Curiosidades

El pigmeo, «Nabo», y los antojos por chocolate de la reina

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Los famosos antojos del embarazo han hecho y siguen haciendo correr ríos de tinta y múltiples horas de búsqueda, en ocasiones, intempestivas para aquellos que desean paliarlos. Por descontado, no son ningún mito; a pesar de que no se sabe cuál es la causa que los provoca, sí existen un par de hipótesis que dicen apuntar a una cuestión hormonal o hasta cultural.

Y el chocolate en sus diversas presentaciones es uno de los antojos más comunes y si no, que se lo digan a María Teresa de Austria, esposa del Rey Luis XIV, conocido como el Rey Sol o El Grande, al que, grosso modo, le atribuyen el origen del bombón cuando su pastelero preparó unas frutas bañadas en chocolate y el monarca, al probarlas, lo felicitó prorrumpiendo un: «bon, bon» que, traducido al español, vendría a ser un «bueno, bueno». No obstante, se cuenta que, tiempo más tarde, los artesanos franceses, suizos, belgas e italianos perfeccionaron el dulce bocado. De ahí, pasamos al siglo XIX. Por entonces, la marca británica Cadbury lanzó la primera caja de bombones (1868) y apareció el producto en el mercado estadounidense. El resto ya es historia.

Volviendo a María Teresa, presunta precursora de que en la corte francesa se bebiera chocolate caliente, contrajo nupcias con su alteza en el año 1660, y se rumorea que logró contenerlo en su abrazo unos meses antes de que este fuera de nuevo a encamarse en lechos ajenos al nupcial. Sin embargo, ella le dio seis hijos, de los cuales solo Luis, el Gran Delfín, sobrevivió o… Esperad, quizás debería decir cinco hijos…

El 16 de noviembre de 1664, María Teresa, tras un arduo alumbramiento que se adelantó un mes a lo previsto, trajo a este salvaje mundo a su tercer vástago, esa vez una niña que, por cierto, era negra y mal formada. Los médicos, asombrados, aludieron a la cantidad «excesiva» de chocolate consumido por la reina consorte a lo largo del embarazo como promotor del color de la pequeña, y no al joven esclavo pigmeo de corta estatura (68 centímetros y, según las malas o buenas lenguas, dotado de un gran falo) que le había regalado su marido para su «distracción y esparcimiento», y al que ella cristianizó como Nabo.

«El hermano del Rey me contó lo difícil de la enfermedad (el parto) de la Reina, de cómo su primer capellán se había desmayado de aflicción, y el Príncipe y toda la gente junto con él se habían reído de la cara que puso la Reina cuando vio que la hija que había dado a luz se parecía a un pequeño moro que el señor de Beaufort había traído, que era muy bonito y que siempre estaba con la reina», recogió en sus memorias Ana María Louisa de Orleans, duquesa de Montpensier. Además, esta anotó su opinión acerca de que la criatura era el resultado de los encuentros carnales entre la esposa del monarca y el esclavo.

Nabo murió de una manera un tanto extraña pocas semanas antes del parto (hasta se ha especulado con que se tratase en realidad, nada más y nada menos, que del hombre de la máscara de hierro, encarcelado en la Bastilla), y la infanta, llamada María Ana de Francia, conforme las crónicas oficiales, falleció supuestamente cuarenta días después de su nacimiento víctima de su pobre salud. Mas lo curioso (o no) de esta crónica es que llegó a saberse que el rey había asignado una pensión vitalicia de unas 300 libras a una monja de la abadía de Moret-sur-Loing, llamada Louise-Marie-Thérése y renombrada como la Monja Negra de Moret o La Mora de Moret; la susodicha jamás dejó la reclusión. A ello se le sumaron las numerosas visitas de la reina a la abadía, asimismo de las de otros miembros destacables, como la del Delfín, la marquesa de Maintenon, institutriz de algunos de los bastardos reales, e incluso de su excelentísima majestad y, en el año 1695, la asistencia de la corte a los votos de la mentada religiosa.

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He aquí a Louise-Marie-Thérése; este retrato, conservado en la Biblioteca de Santa Genoveva de París, ha sido objeto de investigaciones realizadas por la Société de l’histoire de Paris et d’Ile-de-France en 1924 bajo la dirección de Honoré Champion, quien concluyó que había sido realizado allá por el 1680 y por la misma persona que pintó retratos al pastel de los reyes de Francia por encargo del padre Claude Du Molinet, bibliotecario de la abadía de Sainte-Geneviève.

La religiosa se hizo popular en toda Francia, y no por el hecho de ser mulata, sino más bien por su «parentesco» con el rey. Pero, siendo justos, también nos corresponde tener en cuenta que es posible que lo dicho hasta ahora solo sean un montón de frivolidades y que la reina consorte de Francia diera a luz a un retoño enfermo y no consecuencia del escándalo, y cuya coloración oscura se debiera a una cianosis o a los genes de la casa de los Médici. En suma, a María Teresa, en principio, no se le conoció amante y cuchicheaban de ella que era de carácter reservado y tirando a puritano. Y con respecto a Louise-Marie-Thérése, otra investigación oficial, llevada a cabo a inicios del siglo XX, concluyó que esta era una huérfana hija de una pareja de trabajadores de la ménagerie real, los cuales contaban con el afecto de Luis XIV, y que le fue entregada al convento por madame de Maintenon.

Al fin y a la postre y con tal de acabar, sea lo dicho ficción o no, a nadie le amarga un dulce, ¿no?

P.D. Hay versiones que, en lugar de chocolate, aseveran que eran aceitunas negras; otras que sugieren a la paternidad directa de Luis fruto de un affaire con una mujer desconocida y hasta bailan las fechas del óbito de la infanta rondando los cuarenta o cuarenta y ocho días.

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