Este relato erótico es un burlesque en sí. Acompañado por la canción How blue can you get, de Esther Phillips, la fantasía sexual de su personaje representa la pantomima o lo grotesco de las ensoñaciones más egoístas y machistas que también pertenecen a ese tipo de infidelidad que tanto cuesta admitir; la emocional. Una historia erótica de sueños que salen a la luz tras una cena de empresa, la cual tiene un teatro de variedades como aperitivo.
Un relato erótico para repensar las sensaciones, pero también para reflexionar sobre cómo las fantasías sexuales estereotípicas afectan sobre el comportamiento de las personas. ¡Se abre el telón del imaginario del macho dominante! Sigue leyendo…
Un jefe infiel: Rebeca y la cena burlesque de empresa
Imaginar a Rebeca yaciendo en mi cama era igual que ver películas pornográficas en la adolescencia. Debía esconder mis fantasías sexuales en la ducha de las mañanas, tal y como ocultaba aquellos vídeos x en la más recóndita carpeta del disco duro de mi ordenador. Era mi compañera en la oficina, aunque oficialmente yo era su jefe directo desde hacía más de 3 años.
Imaginar a Juan Luis besándome era algo que ni siquiera me podía permitir. Él era mi jefe y yo tenía una pareja estable que me amaba: mi novio, Lucas. Sin embargo, mis sueños me contradecían; veía a Juan Luis, su cara y su torso sudoroso sobre mis pechos, y le notaba dentro de mí… hasta que despertaba sobresaltada.
Juan Luis era bello, inteligente y protector. Mucho de lo que buscaba en un hombre y todo lo que necesitaba como mánager, en una empresa donde las mujeres éramos valoradas por lo que dejaban ver nuestras faldas…
Rebeca era esa chica con la que un hombre reproduce mentalmente su futuro. La que deseas conocer en la fiesta y se resiste a tus trampas; la que contesta a tus mensajes con humor e inteligencia; la que, en su momento justo, habla por hablar y la mujer que, cuando más lo necesitas, te hace el amor sin parar. Y aún más peligrosa, la que enciende esas fantasías mientras trabajas y que se reproducen en cualquier momento…
Las luces se apagaron y sobre el escenario repentinamente resplandecieron tres figuras femeninas. Dos se recostaban con abanicos en los extremos del telón y otra se estiraba semidesnuda sobre un sofá chéster. Quería ver la reacción de Juan Luis, pero las chicas acercaban mi mirada que también estaba siendo manipulada por la música…
Sabía que no iba a ser una buena idea sacar a toda la empresa a un espectáculo burlesque. Las cenas de navidad ya son complicadas de planear evitando que se pierdan los papeles más de la cuenta, como para encima añadirle el morbo de un teatro de variedades erótico. Yo sabía que las miradas cómplices se iban a suceder, así como las súbitas desapariciones por pares, y yo me encontraba en mi propia lista de posibles. Pero, ni mi posición en la empresa, ni mi condición de casado me permitían pasar de las fantasías a los hechos.
Esas tres bailarinas relegaron a Rebeca a los camerinos de mi cerebro, mientras las bebidas aumentaban mi sed de sexo duro. Las cabareteras abrían sus piernas para elevarse y dejarse caer por cuerdas con delicadeza y elegancia. Todo lo opuesto a mis pensamientos que las alzaban una y otra vez sobre mi pene, penetrándolas indistinta e implacablemente…
Envidiaba sus movimientos, tan gráciles como contundentes, según exigía el guion musical. Juan Luis estaba ensimismado. No me extraña, hasta mi sangre alcanzaba el punto de ebullición con esas sincronizadas carnes trémulas, vestidas en su preciosa desnudez.
Me veía ataviada con sus mismas pezoneras brillantes, tan pronto con esos espectaculares tangas, tan pronto sin ellos y sobre Juan Luis. Y, fulminantemente, esas imágenes venían a negro cuando mi móvil vibraba con otro mensaje de Lucas, y su aburrida cena de empresa. Desconecté el teléfono y lo enterré en mi bolso.
El sueño de follarla se estaba convirtiendo en obsesión. Tan pronto acabó el burlesque, me dirigí a la barra pasando por su lado para informarle con sutileza de mis intenciones. Las de tomar una copa con ella… alzarla sujetándola por sus muslos, esos muslos de lozana belleza armónica, y arrancar sus bragas y comérmela hasta que gritase:
–Sí, Juan Luis, ¡fóllame! Eres el hombre de mi vida. Mi novio es un pusilánime que nunca me ha hecho gozar.
Y volverla a alzar, ahora desnuda, para llevarla al escenario. Y sentarme con puro y copa, para observar mi show de pole dance privado. Rebeca bailando, deslizando sus manos y emplazando sus piernas a ambos lados de la barra, para mostrar esa vulva completamente afeitada y esos labios rosados deslizándose por el cilindro metálico de arriba abajo…
–¿Juan Luis? ¿Estás bien? –me preguntó con ternura, Rebeca.
–Sí, por supuesto. ¿Quieres una copa? –le dije con tono pícaro.
–No, muchas gracias. Sólo quería despedirme de ti –continuó sonriente–. El burlesque me puso a tono para reunirme con Lucas…