«Hay un gran número de dispositivos mecánicos pensados para aumentar la libido, particularmente entre las mujeres. El más efectivo es el Mercedes-Benz 380SL».
¿Lynn Lavner o P.J. O’ Rourke?
¿Te daría igual si esta cita fuera de un hombre o si fuera de una mujer?
Lynn Lavner es una cantante y cómica norteamericana polémica por su activismo de izquierdas y su implicación política en el movimiento LGTBI, por lo que he podido ver en una breve reseña de la Wikipedia en inglés, y que debió tener, por lo que deduzco de la poca información que encuentro, su momento de apogeo a finales de los ochenta. A ella se le atribuye la sentencia en la mayoría de sitios hispanohablantes. De Patrick Jake O’Rourke Wikipedia señala que fue un periodista satírico y un pionero del llamado periodismo «gonzo» muy ligado a la edición norteamericana de la revista Rolling Stone por ser su corresponsal internacional. A él se le atribuye la cita en la mayoría de páginas anglosajonas.
¿Lynn Lavner o P.J. O’ Rourke?
Sobre la autoría
El hecho de la discrepancia en la autoría suele ser habitual cuando la cita no está convenientemente referenciada, a saber, casi siempre: las páginas copian y pegan y suelen hacerlo de otras páginas en su propio idioma. Pero, lo curioso, y la primera reflexión es que la observación, diciendo literalmente lo mismo, tiene un sentido distinto según sea un hombre quien la refiera o sea una mujer.
Si lo dice Lynn es una broma, si lo dice Patrick es ofensivo. En el primer caso se entenderá como un chascarrillo posiblemente reivindicativo, en el segundo se dirá que es una muestra irrefutable del «machirulismo» imperante. Imperante al menos allá por finales de los ochenta, pues el modelo del coche que hace atractivo a su poseedor/a se dejó de fabricar en 1989, lo que coincide con momentos álgidos en la biografía de ambos candidatos a la autoría.
En estos tiempos de sensibilidades en carne viva, esa primera impresión es con la que nos solemos quedar y poco nos preguntamos si, independientemente del efecto emocional que en mí produzca, la observación es o no cierta. Dicho de otra manera: ¿existe de verdad lo que se suele denominar la «erótica del poder»? Y si así fuera, ¿por qué si la siente una mujer suele resultar despectiva y si la siente un hombre, no?
Análisis de la cita: La erótica del poder
Dejando a un lado el giro cómico de que al hablar de «dispositivo mecánico» uno inmediatamente piense en, por ejemplo, un juguete erótico y se encuentra de súbito con un vehículo de muchos miles de dólares, la cuestión que subyace a la cita es, como decimos, la del espinoso tema de la erótica del poder, que significa, en cualquier acepción, la atracción libidinal que produce el poder.
La erótica del poder es, se verá que voy de frente, tan problemática como real. Y es real porque consiste en la propia ambición por tener poder. No se desea al poseedor del Mercedes-Benz 380SL, se desea poseer el Mercedes-Benz 380SL, o, mejor dicho: se desea poseer el conjunto de elementos que supuestamente conforman una existencia que conduce a la posesión de un Mercedes-Benz 380SL.
A todas y todos nos atraen las personas que podríamos llamar «poderosas», las que pueden abrirnos nuevos campos de existencias, las que tienen, en términos de Proust, un «paisaje» atractivo, y aquellas que nos pueden proporcionar, así definía Stendhal la belleza, «la esperanza en un futuro mejor».
Nada hay, en principio, de reprochable en ello: que nos ponga como una moto la inteligencia, la bondad, la cultura, el código genético que inconscientemente intuimos (según el paradigma biologicista) está aceptado; que lo hagan los dígitos de una cuenta bancaria del que tenemos enfrente no está tan bien visto, pero no tiene por qué hacer de nosotros indefectiblemente malas personas o sujetos que solo velan por su interés. Pero sí es cierto que la problemática subsiste, sobre todo, si lo que nos atrae del otro es una cuestión material y si la atraída es una mujer. Aquí nos topamos con la primera diferenciación entre una interesada mujer cortesana (por usar un eufemismo) y el tipo listo que da un braguetazo. Pero en este trato diferencial subyacen otras problemáticas.
Otras problemáticas
En primer lugar, está la desigualdad de partida que impide o podría impedir un consentimiento explícito. ¿Qué hacer si alguien con poder como para hundirte la vida se te insinúa?
Esta situación se le supone casi siempre a la mujer: si esta entabla relación con aquel, inmediatamente o es una mujer forzada a contradecir su voluntad o bien si su deseo es encamarse ya deviene una interesada. Es completamente cierto que, en un entorno de desigualdades patentes, el decir «sí» para una mujer muchas veces viene condicionado porque el decir «no» es un mal peor. Contra esto hay que seguir luchando. Pero también es cierto que el decir «sí» porque le pone el inicial poderío de su partenaire no implica inevitablemente una condición reprobable.
Un segundo aspecto que explica la sanción moral que recibe el que a una mujer le erotice el poder es ese tema tan confuso y mal entendido de la prostitución que sigue merodeando a múltiples acciones de la sexualidad femenina. Y no precisamente para poner en valor esta operativa, sino para estigmatizarla. Mientras, por otro lado, y este sería el tercer punto conflictivo, a las mujeres se nos exige cada vez más el dotarnos de «capital erótico», que ya sabemos lo que significa y a lo que remite.
El ser, no importa ya la edad, la más poderosa en eso de poner en pie a los miembros, de tal forma que no perdamos una oportunidad de ascenso, un match en Tinder o una buena corrida ante un morlaco. Las guapas, nos viene a decir el enunciado implícito, lo tienen más fácil: es difícil ver a un adinerado acompañado del brazo de una fea (y viceversa), o, por decirlo más pulcramente, de alguien con poco «capital erótico». Pero si usas ese capital erótico, con el que te dan la matraca día y noche para incrementarlo, de forma que obtengas un beneficio propio, volvemos a la sancionadora consideración de partida. Bienvenidos al espectáculo de la contradicción.
Conclusión
Por lo dicho, creo que se entiende por qué la sentencia pronunciada por un tío, por ejemplo, el bueno de O’Rourke, suena ofensiva a algunas, pues se puede interpretar como que las mujeres somos unas fulanas que lo único que nos enciende es un artículo de lujo que refleje el pastizal de su propietario. Mientras, si lo dice una activista de izquierdas lesbiana, como por ejemplo Lavner, lo entendemos como un burlón signo de empoderamiento femenino: «sí, me ponen los que tienen un cochazo, ¿y qué?». A lo que cabría finalizar con una última cuestión: ¿De quién es la cita?
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