Relatos eróticos

Historias reales en mi mail (III): El día del squirting

Juan y Lucía llevan menos de un año casados. Son muy jóvenes, tan sólo tienen 26, pero esto no ha sido impedimento para descubrir la fórmula mágica del squirting.

Ella está suscrita al blog y es la que pidió a su marido que escribiera esta historia. Dice que lo que ve por Internet sobre Squirting tiende a ser porno barato o información que no transmite sensaciones reales.

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El día del squirting

Me llamo Juan, tengo 26 años y me casé hace 9 meses con la mujer de mi vida, Lucía. Mientras escribo estas líneas me doy cuenta de lo distinto que es hablar de sexo cuando se trata de las emociones de una mujer. Así que, le he pedido a Lucía que me acompañe cual Pepito Grillo en este viaje erótico y me haga tomar conciencia femenina de los recuerdos tan próximos, como intensos y presentes en nuestras vidas.

Nunca ha hecho falta buscarnos sexualmente porque siempre nos hemos encontrado. Siempre hemos jugado. De hecho, aún recuerdo el primer día que me hizo un striptease. Baste decir que me corrí en el momento en que se puso a horcajadas sobre mi pene…

Hemos compartido la cama, todos los asientos y el capó de mi coche, las alcobas de nuestros padres cuando éramos novios y más de un baño de discoteca. Nos hemos revolcado por las arenas de 2 playas nudistas, nos hemos masturbado en autobuses, viendo películas pornográficas y, a día de hoy, tenemos 5 vibradores y un montón de lencería y disfraces que usamos regularmente. Sin embargo, Lucía jamás había experimentado la eyaculación a borbotones hasta hace 2 meses. Recordamos el día como el momento en que nos casamos. Creo que ha sido como si hubiéramos elevado el grado de complicidad en nuestro matrimonio; hemos pasado del día de la boda, al día del squirting.

Al poco de empezar a vivir juntos nos aficionamos a ver películas de la reina del porno en esta disciplina, Cytherea. Aquellos manantiales eran extremadamente exagerados. No parecía que hubiera truco alguno, salvo la propia técnica y la experiencia para provocarlos. Sin embargo, la cantidad de líquido nos resultaba –y nos sigue resultando– de algún modo ficticia.

Investigamos por Internet durante un mes y probamos todas las posturas habidas y por haber. En algunos sitios aseguraban que la mejor forma era penetrar estilo perrito, mientras se masajea el clítoris con más presión de la normal. Durante una semana entera, cada vez que entraba en el dormitorio, Lucía vestía un liguero y a cuatro patitas sobre la cama me mostraba su vulva empapada en lubricante. Se acariciaba, la abría y me urgía a que la penetrara una y otra vez.

Tenía que hacer grandes esfuerzos para no eyacular de manera fulminante. Así que comencé a usar juguetes cuando notaba que me iba a correr. Por lo que había leído, la presión dentro de la vagina era importante. Y, como ignorante en sensaciones femeninas, pensé que debía usar el vibrador más grande –como si de un pene se tratara–.

Cuando aplicaba lubricante de forma tan seguida, Lucía perdía parte de la concentración y el ritmo natural de la excitación. Y como no podía ser de otro modo, fue ella la que sugirió cambiar de método.

Seguí sus instrucciones al pie de la letra: lamía su sexo, le introducía un dedo… después dos y los balanceaba dentro de su vagina, estimulando su Punto G. Mi lengua tenía que presionar el clítoris con más intensidad, hasta que notaba cómo su vagina se contraía. Era el momento clave para poner más lubricante y usar el conejito vibrador. Me agarró la mano, dirigiendo la intensidad y profundidad que debía aplicar. Comenzó a gemir escandalosamente, mientras reclinaba ligeramente su espalda para ver cómo controlaba su excitación. Presionando mis dedos, empujó el vibrador hacia ella. Por un momento, pensé que se estaba haciendo daño. Pero, por suerte, se trataba de los segundos previos a su primer manantial de gozo.

Mojó mi brazo y las sábanas. Sus mejillas se colorearon y su respiración intentaba salir del sofoco tras la fuerte contracción y humedad que notaba en su vagina.

Lo mejor de todo es que en sólo un mes ya es capaz de controlar las sensaciones que le conducen al squirting.

Ahora, os aseguro que nuestro matrimonio también cuenta con un anillo virtual… de sensaciones inmensas.