Quien tenga un amigo/a autónomo/a sabe que somos esas personas que van recogiendo los tiques de la gasolina, del metro, de la comida, de la compra de los tampones si me apuras, para intentar desgravarse algún gasto porque ya se sabe que, en España, el autónomo es la gallina de los huevos de oro: casi pagamos por trabajar con prácticamente cero prestaciones. También nos quejamos mucho, es verdad, pero es que es el único consuelo que nos queda…
Llegando la época navideña, el autónomo es ese sujeto que no tiene cenas de empresa (esto lo veo ventajoso, cero necesidad de hacer el paripé con gente a la que seguramente en tu día a día no soportas). Pero tampoco tenemos cestas de Navidad y esto sí que me parece mal porque hombre, un lomo ibérico, unas botellitas de cava o un jamoncito ibérico bien que nos vendría.
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Con pena, el autónomo ve cómo los contenedores de papel de las grandes urbes se llenan en estos días de cajas con estrellitas, el tamaño marca la generosidad, de afortunados que sí han recibido una cesta de Navidad. Las hay para todos los gustos, pero hay una tan extraordinaria que ha recibido la atención de los medios de comunicación y, por supuesto, de servidora. Se trata de una cesta poco convencional que llega de Galicia, la tierra de los percebes y donde se detiene a parapléjicos que van en silla de ruedas por la autopista para llegar a un prostíbulo (esto no es fruto de la imaginación de la autora, fue un hecho verídico que aconteció en 2007).
Ya sabemos que los gallegos son muy particulares, con un humor para adentro y cierta flema británica y quizá eso explique la particular cesta de Navidad que sortea una funeraria de Orense. En este caso y visto el valor de la misma (2500 euros) no es la que mandan a sus empleados (a sus clientes no es necesario que lo hagan porque consumen poco ya), sino que la sortean y parte del dinero recaudado se envía a una ONG. Otro punto para la funeraria.
Pero vayamos al turrón, que es la época: ¿Qué tiene de original esta cesta? Lo primero, el packaging: las viandas y demás regalos vienen dentro de un ataúd, o sea, éste no lo podrías dejar al lado del contenedor de papel porque afearía el paisaje, aunque a lo mejor los vecinos pensarían que se trata de una performance de un artista urbano, a saber… Yo lo del ataúd en sí ya lo veo un regalazo porque valen un potosí y total, es un outfit que todos y cada uno de nosotros vamos a utilizar al menos una vez. Eso sí, el problema es dónde colocarlo hasta ese momento, porque ocupa mucho. Se me ocurre, porque soy una víctima de la economía circular y del reciclaje, que puedes deshacerte de tu cama y dormir ahí, al más puro estilo Drácula y así también vas practicando para la posteridad. Comenté con las herederas lo que a mí me parecía una genialidad y una forma de dar una segunda vida a los objetos (que esto tiene mucho que ver con la vida, vaya) y me miraron mal, parecido a cuando las abochorné en el cumpleaños de la pequeña, al robar el micrófono del karaoke que le regalaron e ir por la sala comunal de la urbanización cantando a voz en grito y corriendo, con una ristra de niños detrás queriéndomelo quitar. Putos niños.
Pues eso, que les pareció mal mi idea de sustituir el lecho por otro tipo de lecho, porque son unas siesas, la verdad. También es cierto que en el hipotético caso de querer subirme a un jambo a casa (que yo no soy muy de esto, prefiero el hotel que es menos personal) probablemente también quedaría impactado y, salvo que el ataúd fuese amplio, de estos de lujo que vienen acolchados (no sé muy bien para qué, ni que te fueran a molestar las aristas de la madera en el último viaje) y con más espacio, pues no me parece un espacio cómodo para coitar, confieso. Daría además para la postura del misionero o la chica encima, y poco más… Aunque ¿no me digáis que algo de morbo sí que da, eh, pillines?
Pero volvamos a la cesta de Navidad. Si el continente es original, ¡qué decir del contenido! Los de Orense no solo alimentan el cuerpo con productos gourmet como los tradicionales turrones, el jamón, la paleta ibérica, el buen vino, sino que añaden un patinete eléctrico, una televisión de 55 pulgadas, una Thermomix (os lo hemos dicho, es una cesta de lo más lujosa), una cafetera y hasta un succionador de clítoris. Es, lo que podría denominarse, una cesta con elementos para todas las franjas horarias: la cafetera para el desayuno, el robot de cocina para las comidas, la tele para la sobremesa, el juguete erótico para cuando te pique el chumino… No me digáis que no es un lote de lo más completo: desde la cuna hasta la tumba, una selección para todas las etapas vitales.
Me parece un acierto, la verdad. Desde aquí hago un llamamiento a estos emprendedores gallegos (la gente de este sector siempre fue muy avispada, no en vano, cuentan con una revista llamada Adiós [qué forma tan sucinta de representar un sector]) para decirles que quiero uno de los 333 tickets que venden en la floristería de la funeraria, a razón de diez euros cada uno. Es que de momento no me viene bien morirme y además me pilla un poco lejos ir hasta allí a por un boleto.
Ganará el poseedor del tique cuyos números coincidan con los tres últimos dígitos del sorteo de El Niño. Qué nervios, ¿¿¿¿y si te toca la lotería???? Dónde va a parar, yo prefiero el lote gallego al pastizal, sin pensarlo. ¿Habrá también percebes?