Relatos eróticos

Al ritmo de las campanadas (2): La vendedora de juguetes eróticos – Relato lésbico

Si no lo hiciste, te recomendamos leer la primera parte aquí: Al ritmo de las campanadas (1): La vendedora de juguetes eróticos – Relato lésbico

—Venía en mi lote de Navidad… pero quiero regalártelo. Se llama Siri 3, es un masajeador que se activa por sonido. Recoge las vibraciones del sonido ambiente, lo que sea: música, ruidos… y te las transfiere.

—¿De verdad?

—Ahora lo verás —dijo por lo bajo, y luego añadió—. Lo he lavado y cargado antes, está listo para que lo disfrutemos juntas.

Aquella frase sonaba a promesa, y Paula era una experta en cumplirlas todas. Así que observé cómo pulsaba un par de botones en la penumbra, y luego encendía un televisor anclado en la pared en el que no había reparado hasta entonces. Un videoclip musical comenzó a iluminar la estancia, y pude notar cada nota en mi propia piel cuando mi novia me tendió el juguete y lo sentí vibrar en mis las manos. Mi deseo, que llevaba gestándose desde hacía horas cuando habíamos intercambiado mensajes sugerentes, se apoderó de mí. Sentía un fuerte hormigueo en mi entrepierna y estaba segura de que mi humedad sería suficiente para que Paula me penetrara una y otra vez hasta el orgasmo… entonces me quité el jersey navideño antes de acercarme a ella y suplicarle:

—Desnúdame y muéstrame lo que puedes hacer con él.

A diferencia de todas las películas románticas que había visto hasta la fecha, Paula no me quitó la ropa con lentitud ni si recreó un segundo, lo cual agradecí internamente mientras sentía su piel desnuda contra la mía. No había tiempo ni paciencia, solo los movimientos desesperados de nuestros cuerpos buscándose el uno al otro. Cuando lo lograron, todo se volvió mucho más frenético. La dependienta me empujó de nuevo al sofá y se hizo un hueco entre mis piernas mientras dirigía el juguete a mis senos. Le tomé la mano para que no se anduviera con rodeos: la necesitaba cuanto antes justo donde más dolía, en mi centro de placer.

En la pantalla, Dua Lipa se movía al ritmo de una coreografía enérgica cuyos pasos era capaz de sentir en mi sexo si cerraba los ojos. Dejé que mis párpados se rindieran y pronto me vi presa de un vaivén causado por el cuerpo de Paula, las rítmicas vibraciones del juguete y la propia canción, que parecía haber sido diseñada para estimular con la destreza de sus ondas de sonido. Sí, era prisionera de mi propio placer y también del suyo, pero no quería escapar. Quería que me meciera con cada oleada hasta que ambas alcanzásemos el orgasmo.

Entonces, llegó la ola más profunda y devastadora: mi novia llevó dos de sus dedos a mi entrepierna y me penetró con una lentitud lacónica. Ella sabía que aquel era el movimiento final, el jaque mate que me arrojaría al clímax más primitivo. Aprovechó su posición sobre mí para morder mis senos al tiempo que el placer se fraguaba en mi interior, poco a poco, para luego envolverme por completo y hacerme culminar. Fue una de las experiencias más intensas que recordaba, y el temblor de mis piernas no hizo más que confirmarlo.

Paula siseó algo en mi oído mientras mi respiración volvía a la normalidad de forma gradual. Sentí como el juguete se apagaba. Parpadeé antes de abrir los ojos y vi el rostro de la vendedora, con las mejillas coloradas y una sonrisa que quise besar. Aunque yo todavía me sentía abrumada por el placer, los gemidos frustrados de la chica contra mi boca me revelaron que ella todavía necesitaba mitigar las ganas. Miré a mi alrededor: ahora era Billie Eilish quien hacía vibrar el juguete con Lunch, y lo tomé de las manos de Paula para deslizarlo por sus caderas en dirección ascendente. Me fijé en la cruz de San Andrés antes de que de mi boca escapara una pregunta:

—¿Y a ti te va todo esto? Me refiero a… que te aten.

Ella se mordió el labio antes de responder.

—Mucho.

Arqueé una ceja ante la sorpresa. Desde el principio habíamos experimentado en el sexo, pero nunca habíamos hablado sobre ello. Volví a mirar la cruz y luego posé los ojos en el rostro de Paula antes de tomarla de la mano y removerme bajo su cuerpo para que se levantara y me siguiera. Tomé el juguete en las manos, ahora era mi momento de controlarlo. Antes de que pudiera darle instrucciones, ella se colocó en la posición adecuada: con los brazos y las piernas separadas. Tomé los grilletes y me aseguré de que estuvieran bien cerrados. Luego, fui a por mi pañuelo para cubrirle los ojos mientras liberaba un gemido cargado de impaciencia.

—Espérame, ¿vale?

La dejé allí tan solo un momento mientras recuperaba mi sitio en el sofá y la observaba. La luz roja de los neones bañaba su piel como si fuera una noche de eclipse lunar, y me deleité ante tal imagen. Sus caderas anchas se movían buscando algún tipo de contacto, reclamando, en silencio, algo de atención. Tras un par de minutos observándola y excitándome de nuevo, miré un reloj digital que colgaba de la puerta. Faltaban cinco minutos para medianoche y busqué el mando del televisor a tientas. Puse uno de los canales públicos y enseguida pude oír el barullo de la Puerta del Sol mientras un par de presentadores estaban a punto de dar las campanadas.

Tomé el juguete que había dejado un momento en el sofá y lo volví a encender, funcionaba con el mismo sistema que alguno que tenía en casa. Lo paseé por la cara interna de los muslos de Paula tan solo logrando que sus caderas trataran de moverse con más desesperación.

—Vamos… —masculló.

Entonces lo acerqué a su intimidad. Gritó cuando lo sintió la primera vez, y lo presioné contra su cuerpo mientras sentía el eco del motor, que ahora vibraba con menos intensidad. Pero eso estaba a punto de cambiar. Arrastré las uñas por la piel suave de su abdomen como tanto le gustaba, y me pareció que se arqueaba como podía a pesar de la postura. Lamí entre sus pechos y subí despacio por su cuello, hasta que oí la primera de las campanadas. El masajeador retumbó en mi mano con ella, y me dirigí a su oído mientras lo movía en círculos sobre su clítoris.

—Sé que estás a punto —le dije—. Puedo sentir cuánto te encanta que te tenga dominada…

Con cada campanada, el juguete volvía a estallar. Conté en su oído, y con cada número ella gemía más fuerte. Sentía que dominaba su placer, lo tenía entre los dedos, y aquella idea me hacía humedecerme de nuevo por momentos. Notaba los muslos mojados, pero separé las piernas y me masturbé contra mi propia mano, la que sostenía el juguete.

—Once… —susurré—. Y doce. Feliz Año Nuevo, cariño.

Paula jadeó, pero el orgasmo todavía no llegaba. Lo hizo poco después, cuando el sonido de los vítores de la multitud que había en la Puerta del Sol se apoderó de la estancia y el juguete vibró en la misma frecuencia.

*Este texto es ficción, pero en la realidad hay que tomar precauciones. Recuerda tener sexo seguro utilizando métodos de prevención de ITS.

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