Son las 7.00 am. Suena el despertador y con él identifico, irremediablemente, el deseo que no se ha ido. Ya te lo he dicho, tengo un problema.
Tengo un cosquilleo casi permanente entre las piernas, siento como la carne se abre desesperada por tenerte dentro. Aunque tal vez ese no es el problema. Hoy quiero imaginarnos desnudos, tendida ante ti, solo dejando que humedezcas mis dedos en tu boca para comenzar a tocarme. La condición es que solamente puedes mirar, no me puedes tocar, aunque te suplique que me folles, lo que seguramente haré. Quizás sea ese el problema.
Con las piernas entreabiertas, llevo mis dedos mojados con tu saliva a mi coño, al principio solo apoyo la yema del dedo corazón, sin hacer demasiada presión que me incomode. Los movimientos son circulares, pausados, pero constantes. Cambio levemente la inclinación en función de lo que voy sintiendo, de la cadencia de mi respiración, de la tensión que va mostrando mi abdomen. Tengo los ojos cerrados, pero por el sonido que percibo, sé que te estás tocando, frente a mí, mirando mi cuerpo jadeante. Intentas tocarme, pero aparto tu mano, ese no es el juego de hoy.
De pronto me sumerjo en la idea de encontrarnos en un restaurante. Hemos llegado por separado, cada uno con su plan. Tengo tantas ganas de ti que no puedo evitar seguirte cuando te levantas al baño. He de esperar a que salga un chico para colarme. Me excita la idea de extraños a nuestro alrededor intuyendo, por los golpes y gemidos, lo que estamos haciendo. Minutos después volvemos con nuestros respectivos amigos con total normalidad, pero tú ya descargado, con mi olor impregnado en tus dedos y yo sintiendo un hilo caliente de tu semen cayendo entre mis piernas, que recojo disimuladamente, llevándolo después a mi boca para disfrutar de ese sabor a sexo.
Creo que estoy a punto de correrme, los movimientos antes tranquilos y acompasados han dado paso a algo frenético, sobre lo que no tengo control. Me encantaría que me estuvieras mirando, dudando si ves cómo termino o te acercas a mi cara a derramar tu corrida que sientes que ya se viene.
El calor va en aumento. Mi cuerpo empieza a contraerse, siento como mi carne se abre deseando que la fuerces, la penetres con todas tus fuerzas de una manera brutal. Al borde del orgasmo no puedo evitar pensar en lo que más me gusta: quiero que me des por el culo -se repite en mi mente una y otra vez- e imagino tu leche saliendo de un orificio completamente dilatado, abierto. Cuánto me gustaría que pudieses verlo.
Son las 7.15 am. ¡Mierda! Ya voy con el tiempo justo para llegar a la oficina. Cierro el agua de la ducha y me sobresalto, te siento detrás de mí. Se me eriza la piel cuando uno de tus dedos, casi sin rozarme, recoge una gota de agua que recorre mi espalda. No me quiero girar, de espaldas a ti solo miro levemente hacia atrás para alcanzar a ver tu polla erecta, desafiante. La agarras y con ella en la mano, te acercas a susurrarme: ¿por dónde quieres que te la meta ahora? Lo sabes, tengo un problema.