Relatos eróticos

La petite mort (I) – Relato lésbico

Disfruta este elegante relato erótico con elevadas dosis de pasión, firmado por Thais Duthie: un encuentro tan romántico, como sexualmente intenso, en París.

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La petite mort (I)

«Señores pasajeros: les informamos de que en breve vamos a iniciar el aterrizaje. Llegaremos según lo previsto, a las siete y cuarto, hora local. La temperatura en París es de cinco grados centígrados y está nublado. Les agradecemos que hayan volado con nosotros y esperamos que vuelvan a hacerlo pronto».

Las palabras del capitán recordándome que en tan solo unos minutos pisaría suelo francés hicieron que mi corazón se desbocara. Todavía no podía hacerme a la idea de que por fin iba a viajar a Europa. Aunque eso no era lo que me tenía nerviosa, sino que vería a Élise por primera vez.

Observé mis manos agarrándose con fuerza al reposabrazos. Temblaban. Cerré los ojos cuando noté que el avión iniciaba el descenso; era la primera vez que volaba y aquella sensación me aterrorizaba. No los abrí hasta que estuvimos en tierra.

El tiempo parecía pasar muy rápido mientras bajaba del avión e iba a por la maleta. En Argentina era pleno verano y yo solo iba vestida con un tejano y una camiseta ancha, así que aproveché para entrar un momento al baño y ponerme algo limpio y más apropiado. Mientras lo hacía, solo podía pensar en una cosa: mi respiración. No conseguía que se normalizara y si seguía así acabaría hiperventilando.

Recordé mi última conversación con Élise: «No podremos charlar durante el viaje, cielo. Pero cuando llegues prometo que habrá merecido la pena», me aseguró. En los últimos tres meses habíamos hablado muchísimas veces sobre cómo sería la primera vez que nos veríamos, qué haríamos, cómo nos saludaríamos. Yo le dije que no podría evitar besarla, aunque entonces me sentía tan histérica que no sabía ni si sería capaz.

Me había dejado la dirección de un hotel en pleno centro de París. Dijo que ella se ocuparía de los gastos, que yo ya tenía suficiente con el billete. Mientras el taxista me llevaba por los lugares más emblemáticos de París en dirección al hotel, no podía dejar de pensar en lo bien que había salido aquello. ¿No era demasiado suertuda? Ella, una francesa que había vivido toda su vida en España hasta hacía dos años. Y yo, una argenta de Buenos Aires que se ganaba la vida trabajando en el banco. ¿Cuál era la posibilidad de que llegáramos a coincidir alguna vez en la vida?

***

Golpeé la puerta de la habitación más nerviosa que en toda mi vida. Los segundos que pasaron fueron eternos, hasta llegué a pensar que Élise no estaba allí. Oí unos pasos y la puerta desapareció con los nervios, para mostrar a la mujer más hermosa que jamás había contemplado. La miré de arriba abajo: aquel vestido negro que llevaba no hacía más que resaltar sus curvas y dejar a la vista esas piernas de infarto.

Mon amour… ―susurró con esa voz que me volvía loca.

Acorté la distancia que nos separaba y, sin ser consciente, mis labios buscaron los suyos. Eran suaves y el roce me hizo estremecer. Cerré los ojos y sentí el corazón a mil, pero enseguida me concentré  en aquel beso que llevaba meses ansiando. Me rodeó con un brazo haciéndome entrar en la habitación mientras me acariciaba la mejilla con la otra mano. Su piel contra la mía me provocaba escalofríos.

No sé cuándo cerró la puerta, pero cuando abrí los ojos tan solo pude ver la penumbra en la que se encontraba la habitación. Parecía ir a juego con el negro azabache de su pelo.

Élise profundizó el beso, haciendo que su lengua luchara por el control. Su mano pasó a acariciar mi cuello y maldije. Ella sabía que era una de las zonas más sensibles de mi cuerpo. Solté un jadeo sobre sus labios y me separé, en busca de una bocanada de aire. Aprovechó para sostenerme la mirada con esos ojos que lo decían todo. Veía emoción, inseguridad y deseo al mismo tiempo.

―Élise ―dije, todavía muy cerca de ella―. ¿Cómo estás?

―Perdona, cariño, pero ahora no puedo concentrarme en hablar… Hay algo que necesito hacer antes ―musitó rozando con sus labios el lóbulo de mi oreja, para luego darle un leve mordisco.

Entonces comprendí: en aquel momento sobraban las palabras. Gemí sin reparos y, por primera vez, rodeé su cuello con mis brazos acercándola a mí. Nos fundimos en un beso hambriento, desesperado. Lo que comenzó siendo un inocente beso de bienvenida se fue transformando de forma paulatina en algo diferente, más salvaje. Notaba cómo mi cuerpo respondía a sus labios, a sus caricias, al simple roce de su cuerpo contra el mío.

Caí sobre la cama preguntándome cómo habíamos llegado hasta allí desde la puerta. Noté la colcha blandita bajo mi espalda y a Élise sobre mí. Se contoneaba, o no, no lo sé. Pero yo cada vez estaba más excitada por el juego de sus caderas contra las mías. ¿O quizá eran las mías contra las suyas?

―¿Lo sientes? ―me preguntó.

―¿El qué?

―Cuánto te deseo.

Me desarmó. Me separé para observarla y me sorprendió con un gesto tan tierno como el de colocar un mechón de mi pelo detrás de mi oreja. Ella sabía lo que yo pensaba, porque lo habíamos hablado miles de veces. Dijimos que cuando nos viéramos en persona iríamos despacio, que nos conoceríamos poco a poco.

Aunque había varios motivos que nos impedían hacerlo. Primero, porque estábamos desesperadas. Y segundo, porque parecía que nuestros cuerpos ya se conocían, que ya habían bailado juntos muchas veces antes de aquello. Ni ella era capaz de detenerlo ni yo quería que lo hiciera.

Acaricié sus costados por encima del vestido. Recorrí su cuerpo en sentido ascendente y me detuve al tropezarme con sus pechos. Allí estaban, firmes, grandes. ¿Cuántas veces los había imaginado en mi mente? Y ahora que solo un par de prendas me separaban de ellos no podía evitar sentirme ansiosa.

Élise mordió mi cuello e hizo una leve succión que me arrancó un gemido. Me quitó el buzo, comenzando a besar mi piel recién descubierta. Mi corazón latía más rápido de lo que había latido en toda mi vida: ¿le gustaría? ¿Sería lo que esperaba? ¿Mi piel sería lo suave que ella imaginaba?

Del mismo modo que yo no podía evitar sentirme insegura por lo que le transmitía, estaba expectante por cada pequeño detalle de Élise. Me preguntaba cómo sonarían sus gemidos, qué forma tendrían sus pechos o si su espalda se arquearía al llegar el orgasmo. Pensé que pronto lo descubriría y comencé a hiperventilar.

Me llevó unos instantes recuperarme, pero enseguida introduje mis manos bajo su vestido y lo levanté con la intención de deshacerme de él. Tragué saliva al descubrir que no llevaba sostén; sus pechos blancos me daban la bienvenida, erectos. Los acaricié, observando su rostro teñido de placer.

Poco tardó Élise en quitarme también el pantalón. Me quedé frente a ella, con mi ropa interior negra lisa, permitiendo que estudiara mi cuerpo. Volvió a besarme, esta vez de forma más salvaje y sensual. Aquello me bastó para empujarla a un lado y quedar encima. No fui consciente de ello hasta que mi cuerpo estuvo sobre el suyo, pero en aquel momento no era capaz de pensar. Únicamente podía dejarme llevar. Copié los movimientos de caderas que antes me habían vuelto loca, primero despacio y luego más rápido.

Solo detuve el beso para recorrer con mis labios sus clavículas marcadas y perfectas, bajando por su cuerpo tan despacio como la desesperación por probarla me permitía. Arañé su muslo por encima de esas medias tupidas y las quité con una habilidad que me sorprendió. Mordisqueé su abdomen, para luego dejar un par de lamidas en sus costados que hicieron que su vello se erizara por completo.

Me gustó que su anatomía reaccionara así ante mis atenciones y me decidí a no alargarlo más. Bajé su tanga con los dientes, asegurándome de hacerlo muy despacio para ponerla tan ansiosa como yo estaba. En ningún momento dejé de mirarla a los ojos, anticipándole todo lo que iba a hacerle.

Separé sus piernas de forma algo brusca, movida por el deseo. Me mordí el labio al verla expuesta para mí y acaricié su sexo con mi dedo índice. Noté la humedad enseguida y sonreí mostrándoselo. Me llevé el dedo a los labios, lamiéndolo sin olvidar su mirada.

―Tenías muchas ganas de verme…

―No sabes cuántas ―respondió casi en un gruñido.

Me agaché y paseé mi lengua por sus pliegues, haciendo que su cuerpo se arqueara. Cerró un poco las piernas por acto reflejo, obligándome a agarrarlas con mis manos y clavar las uñas en su piel tersa. Volví a lamer su intimidad insistiendo en su clítoris, saboreándola. Pensé que lo había echado de menos, ¿pero cómo se puede echar de menos algo que no has tenido antes? Estaba segura que desde aquel momento sería incapaz de vivir sin poder probar a Élise, aunque solo fuera de vez en cuando.

Seguí con aquello durante mucho tiempo, no sé si minutos u horas. Entonces solo me importaba llevarla al orgasmo con mi lengua, sentir cómo llegaba en mi boca. Cuando noté que estaba cerca aumenté la intensidad y frecuencia de las caricias, alternando con leves succiones y mordiscos. Sus gemidos me hacían enloquecer, alentándome a seguir.

Regresé a sus labios, la miré a los ojos y no me lo pensé dos veces: introduje dos dedos de golpe en su interior. Ella jadeó en mi oído y me rodeó, acercándome a ella. Besé y mordisqueé su cuello mientras curvaba índice y corazón, tratando de llegar a lo más hondo. Pronto llegó el segundo orgasmo, cuando Élise clavó los dientes en mi hombro ahogando los gemidos en mi piel. Tenía intención de seguir, pero me detuvo:

―Déjame recuperarme unos minutos por lo menos… si vous plait ―rio.

Noté el rubor en mis mejillas y mi risa acompañó a la suya, disculpándome con la mirada. Acaricié su brazo desnudo y me tumbé a su lado, besando sus labios de forma totalmente inocente por primera vez.

***

―La base de datos de virus ha sido actualizada –dijo Élise con el tono más serio posible.

Reí, escondiéndome en su cuello.

―Sonás igual que mi antivirus. Me encanta tu acento ―confesé.

―Yo también adoro el tuyo ―Me dio un toquecito en la nariz y se levantó de la cama, andando desnuda hacia el baño―. Voy a darme una ducha, ¿vale? Tengo que salir un par de horas a una reunión, pero volveré enseguida y podemos seguir…

Asentí, todavía perdida entre las sábanas. Estaba en una nube, no podía dejar de rebobinar en mi mente todo lo que acabábamos de vivir. Sentía vértigo en el estómago al recordar sus caricias, sus besos, sus palabras. Aquellos silencios que pesaban tanto, con los que me lo decía todo tan solo con los ojos.

De pronto, se me ocurrió algo. Sabía que Élise iba a llevarse a la reunión aquel maletín negro que había sobre la mesita y quise darle una sorpresa. Rebusqué entre las sábanas hasta que encontré mi culotte y lo metí en uno de los bolsillos interiores. Un pequeño objeto frío y metálico me hizo sobresaltarme. Alargué un poco los dedos para palparlo con mis manos; era un anillo…

Ya puedes leer el desenlace aqui: La petite mort (II) – Relato lésbico