse la complicidad íntima en una relación de amor?
¿Qué es la complicidad íntima?
La complicidad íntima de una pareja es aquella que surge de la amistad: es esa conexión y atracción entre dos personas que implica un conocimiento mutuo de sus necesidades, gustos, debilidades, fortalezas, deseos e intereses eróticos. Y, a partir de esa amistad se hacen cómplices, que significa estar juntos física y mentalmente: entenderse, conocerse, atraerse y desearse mutuamente. Pero no nos confundamos, no todas las parejas son amigas por ir al supermercado de la mano ni por materializar fantasías swinger.
El hábito no hace al monje, la complicidad no nace o se fortalece por aparentar (forzar) que se hagan más cosas en pareja, sino que comienza por compartir, por hablar sobre los deseos de cada uno con franqueza. Solo así nos podremos conocer y entender antes de involucrarnos (¡y disfrutar!) en otras prácticas.
¿Disfrutamos del sexo?
En una investigación personal, como especialista en crecimiento sexual y erótico de la pareja, he observado que, para mantener lo que consideran su disfrute sexual, las personas se centran y buscan más el “hacer” que el “sentir”.
Se trata de una muestra muy pequeña, tan solo 55 parejas, por lo que no puede considerarse un estudio científico al uso, entre otras razones, por no ser suficientemente representativo. Pero sí han sido significativos los testimonios sobre el gozo real. Más de una cuarta parte de esos pares participaron en tríos, orgías o intercambios de parejas, al menos 1 vez en el último año, como forma de animar su relación o dar rienda suelta a sus supuestas fantasías comunes. Para la mayoría, el disfrute fue tan efímero y la satisfacción después del acto tan desprovista de significado, que la práctica produjo el efecto contrario al que se buscaba; lo que habían potenciado eran los vacíos y la asincronía en la pareja.
¿Por qué no nos sentimos más compenetrados cuando buscamos disfrutar en pareja? ¿Es que acaso esas prácticas destruyen las relaciones?
¿Podemos disfrutar del sexo y el amor a la vez?
No creo que haya práctica sexual alguna que pueda romper los sentimientos que se hayan expresado con honestidad en una relación. Si bien no solo es hablarlo con sinceridad, los sentimientos se tienen que trabajar. Y es aquí donde encuentro cómo muchas de esas parejas que se adentraron en esas prácticas ni siquiera sentían el deseo de querer vivirlas.
Cuando hablo de sentir, no me refiero a los afectos o emociones románticas, me refiero a sentir el verdadero deseo que debería tener hacia el otro con el que comparto este tipo de experiencia. Algo que hacemos por el simple hecho de que prevalece como instinto del ser humano; ese deseo con el que buscamos saciarnos todo el tiempo en nombre del placer y que, al final, no resulta ser pleno, o aún peor, ni siquiera placentero.
Lo ideal es que busquemos la educación del deseo para el placer y el goce desde un sentir más erótico, aquel donde el sexo se vuelve la materia prima del amor, como bien lo ha dicho el Dr. Efigenio Amezúa; donde no importa mucho la acrobacia del día, el látigo del momento o la experiencia con terceros, sino la intensidad de ese deseo interno que cada uno siente. Y este no se está educando para que perdure en plenitud dentro de nuestra piel, y cumpla con la perspectiva de nuestro erotismo personal.
Aunque la investigación a la que me he referido la llevé a cabo observando (in situ) la intimidad de las parejas, también descubrí que hurgar en ese lado íntimo no sirve de mucho. Entre otras cosas, buscar un modelo de acoplamiento sexual universal es algo absurdo, debido a las infinitas diferencias que se encuentran en cada relación.
Podemos observar sin ser intrusos para sugerir caminos, pero jamás para indicar una ruta clave en el disfrute y la amatoria de las parejas.
En el sexo y las relaciones no podemos diseñar un traje que guste a todos o que funcione para todos. Este es uno de los grandes errores de la asesoría sexual para parejas: queremos usar manual, una unidad de diagnóstico o un sistema de terapia y encajarla de manera estándar en todos, obviando las particularidades que hacen únicas a las relaciones. Cuando son esas especificidades las que nos darán una idea del grado de complicidad íntima, y el nivel en el que los individuos se hayan hecho cómplices de sus respectivos deseos eróticos nos ofrecerá una idea muy aproximada de su placer sexual.
No se trata de acumular experiencias, aunque vayan de la mano, consiste en trabajar el deseo erótico en pareja.