«Jack, quiero que me dibujes como a una de tus chicas francesas».
¿Quién no recuerda esa mítica escena de la aclamada cinta de James Cameron? Es más, pongámonos en el hipotético caso de que alguno de vosotros, lectores, no hayáis visto la película Titanic: con todo y con esas, me apuesto lo que os rote a que sí habéis visto un meme de dicho sketch. No he venido a hablaros de los escarceos entre Rose y Jack; en cambio, sí lo haré de cierto retrato de desnudo femenino que se convirtió en el objeto de mayor valor reclamado al hundirse con el denominado «barco de los sueños».
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La noche del 14 al 15 de abril de 1912 el «casi insumergible» navío RMS Titanic naufragó en su viaje inaugural tras chocar con un iceberg. Alrededor de unas 1500 personas perecieron y, sin menoscabar el coste humano, las pérdidas económicas fueron estratosféricas. Más allá de la tasación del propio buque, en el que dicen que no se escatimaron gastos, o de la carga comercial (cajas de costosísimo vino y otras bebidas espirituosas, metros de seda cruda, caviar y otros tantos víveres fastuosos…), los pasajeros de primera clase confiaron posesiones de lujo como joyas, guardarropas llenos de alta costura, piezas artísticas y, a destacar, el ya famoso Renault Type CB Coupe de Ville (que sí, también tiene un papel importante en la oscarizada película de Cameron). A posteriori de la catástrofe, la tasación del automóvil se estimó en 5000 dólares lo que vienen siendo unos 150 000 dólares de hoy. Asimismo, se destruyeron libros exclusivos; por ejemplo, una edición del Rubaiyat, de Omar Khayyam, cuya encuadernación hecha en cuero, con incrustaciones de oro y marfil y más de 1000 piedras preciosas y semipreciosas, aseveran que era por entonces la más cara jamás creada. Por descontado, ahora os estaréis preguntando: «¿Y qué hay de ese retrato del que nos hablabas al inicio?».
La Circassienne au Bain, también conocida como Une Baigneuse, de Merry-Joseph Blondel, era una pintura al óleo de estilo neoclásico de gran formato, exhibida por primera vez en el Salón de París del Museo del Louvre en 1814. Representaba a una joven circasiana, idealizada y a tamaño natural, yendo a tomar un baño en un ambiente evocador. Una imagen que seguro que determinados individuos tildarían de erótico-festiva.
Centrándonos en el suceso que nos atañe, el pasajero de primera clase Mauritz Håkan Björnström-Steffansson, poseedor del cuadro (se desconoce cuándo o dónde lo adquirió), embarcó en el transatlántico junto con este y rumbo a Washington D.C. para continuar sus estudios de Ingeniería Química, gracias a una beca otorgada por el Gobierno sueco (aunque la prensa lo presentó como agregado militar en Estados Unidos). Se ha barajado la posibilidad de que viajara con la circasiana a modo de inversión o con objetivo decorativo, no obstante, la noche de autos, Mauritz se hallaba acompañado de Hugh Woolner en la sala de fumadores de primera clase. Cuentan que, tras la colisión, ambos auxiliaron a mujeres y niños a subir a los escasos botes salvavidas y, con el titán a punto de abismar en las heladas aguas, subieron a un bote plegable y fueron rescatados por el RMS Carpathia; por tanto, Mauritz abandonó a la nuda fémina.
En enero de 1913, Steffansson presentó en Nueva York una reclamación contra la White Star Line, en concepto de indemnización por la pérdida de la pintura, cuyo valor ascendía a 100 000 dólares (unos 2,5 millones de dólares en 2018). Tal montante, y como ya hemos mencionado al principio, la convirtió en el artículo de mayor valor extraviado en el desastre. Tengamos en cuenta que las cuantiosas demandas iban desde una simple pastilla de jabón al «coste» humano de los fallecidos, y se catalogaban en pérdidas personales o comerciales. Si bien la descripción del cuadro en la demanda no casaba, ya que aludía a que medía «8 x 4 pies», un tamaño alejado al correspondiente de los retratos de cuerpo entero empleados en el siglo XIX o al de otra obra de su autor, Blondel.
Tiempo más tarde, en concreto el 22 de agosto de 1913, el medio New York Times informó de que el total de requerimientos contra la White Star Line había alcanzado la friolera de 16 804 112,23 dólares (equivalente a más de 500 millones en la actualidad). Por supuesto, es posible que otras obras de arte como nuestra muchacha se malograran en el naufragio, pero al fenecer sus dueños, no fueron reivindicadas. No sabemos cuál fue la cantidad exacta que percibió Mauritz por La Circassienne au Bain, sin embargo, sí sabemos que el importe acordado posnegociaciones que desembolsó la empresa fueron 664 000 dólares (unos 17 millones de la actualidad).
Allá por el 2010, un artista anónimo, bajo el seudónimo de John Parker, llevo a cabo una concienzuda investigación y reprodujo, a partir de ella, una réplica de La Circassienne au Bain. Esta se subastó en 2016 en Plymouth Auction Rooms, Inglaterra, por unos 3500 dólares (hay fuentes que difieren sobre la cantidad referida).
¿Qué habría ocurrido con la La Circassienne au Bain si el Titanic no hubiese zozobrado en las heladas aguas del Océano Atlántico? Quizás habría disminuido su valor, quizá habría languidecido como un elemento decorativo de una colección privada o, en el mejor de los casos, en la galería de un museo, aunque con toda seguridad, jamás habría logrado rubricar su particular hueco en la eternidad.