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Retrato de Madame X: El erotismo de un tirante y un espíritu indomable

Es 1884, el Salón de París, la exposición de arte oficial de la Academia de Bellas Artes de la Ciudad de la luz, considerada el acontecimiento artístico más importante del mundo, arde de actividad. Cientos de visitantes admiran las exquisitas obras expuestas, de artistas emergentes y consagrados. De repente, algo quiebra el ambiente bullicioso y, poco a poco, los presentes se agolpan alrededor de un retrato a tamaño natural. Es indecente, amoral, libertino, un insulto a las reglas no escritas de la alta sociedad parisina de la Belle Époque. Es el Retrato de Madame X.

El Retrato de Madame X

El autor: John Singer Sargent

Aunque de ascendencia estadounidense, John Singer Sargent (1856-1925) nació en una de las cunas del Arte, Florencia. Cuando su hermana de apenas dos años falleció, sus padres decidieron mudarse a Europa para cambiar de aires y superar el dolor de la tragedia. París se convirtió en la residencia habitual de la familia, pero en uno de sus numerosos viajes por las principales capitales europeas, la epidemia del cólera asoló el continente y decidieron permanecer en Florencia y tenerlo allí.

La influencia del espíritu bohemio, artístico y aventurero de su madre, la artista Mary Singer, caló en John Singer Sargent que, con apenas diez años, ya estaba determinado a convertirse en artista. Con 18 intentó ser admitido en la Academia de Florencia, pero tras ser rechazado regresó a París y consiguió aprobar el examen de ingreso en su prestigiosa Escuela de Bellas Artes.

Las enseñanzas de los profesores de la École des Beaux-Arts, las clases particulares de los destacados retratistas Léon Bonnat y Carolus-Duran, la obra de grandes maestros del Renacimiento y del Barroco como Velázquez y el surgimiento del estilo impresionista en la Ciudad de la Luz influyeron en Singer Sargent que, en apenas seis años, se consagró como el «retratista de más éxito de su generación», gracias a su precisión para capturar detalles minuciosos (desde la suavidad de la piel hasta la riqueza de los tejidos), su manejo de la luz y la sombra, su paleta de colores (rica, variada y vibrante) y su capacidad para captar y transmitir la personalidad y estado anímico de los retratados.

Un ejemplo perfecto de su técnica fue Dr. Pozzi at Home (1881), un retrato a tamaño natural de su amigo Samuel-Jean Pozzi, destacado cirujano francés, pionero en el campo de la ginecología moderna, al que representó en su dormitorio, delante de una cortina de color granate, vestido con una bata rojo carmesí, bajo la que asoma una camisa byroniana, con una de sus delicadas manos de dedos alargados y sensuales posada en el corazón y la otra, en el cordón de la bata, con una mirada lánguida de ojos húmedos y melancólicos, como si estuviera pensando en desanudarla.

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El retrato juega a la perfección con la dualidad. Por un lado, la dignidad, sobriedad y cierta nobleza (de retratos de papas y cardenales de la pintura veneciana de los siglos XVI y XVII) con la que revelaba su prestigio profesional como cirujano (quizá, también, el rojo sangre); por otro, la vanidad, la sensualidad y la lujuria de su condición de seductor, como el don juan de Byron… o como «el doctor amor», apodo con el que le rebautizó la salonniere Lydie Aubernon, por su extensa lista de amantes, entre las que se encontraban la cantante de ópera Georgette Leblanc, la actriz Gabrielle Rejane, la también actriz Sarah Bernhard y… Madame X.

La musa: Virginie Amélie Avegno

Virginie Amélie Avegno (1859-1915) nació Nueva Orleans, Luisiana, en el seno de una familia criolla descendiente de la nobleza francesa. Su padre murió en 1862, en la Batalla de Shiloh, y su hermano en 1866, de fiebre congestiva. Un drama familiar que superó a su madre, quien decidió vender la plantación familiar y mudarse a París con la niña, a la que educó para que prosperara en la alta sociedad francesa y, cuando cumplió 19 años, le concertó un matrimonio de conveniencia con Pierre Gautreau, un banquero francés y magnate naviero que le doblaba la edad, con la que tuvo una hija, apenas un año después del enlace.

A Virginie Amélie Avegno no le resultó difícil convertirse en poco tiempo en la perfecta Parisienne. Su estilo elegante y sofisticado, con corsés que acentuaban su cintura de avispa, su extraña belleza, con un rostro de facciones delicadas y perfectamente esculpidas, piel de palidez azulada (gracias al uso de polvos de arroz mezclados con lavanda molida) y melena rojiza teñida con henna (en una época en la que las damas «honestas» no usaban tintes ni maquillajes), y su carisma brillaban en los actos de sociedad y atraían a los hombres.

A pesar de estar casada y llevar el apellido de su esposo, Madame Gautreau no dudaba en responder a los requerimientos amorosos de algunos pretendientes, como el doctor Pozzi, y aunque se había negado a ser retratada por otros pintores, accedió a conocer a su amigo John Singer Sargent, en febrero de 1883.

Tras el encuentro en el castillo de los Gautreau, Les Chênes, Virginie Amélie aceptó ser la musa de Sargent, en parte por ser ambos expatriados, en parte, porque el artista había expuesto en el Salón de París retratos de otras damas como Madame Edouard Pailleron, Madame Ramón Subercaseaux, Amalia Errázuriz y Eugenia Huici de Errázuriz, y su colaboración podía encumbrar a ambos en la alta sociedad francesa.

El proceso de creación duró un año y fue complicado para John Singer Sargent porque Virginie Amélie Avegno demostró ser una musa inconstante, indisciplinada y caprichosa; «la belleza sin pintar y la pereza sin esperanza de Madame Gautreau», llegó a afirmar el pintor. A pesar de ello, Sargent se trasladó en junio a su propiedad en Bretaña, donde completó una serie de treinta bocetos preparatorios a lápiz, acuarela y óleo, y el cuadro Drinking a Toast.

La tormenta

Cuando el óleo de John Singer Sargent se expuso en el Salón de París de 1884, con el título Retrato de Madame *** (para simular que ocultaba la identidad de la dama), las reacciones del público no fueron las esperadas. En un lienzo de 234,95 cm de alto por 109,86 cm de ancho, Madame Gautreau miraba al espectador con un elegante y moderno vestido de seda sin mangas, de escote pronunciado que dejaba sus hombros de piel pálida y azulada al descubierto, y cuyo corte acentuaba su silueta de «reloj de arena». Pero no fue solo el fino tirante de pedrería caído sobre uno de sus hombros desnudos lo que escandalizó a la alta sociedad parisina, ni el contraste entre el negro del vestido y la palidez de la piel aristocrática de Madame Gautreau, sino su pose altiva, su erotismo salvaje, su insolencia al desafiar los convencionalismos sociales. Porque una cosa era que sus aventuras extramatrimoniales fueran vox populi y tema recurrente en periódicos sensacionalistas y panfletos, y otra muy distinta jactarse de su «amoralidad». La alta sociedad toleraba el adulterio, pero no su exhibición complaciente. En palabras de un crítico francés, si uno se paraba ante el retrato durante su exposición en el Salón «oiría cada maldición en lengua francesa». Y así fue.

En las siguientes semanas, los franceses maldijeron el atrevimiento y los periódicos publicaron críticas despiadadas, humillantes caricaturas y poesía satírica burlándose tanto de Madame Gautreau como de John Singer Sargent.

La madre de la musa le suplicó al artista que retirara la pintura del Salón de París, pero este no le hizo caso, sino que repintó el tirante de pedrería en su sitio y renombró el cuadro como Retrato de Madame X, para dotarlo de cierto misterio y del simbolismo del arquetipo de una mujer determinada. Un esfuerzo inútil, la identidad de la modelo era evidente y el desafío a las convenciones morales, consumado. Virginie Amélie Avegno había cometido un error imperdonable: John Singer Sargent plasmaba la verdadera personalidad de sus retratados, ya lo había hecho con su amante, el cirujano Samuel-Jean Pozzi, y ahora con ella.

La calma

Después del escándalo, nadie quería posar para John Singer Sargent en París, y este tomó la decisión de mudarse a Londres, donde ya había expuesto con éxito algunos retratos, como Dr. Pozzi at home (1881) o Mrs. Henry White (1883). Aunque al principio, la crítica británica no fue del todo amable, gracias al apoyo de la destacada socialité y filántropa estadounidense Mrs. Henry White y el escritor Henry James, retratos de artistas como Monet o Auguste Rodin y lienzos como Carnation, Lily, Lily, Rose (un óleo pintado al aire libre entre 1885 y 1886), logró el reconocimiento de la Royal Academy y de los críticos.

Un año después, Sargent viajó a Nueva York y Boston, donde también se forjó una reputación como retratista, y representó a grandes celebridades como la actriz Ellen Terry, la popular bailaora española La Carmencita, el novelista Robert Louis Stevenson y el presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt.

En 1900, Sargent estaba en la cumbre de su popularidad, con prestigiosos encargos tanto en EEUU como en Inglaterra; sin embargo, retratar no lo llenaba como antes: «pintar un retrato puede ser bastante entretenido si uno no está forzado a hablar mientras trabaja… Qué tontería tener que entretener al modelo y parecer feliz, cuando uno se siente desgraciado», confesó. Por ello, en 1907 cerró oficialmente su estudio y aunque realizó algunos retratos (como el de John D. Rockefeller), se centró en viajar, pintar al aire libre (incluyendo murales) y documentar en acuarela escenas de lugares como Oriente Medio, España, Venecia, Corfú o Maine.

En 1925, poco antes de morir de una afección cardiaca, John Singer Sargent pintó su último retrato: un lienzo representando a la aristócrata y mecenas del arte, Grace Curzon.

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De todo su impresionante legado, 900 pinturas al óleo, más de 2000 acuarelas, y centenares de bocetos y dibujos al carboncillo, el Retrato de Madame X fue su favorito: «Supongo que es lo mejor que he hecho», le confesó al director del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET), cuando lo vendió a la institución, tras la muerte de su protagonista.

En cuanto a Virginie Amélie Avegno, la dama se retiró de la vida social durante tiempo, con la esperanza de que las aguas volvieran a su cauce. Siete años después del escándalo, posó para Gustave Courtois, con un vestido blanco, elegante y vaporoso, y en 1897, para Antonio de La Gándara, con un sofisticado vestido de satén color crema. Aunque ambos cuadros resaltan su espalda y hombros desnudos (en el de Courtois, el izquierdo en su totalidad, ya que pintó el tirante caído), ninguno de ellos suscitó el más mínimo escándalo, porque la pose de Madame Gautreau era aristocrática, comedida, reservada.

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A pesar de su prestigio recobrado como musa de la época, gracias al éxito del retrato de La Gándara (que ganó la medalla de oro en la Secesión de Múnich, en 1900) y al Retrato de Madame X (que se convirtió en una pintura icónica en EEUU), sus intentos para reincorporarse a la vida de la alta sociedad francesa fueron infructuosos; poco a poco, cayó en el olvido y los detalles sobre sus últimos días quedaron en el misterio, salvo la fecha de su fallecimiento, el 25 de julio de 1915, en Cannes, y su entierro, en la cripta familiar de los Gautreau, en Chateau des Chenes.

Algunos autores han intentado reivindicarla como una figura destacada de la alta sociedad parisina y como mujer con un espíritu indomable, que se enfrentó a los prejuicios de la Belle Époque; como Deborah Davis, que en su novela Strapless, explora la vida de Madame Gautreu como Parisienne, el contexto histórico y la controversia del Retrato de Madame X; o Gioia Diliberto, que en su novela de ficción histórica I Am Madame X: A Novel, aborda la biografía de Virginie Gautreau, su relación con Sargent y las consecuencias del escándalo.

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Fuentes
Asmundo, Gisela. Retratos extraordinarios: el controversial cuadro de Madame X. El ojo del Arte.
Farago, Jason. (2014, diciembre 22). Who was the mysterious Madame X? BBC.
John Singer Sargent Biography. Museum of Fine Arts Boston. MFABOSTON. 
Madame X (Virginie Amélie Avegno Gautreau). MET.
Dr. Pozzi Comes Home. HAMMER.