Si se habla de FemDom, mencionar a Namio Harukawa es obligatorio. Aún digo más: ¡Sería ofensivo no hablar de él!
Este ilustrador japonés tiene un estilo en el que los degradados de gran contraste, mujeres inmensas y voluptuosas y los hombres deshumanizados son elementos diferenciadores. Pero lo más interesante, a mi ver, es cómo deja traslucir a través de su arte ya no solo sus fetiches, sino los matices de su sensibilidad sexual.
Namio Harukawa
Harukawa nació a mediados del siglo XX (1947) en Japón, concretamente en Osaka. Durante la secundaria hizo sus primeras aportaciones artísticas en torno al sadomasoquismo en el magazine Kitan Club, una revista underground de la posguerra. Pese a que la práctica totalidad de su carrera se desarrolló en revistas pornográficas, Harukawa obtuvo reconocimiento artístico mundial, incluyendo a Madonna entre quienes le han elogiado. No obstante, tal reconocimiento no se consumó hasta hace poco. En 2009, se publicó su primer libro fuera de Japón y, por fin, en 2013, el Museo del Erotismo de París le exhibió en su primera exposición internacional. Desgraciadamente, el 24 de abril de 2020, Harukawa falleció legándonos una obra que merece plenamente nuestra atención.
En homenaje a su creatividad y como pervertidos que somos, vayamos a su arte.
Las mujeres de Namio Harukawa son inmensas y voluptuosas, llenas de poder: mientras someten ni se inmutan, tienen la mirada tranquila, fuman un cigarrillo o están haciendo cualquier otra actividad. El esclavo que hace su aparición a su lado es absolutamente insignificante. De hecho, esta es una de las sensaciones que proyecta en sus ilustraciones. Es tal el deseo por parte del dibujante de ser insignificante frente a su dómina que, en muchos casos, se plasma cómo ansía darle del control absoluto, incluso si ello implica la muerte: ilustraciones en las que la mujer se sienta sobre su gaznate y aplasta su cerviz contra una barra de hierro o el ama que se tira por un tobogán partiéndole el cuello al esclavo…
Pero esto no significa que Namio Harukawa deseara la muerte, sino que revela su deseo de total pertenencia y sometimiento hacia la figura imponente de su ama; su deshumanización, su reducción a ser un simple objeto. Véase que, por ejemplo, existe una ilustración en la que aparecen varios culos femeninos sentados sobre hombres como si fueran taburetes. Mientras que, en los tres culos puede apreciarse una ropa distinta, los tres hombres son exactamente iguales, lo que plasma esa despersonalización que busca el autor.
Una obediencia absoluta sin objeciones
Estoy convencida de que Namio Harukawa buscaba la anulación mental: en todas sus ilustraciones subyace una obediencia absoluta sin objeciones. Quizá, donde mejor lo plasma es en el siguiente dibujo:
Véase que, en la mayoría de las ilustraciones, los hombres que aparecen son prácticamente idénticos, sin embargo aquí todos están claramente diferenciados. Ejercen un papel de elemento humillante de cara al sometido. De hecho, son más pequeños que la mujer y tienen un papel pasivo. Es más, se podría decir que el esclavo que está lamiendo a la dómina es el privilegiado entre todos ellos. Su humillación es su diferenciación. No es que el resto de hombres voyeurs sean mejores: esos hombres son el atrezzo de la dómina para recalcar el privilegio del esclavo que tiene acceso a poder adorar el cuerpo de su ama
Respecto al color, hay una apreciación importante: Si te fijas, mi delicado lector, los degradados con más contraste están en el cuerpo de las mujeres, lo que aumenta su voluptuosidad aún más, mientras que en los hombres no tienen esos brillos, que hacen que la luz protagonista sea de la mujer. Es decir, el sumiso está en un segundo plano, incluso siendo el co-protagonista del dibujo. El esclavo tiene un papel servicial tanto en la acción llevada a cabo en el dibujo como en el dibujo mismo, que se devela a través de la forma de pintar a cada uno para que, en efecto, la que brille y deslumbre sea la mujer y el hombre resulte un simple apoyo. La mujer brilla, todas sus curvas resplandecen y el hombre es su sombra.
Me encanta este ilustrador porque plasma sus fantasías y su visión del sexo de una forma tan nítida y con tantos matices que, de algún modo, te permite comprenderle aunque ni siquiera hayas cruzado una palabra con él. Entender la sensibilidad de un esclavo es difícil porque cada uno busca unas sensaciones muy concretas que la dómina, por su lado, descubre poco a poco a lo largo de la sesión y de la relación. Lo interesante de este caso es que, al verlo, de algún modo, siento como si le estuviera conociendo a través de su sumisión. Hasta puedo sentir su placer proyectándome en su universo particular… Y es que a través del arte de Namio Harukawa casi podemos sentir el sexo de su microcosmos pervertido.
No se trata simplemente de una cuestión de prácticas concretas, sino del universo de sensaciones que está buscando el esclavo, a dónde quiere llegar y qué quiere que haga su ama con su mente. Las prácticas son el medio, lo que dejan traslucir los dibujos es el verdadero fin.