El cine erótico de Estados Unidos se escribe con un nombre propio, el de Russ Meyer.
Sus películas nos retratan una América profunda llena de mujeres de curvas imposibles, personajes delirantes e historias repletas de humor y violencia. Todo rodado con una maestría que parece impropia de un género que solía conformarse con excitar al espectador, en una época en la que empezaban a verse los primeros desnudos en la gran pantalla.
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Russ Meyer
Russ Meyer nació en San Leandro, California, hijo de un policía y de una enfermera que se divorciaron al poco de su nacimiento. Fue precisamente su madre la que lo animó a interesarse por el mundo de cine, regalándole una cámara de 8mm con la que realizó sus primeras películas amateur con apenas 15 años.
Su destreza manejando la cámara le llevó a servir como camarógrafo en la Segunda Guerra Mundial y, más tarde, como fotógrafo erótico para revistas como Playboy. Fue ahí donde conoció a la pin-up Evelyn Eugene Turner, que se convertiría en Eve Meyer, su esposa durante 20 años y con la que se adentraría en el género de las «sexploitation»: películas de bajo presupuesto y desnudos gratuitos que, durante los 60 y 70, inundaron los cines de los suburbios estadounidenses.
Precisamente, durante esas dos décadas nos encontramos casi la totalidad de su obra cinematográfica en la que destaca su llamado «periodo gótico», películas en blanco y negro de un corte más serio como fueron Lorna (1964), Mudhoney (1965), Motorpsycho (1965) y Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965).
Aunque sobre todo es recordado por su saga de las «Vixens», películas de corte más cómico que destacaban por los enormes pechos de las actrices protagonistas. A ella pertenecen Supervixens (1975), Up! (1976) –también conocida como Megavixens– y Beneath the Valley of the Ultra-Vixens (1979), la cual sería su última película, si bien es cierto que en 2001 volvería a coger la cámara para rodar un documental sobre la actriz de softcore, Pandora Peaks, lo cual sería su último trabajo antes de que, en 2004, ya con demencia senil, muriese de una pneumonía.
A diferencia de lo que pudiera parecer, las mujeres que Russ Meyer nos presenta en sus películas están muy alejadas del arquetipo de objeto sexual ¡Al contrario! Su cine está repleto de mujeres con mucho carácter y personalidad. Mujeres peligrosas como las protagonistas de Faster, Pussycat! Kill! Kill! –posiblemente su mejor película- o que sencillamente no están dispuestas a renunciar a una vida sexual satisfactoria, como el personaje de Kitten Natividad en Beneath the Valley of the Ultra-Vixens. ¿Quién dice que tener tetas grandes te impida ser una mujer de armas tomar?
Y es que el cine de Russ Meyer es un cine de contrastes, muy caótico, donde una escena de brutal violencia, puede verse continuada por otra de estilo cómico y sonidos cartoon o simplemente por la danza alocada de alguna tetuda a ritmo de free-jazz ¡Libres domingos y domingas!
Por supuesto, en sus películas tampoco pueden faltar algunos de los elementos icónicos de la América profunda, como el típico granjero que, rifle al hombro, trata de salvaguardar la castidad de su voluptuosa hija o mujer. O policías solitarios que se toman la justicia por su mano o persecuciones a través del desierto en grandes vehículos…
El culto a la imagen. La estética imponiéndose a todo lo demás
Pero si hay algo por lo que destaca el cine de Meyer es precisamente por su manejo de lo visual. Encuadres muy cuidados que, a veces, sorprenden por su calidad artística. Meyer no se conforma con rodar escenas eróticas, sino que trata de introducirnos en ellas como nadie antes; rodando planos secuencia que nos permiten ver a parejas teniendo sexo a través de los varales de la cama, como si fuéramos unos voyeurs que nos hubiéramos colado en el dormitorio. Su búsqueda de nuevos encuadres le llevó incluso a grabar escenas de sexo desde debajo de la cama, retirando el colchón y haciendo que los actores se acostasen directamente sobre los muelles, para poder grabarlos a través de ellos.
Todo en el cine de Russ Meyer se supedita a la imagen, tal es así que alguna de sus películas no tienen diálogos o son muy escasos, como ocurre en The Immoral Mr. Teas o en Wild Gals of the Naked West, donde las imágenes son acompañadas de música de jazz y a veces también de alguna voz en off, algo también recurrente en su filmografía. Igualmente es común en varias de sus películas la incorporación de escenas oníricas que no guardan relación con el resto de la trama, pero que están dotadas de una importante carga sexual… Y es que el público de esa época no necesitaba muchas excusas para disfrutar del desnudo de una buena tetuda, sobre todo, cuando a diferencia de hoy, el sexo no estaba al alcance de un par de clics.
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